-Lucía, apúrate. –Grite desesperada.
Tendríamos que haber estado en el aeropuerto hace ya quince minutos, el vuelo salía a las siete, y solo faltaban quince minutos para eso, y el aeropuerto no quedaba demasiado cerca que digamos.
-No me apures, bestia. –Respondió con el mismo humor de todas las mañanas. –Listo.
Salió rápidamente cambiada, no entendía por qué tardaba tanto, aunque ayer se quedó hasta tarde por mi culpa y después tiene el sueño pesado, así que supongo que era mi culpa, pero se la iba a echar a ella.
Bajamos rápido del departamento, y nos encontramos con los chicos. Nos iban a dejar en el aeropuerto y después volverían a ver al gatito. Y de seguro se quedarían en nuestro departamento lo que quisieran, nuestra casa, su casa.
-¿Por qué se tardaron tanto? –Pregunto Alex mientras metía nuestras valijas en el baúl.
-Culpa de Lucía. –Dije subiéndome al auto, gire mi vista a mi mejor amiga y tenía cara de querer matarme.
Se subió por ultimo Alex y nos dirigimos lo más rápido posible al aeropuerto, llegando tres minutos antes de que el avión despegara, tuvimos que apurarnos demasiado para poder llegar. Y nos quedaban solo un minuto, la fila para abordar se empezaba a formar. Nos pusimos las dos en frente de los chicos.
-Nos vemos en una semana. –Dije yo abriendo los brazos, y los seis tuvimos un abrazo grupal.
-Ash. –Dijo Lucía apenas nos separamos.
-¿Qué quer… -Ash iba a responder cuando Lucía lo agarra de la cara y le da un beso.
-Bueno adiós. –Me agarro de la mano y corrimos hacía la fila para abordar el avión.
¿Qué había sido eso?, me gire para ver si los chicos seguían ahí, y era más que obvio que sí, y me encontré con cuatro bocas y cuatro ojos abiertos. Iba a preguntarle a Lucía que había sido eso pero estaba igual que aquellos cuatro.
Fue nuestro turno de abordar y nos sentamos las dos, y para nuestra mala suerte en el medio se sentó un pequeño niño de siete años que no paraba de gritar y llorar. Que buen viaje vamos a tener el día de hoy.
Media hora después estábamos ya viajando. Lucía estaba con los auriculares puestos y la música a todo volumen, el niño seguía llorando y gritando, y yo trataba de calmarlo, era eso o tirarlo por la ventana.
Hasta que una hora después, una hora de puro sufrimiento, lo calmaron entre una madre y dos azafatas, ¿quién manda a viajar nenitos chiquitos solos?, son un dolor de cabeza. Si algún día tengo hijos no los voy a dejar viajar solos nunca, las personas del futuro me lo van a tener que agradecer.
Tres horas de viaje y sentía el culo plano. No entendía como Lucía podía estar tan tranquila. No mostraba ni una pizca de incomodidad. Mientras que yo deseaba bajarme ya mismo de esta cosa, poder besar el piso y saber que ya estoy fuera de peligro, por si el avión se desarmaba y moríamos todos. Siempre tenía ese tipo de pensamientos.
Ahora son cinco horas de viaje, y estábamos a punto de aterrizar. El niño volvió a llorar, pero esta vez sin gritar, así que entre Lucía y yo lo calmamos, a la fuerza, le dimos un chocolate, bueno, Lucía se lo dio, lo tenía escondido.
Quince minutos después del aterrizaje, tomamos un taxi y nos dirigimos hacía el hotel, mañana empezaba el Ultra, y teníamos que estar bien descansadas para mañana. El cambio de horaria era notable. Eran las ocho de la noche, casi nueve, y las dos nos estábamos muriendo.
Apenas subimos a nuestra habitación tiramos las cosas y nos tiramos las dos en la misma cama.
-Ándate a la otra. –Se quejó Lucía.
-¿Por qué no vas vos? –Pregunté.
-Yo me tire primera. –Se excusó.
-Nos tiramos las dos juntas. –Rodee los ojos. –Bien, solo por qué me parece más cómoda esa. –Me pare y me tire. –Sí, es más cómoda. –Le saque la lengua.
-Bestia. –Me mostro el dedo del medio.
Antes de irnos a dormir definitivamente, fuimos caminando hacía algún McDonald’s. Estuvimos caminando por quince minutos hasta encontrar alguno. Pedimos comida para llevar, y volvimos al hotel. Y ahora tardamos más de quince minutos buscando el hotel. Hasta que llegamos.
Volvimos a subir al hotel, y comimos las dos juntas en el piso para no ensuciar nada más. Y cuando el reloj toco las diez ambas estábamos en nuestras camas tratando de dormir. Lucía lo había logrado después de varios intentos de contar ovejas, la única razón de por qué lo sabía era porque lo hacía en voz alta.
Cuando por fin pude cerrar los ojos escuche algunos gritos. ¿En serio esto tenía que pasar justo hoy?, diría que eran gritos de niños, pero las cosas que gritaban no eran dignas de un niño. Puse una almohada en mi cabeza y la apreté. Quería dormir.
-¡SALSEO! –Se escuchó de nuevo. Me estaba cansando.
Hasta que todo ruido existente se terminó, y pude dormirme tranquilamente.