Abandono.
Nunca había conocido gloria tal como la que experimenté esa noche. El suave y mullido colchón era tan esponjoso como una nube, el leve aroma que desprendía Su Alteza era dulce y encantador como tan solo ella. Quería mantener la distancia para protegerla de algo tan sucio, que su blanco no se manche de oscuridad, pero en un momento nuestros cuerpos se juntaron. Tan suave, pequeña y delicada, mí cuerpo aunque delgado seguía pudiendo cubrir el suyo.
Las hebras de su cabello blanco platino eran como hilos de plata de textura sedosa como la piel blanca que poseía. Sus largas y frondosas pestañas descansaban en sus mejillas ligeramente rosadas. Miré sus manos, eran suaves y de apariencia blanda, hasta sus dedos que eran delgados y cortos. Acerque mí mano delgada y de apariencia enferma y me atrevo a tocarle juntandolas. Cómo era de esperar en efecto su suavidad era comparado al de la seda. Cerré mis ojos.
》¿Alguna vez he dormido con alguien así?《
Cuando era un bebé quizá, pero mí único recuerdo era dormir en el suelo con telas viejas o si acaso esconderme bajo la cama de mí madre mientras la escuchaba trabajar. Pero era una imagen que se desvanecía en el viento si veía a Su Alteza descansar. ¿Era así de despreocupada con todos? Un sentimiento raro invadió mí pecho al pensar que no era el primero ni el último en recibir su compasión y bondad, en tocar su mano y dormir en su cama.
Recuerdo cerrar los ojos fundiendome con ese sentimiento, embriagado en su aroma y anhelando más cariño, aunque fuese inmerecido. Cuando me levanté y nos saludamos pude apreciar sus joyas, aquellos ojos de cristal semejante a los diamantes, a las estrellas y al mismo cielo estrellado que se vislumbraba en el universo, en ellos se reflejaban la luna y la esperanza, la belleza, pureza y grandeza que solo tendría alguien tan noble como ella. Cuando sus ojos se abrían no podía evitar fascinarme, tan exóticos y exquisitos, brillaban exuberantemente. Era ese tipo de brillo que te hacía temblar, quizá no se había dado cuenta que todos la miraban como un ángel y que se arrodillaban a sus pies, por su belleza o por el encanto de sus pupilas, quién sabría.
Me dio vergüenza el aferrarme a su cuerpo como mí salvavidas, pero fue más desgarrador el ser apartado de su tacto cuando me sostuvieron con fuerza y rudeza. Grité y me gritaron. Todo fue tan rápido. Sus asquerosas manos clavaron sus uñas en mí piel. Pero un sentimiento indescriptible me invadió cuando su tacto aberrante la tocó y se aferró a ella soltando veneno de su boca. La mujer me pareció abominable, no sabía quién era, pero el que sus uñas se clavaran en la tersa piel de la princesa y el no poder hacer nada me aterró.
Patalee y grité pero nadie podía ayudarme o apartar a esa mujer de lo único bueno que había, la princesa. Cuando mis manos fueron expuestas para ser cortadas grité y me zarandee. Solo escuché el escandaloso graznido de esa mujer y la volví a ver a ella... corriendo con pánico en sus ojos, la sangre que se rebalsaba de su boca y manchaba su vestido me hizo casi perder la cabeza al pensar que podría ser la suya.
-¡Sueltenlo!
Fue demasiado tarde y era demasiado insuficiente para enfrentarme a esos hombres que quintuplicaba mí fuerza. Ella se atravesó en el filo y mí cuerpo. Pude haber perdido mí alma en ese preciso instante, me arrastre con el suelo retorciendome cuando todo el mundo pudo apreciar la escena. Su sangre espesa y oscura como la noche se desparramó horrorizandome. Grité hasta que mis cuerdas vocales se rompieron y las lágrimas brotaron como un río lamentable. El Emperador corrió a nuestro rescate llorando como si fuese un simple humano más e implorando por la lucidez de ella.
Fue el dolor más agobiante, uno que me robaba el alma, cien veces más intenso que el de la muerte de mí madre. Me arrodille en el suelo mientras personas son túnicas venían corriendo en instantes. Fueron segundos eternos en el que con su magia amarillenta pálida invadían el cuerpo de Su Alteza quien estaba en brazos del Emperador.
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Depredador. [+18]
RomanceNikolai Dail Xiarax era un Emperador sádico egoista y contundente con cada mujer que hubiera estado en su cama. Lo sabia porque lo cree con mis propias manos. Ariadne Itzbella Shalie era una princesa santa que fue amada por ser la mujer más hermosa...