Capítulo 72 o Epílogo

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Tres meses después, en GuangLing.

En lo alto de una montaña, un grupo de aldeanos armados con antorchas y equipos de labranza, avanzaban lentamente hacia una boscosa zona cerca de la cima.

En la cima de esa montaña había un cementerio abandonado que en los últimos meses había estado plagado de disturbios. Los habitantes del pueblo al pie de la montaña habían estado sufriendo continuamente dichas inconveniencias hasta que finalmente no pudieron soportar más, e invitaron a varios cultivadores que iban de paso a subir juntos a la montaña para erradicar la raíz de ese mal.

Estaba anocheciendo y la montaña estaba plagada del sonido de los pájaros e insectos. Sumado a ello, había un ocasional movimiento en la hierba silvestre, la que en esa área crecía a la altura de la cintura, que provocaba la sensación como de si algo desconocido estuviera al acecho, esperando para atacar en cualquier momento. Los aldeanos pisaban la hierba salvaje con inquietud y, al alumbrar delante de ellos con una antorcha, se daban cuenta de que era otra falsa alarma

Los pocos cultivadores tenían a mano sus espadas largas, y guiando a los aldeanos, se movían cuidadosamente a través de la hierba y se adentraban en el bosque.

El bosque estaba precisamente donde se ubicaba el cementerio abandonado y había lápidas de piedra y tablas conmemorativas de madera rotas que sobresalían del suelo o estaban dispersas por todos lados. Era una escena extremadamente siniestra.

Los cultivadores observaron el lugar y sacaron varios talismanes, listos para comenzar a purificar la zona del mal. Era probable que la situación a la que se enfrentaban no era grave dadas sus tranquilas expresiones, por lo que varios aldeanos suspiraron con alivio.

Sin embargo, antes de que pudieran terminar de suspirar, oyeron un repentino y tremendo golpe, y un cadáver destrozado y ensangrentado cayó en un montículo de tierra delante de ellos.

Los aldeanos más cerca del montículo de tierra gritaron terriblemente mientras arrojaban sus antorchas al cadáver, retirándose frenéticamente. A continuación, un segundo, tercer y cuarto cadáver, todos desgarrados y ensangrentados, cayeron delante de ellos como si llovieran cadáveres del cielo. Cayeron incesantemente, llenando el bosque con el sonido de sus cuerpos estrellándose contra el suelo. Los cultivadores que los guiaban nunca habían visto tal situación antes y, aunque estaban conmocionados, no perdieron el valor y rodearon a los aldeanos de manera protectora, gritando —¡No corran! ¡No se asusten! Sólo son unos cuantos...

Antes de que pudiera terminar, como si su cuello hubiese sido estrangulado, su voz se cortó.

Vio un árbol.

Una persona estaba sentada en el árbol, un trozo de su negra túnica pendía de él. Una delgada y negra bota se balanceaba ligeramente hacia delante y hacia atrás, de manera relajada, casi como si estuviera divirtiéndose.

Atada a la cintura de la persona había una flauta oscura y brillante, con una borla de color rojo sangre, que se mecía lentamente a lo largo de su pierna.

Las expresiones de los cultivadores cambiaron de inmediato.

Los aldeanos que inicialmente se encontraban en un estado frenético se habían calmado después de que los cultivadores los tranquilizaron, pero al ver que los mismos cultivadores se volvían repentinamente blancos de miedo, inmediatamente se voltearon y salieron corriendo como el viento, fuera del bosque y de la montaña en un instante. No podían preocuparse menos por los cultivadores; todos supusieron que esta montaña contenía algún tipo de ser demoníaco extremadamente peligroso y ni los cultivadores podían hacer algo al respecto. Con ese pensamiento, en un abrir y cerrar de ojos, se dispersaron como una manada de animales asustados. En el escape, uno de los aldeanos fue más lento y se quedó atrás después de tropezarse y caer al suelo. Con la boca llena de barro, pensó que era su fin hasta que, de repente, vio a un joven vestido de blanco delante de él. Sus ojos centellearon.

Cultivación Demoníaca - KookJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora