Las manos de Luke alrededor de su cuello eran tan fuertes que, por un momento, Dylan alucinó que eran tenazas que estaban a punto de separar la cabeza de su cuerpo, de un solo chasquido. Dylan casi deseó que eso ocurriera, lo que sea para terminar con la larga agonía de estar siendo asfixiado de forma implacable. El dolor por la falta de oxígeno se estaba volviendo insoportable, como fuego devorando sus pulmones, mientras presentía que su rostro se estaba poniendo tan azul como una mora. La cruda desesperación hizo que quisiera morirse, al mismo tiempo, Dylan luchó por seguir respirando, un reflejo nada más instintivo del ser humano, negándose a rendirse.
Dylan no quería morir.
Trató de alejarse de esas furiosas manos: jalándolas, empujándolas, golpeándolas, pero nada de eso surtió efecto. Probó con patearlo, pero sus piernas estaban inmovilizadas, ni siquiera podía mover sus caderas por el peso que lo aplastaba. Estaba atrapado, y aún así, se zarandeaba ferozmente como un gato que intentaba escaparse de los colmillos de un perro. Un perro de filosos ojos celestes que le ladraba maldiciones y palabrotas rodeadas de un tinte asesino. El tipo de perro que aun recibiendo patadas, golpes, u órdenes, no aflojaría su mandíbula, no lo soltaría aunque estuviera chillando o gimiendo penosamente, no hasta que su muerte lo satisficiera.
—Yo tenía razón —graznó Luke, escupiendo sobre su rostro—, eres la escoria que Dios puso en mi camino para seguir haciendo de mi vida una cruel broma.
"No creo que Dios se tomaría tales molestias", era lo que Dylan habría querido decirle con sarcasmo, si no tuviera la tráquea a punto de ser partida. Por lo que, sólo pudo enviarle una mirada cargada de súplicas fervientes, que esperaba tuvieran algún efecto apaciguante en Luke. Lo que, lamentablemente, no fue el caso. De hecho, su apariencia lastimosa pareció enfurecerlo todavía más, como si el miedo en los ojos de Dylan no fuera otra cosa que una gran insolencia.
—Debí haberte matado aquella noche cuando nos seguiste —siseó Luke, con las líneas del rostro tan tensas que parecían de acero. Sus venas eran visibles en su frente, mandíbula y cuello. Sus pupilas eran diminutos puntos ahogándose en sus iris ensangrentados—. Después de la fiesta de Drew, ¿recuerdas? ¡Ese... ese maldito día... en el que tú apareciste y desde entonces has hecho de mi vida un infierno! ¡Te odio con toda mi alma!
—Suél... tame —Dylan solo pudo soltar esa única palabra, pero Luke reaccionó como si le hubiera lanzado un tumulto de improperios.
—¡MUÉRETE, MUÉRETE! —Vociferó, su voz volviéndose aguda como el silbido de una criatura extraña—. Si tú estás muerto, estoy seguro de que todo se resolvería... TÚ DEBISTE MORIR EN LUGAR DE ABBY. FUE POR TU CULPA. ¡TÚ TE LO MERECÍAS!
Parecía que sin importar lo que hiciera o dijera, sólo sería un incentivo más para extender su tortura. La lucha de Dylan se volvió más frenética, su miedo, empezó a convertirse en un escalofriante pánico que empeoraba su situación. Luke Castellan era espeluznantemente recio, dándole una aplastante sensación de impotencia. Distraídamente, Dylan se preguntó si esto era lo que había experimentado Abby antes de morir, y no pudo más que sentirse increíblemente miserable y culpable. Porque Luke tenía razón, ella había muerto por su culpa, aunque solo había querido ayudar, él la condenó.
Aún así, Dylan no quería compartir su destino, por más poético que eso resultara para la justicia divina. Así que, reuniendo toda la fuerza que le quedaba, Dylan levantó uno de sus brazos y le implantó violentamente una bofetada que esperaba, al menos, aturdiera a Luke lo suficiente para que él pudiera tomar dos bocanadas de aire. Y, sin embargo, fue como golpear una estatua, ni siquiera había pestañeado, y si no hubiera una enorme marca roja en su mejilla donde Dylan lo había golpeado, habría creído que se lo había imaginado. Era como si no sintiera. Como si no escuchara. Y solo veía a Dylan como lo que era realmente: el monstruo que él debía exterminar costara lo que costara.