Oferta de abandono.
Ella me ignoro como si nunca nos hubiéramos conocido. En cualquier momento ante sus ojos era igual de insignificante que una piedra en medio del camino. Sin importar mí presencia o mis ojos viéndola, su indiferencia era notable y llamativa. La mire en media cena. Sabía que tanto Nevas como mí madre me veían con ojos curiosos, incluso aunque estuvieran tan encandilados con ella como para no querer ver más allá.
Ariadne.
Ariadne.
Ariadne.
Ariadne.
Todo lo que veía tenía que estar relacionado a ella. Desde los emperadores que la adoraban con el alma, los sirvientes que la halagaban como Dios o los caballeros que se encantaban con la adorable y hermosa niña. Había acaparado todo amor y atención para ella.
—Me encantaría invitarla a tomar el té mañana.
Una invitación impropia salió de mis labios. Sus ojos claros voltearon y parpadearon como el aleteo de una mariposa, sus labios rosados tardaron en sonreír con cortesía y aceptar ante la insistente mirada de ambos adultos.
—Es un honor.
Su suave voz respondió con humildad. Su cabello estaba decorado con perlas en un moño, su vestido era similar a una flor blanca a punto de florecer. Se había despedido de mí como si mí existencia no tuviera valor ni importancia en su mundo. Todo lo que había visto que le resultaba importante eran las persona a su alrededor, y entre esas no estaba yo.
Estaba esperando inútilmente algo más. Era imposible para mí imaginar que no se aprovecharía de mis pecados, o que todo el asunto se acababa con darme lo que quería, tal cual fuese un simple niño.
—Asi que, sólo me queda un tiempo aquí. Espero disfrutarlo lo mejor que pueda, Su Majestad.
Se iba a ir pronto y sabía no podría volver a verla. Debería ser algo bueno que todo hubiera salido incluso mejor que lo planeado pero no pareció en lo absoluto gracioso. Debía haber algo más, esperaba eso.
Ariadne.
Ariadne.
Su Alteza santa.
Tan hermosa, tan vulnerable… tan impredecible.
Podría romperla con una de mis manos. Cortar sus tobillos… podría provocar que jamás pueda escapar de mí. Con esos bellos ojos cristalinos lloraría hermosamente y lo sabía. Ante esos pensamientos me percate de lo poco que estaba dispuesto a dejarla pasar.
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Ariadne.
Ariadne.
Ariadne…
Golpee el colchón de la cama con frustración. No importa que tanto cierre los ojos era imposible dejar de pensar en ella, lo que sería tenerla enfrente, lo que sería hablar y retarla. ¿Qué haría? ¿Lloraría? ¿Reiría? ¿Cómo movería sus ojos? ¿Qué diría? ¿Cómo se verían sus labios y su expresión al verme? Todo me causaba una intriga que me haría en algún momento enloquecer.
Me levanté de la cama. Nunca me interesó nadie en este mundo de ese modo. Era joven cuando empecé a perder el alma, incluso más que la propia actualidad. Empecé a cambiarme. Ni siquiera sabía que esperaba de invitarla a tomar té como si fuesemos a ser siquiera aliados. Debería odiarme por obligarla a todo y amenazar constantemente lo que le interesaba.
Me levanté y caminé al pequeño lugar de descanso en el jardín. Era ideal para tomar el té en un ambiente cálido y agradable. Su cabello resaltaría entre los vivos colores de las flores. Mis pasos eran firmes mientras sentía el peso de la espada en mí cintura. Incluso ahora sentía que iría a cortarle el cuello y no como un amigo. Pude notarlo en la mirada de los guardias; todos tenían puestos las esperanzas en mí para atarla a este Imperio.
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Depredador. [+18]
RomanceNikolai Dail Xiarax era un Emperador sádico egoista y contundente con cada mujer que hubiera estado en su cama. Lo sabia porque lo cree con mis propias manos. Ariadne Itzbella Shalie era una princesa santa que fue amada por ser la mujer más hermosa...