[D] Capítulo 21: Exquisita.

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Exquisita.

Tengo miedo de perder todo lo que llegue a amar. Si sucedió una vez podría repetirse continuamente dejándome en un limbo.

—Solo soy un simple plebeyo.

La firmeza en sus ojos me gritó que nunca me respondería aunque lo torturara por ello.

Desearía un refugio para mí corazón.

No hay piedad en esta tierra maldita que me azota cada día de existencia. Pelee duro para ser quien era pero nunca valió de nada. Y cuando me veo adelantada a los hechos es cuando esté ser me golpea a la cara, gritándome que está era una realidad maldita para mí existencia, que de aquí solo saldría muerta una vez más.

Temblé aferrándome a mí cuerpo y mirando sus ojos impasibles. En su rostro no existe más allá que un vacío que apenas vislumbra miedo. Yo sé que él lo sabe, puedo jurarlo.

—Solo huya.

No puedo irme incluso si él me decía que Nikolai vendría cortar mí cuello está misma noche. Tenía que proteger a mí preciada gente. A pesar del miedo que es verlo, sentirlo, ni siquiera tengo el derecho a retroceder.

—Aléjate de mí.

Encerré todas las emociones que me hacían ver frente al enemigo en un frasco y me reincorporé ante él. Me dirigí hacía Damián con desprecio en los ojos.

—A menos que busques algo de mí o tengas algo para mí, no vuelvas a mostrarte otra vez.

El odio que no pude demostrarle a su dueño, se lo redirigi a él. No confiaba en el perro fiel de Nikolai.

—Y a menos que quiera su cabeza degollada, obedezca.

Zakya apoyó el filo de su espada en su yugular. Una vez más el frío en sus ojos volvió a apoderarse de su persona, como si no hubiera existido emoción en el cuerpo.

—Lo que ordene, Su Alteza.

Sus pasos fueron propios de un caballero al irse. Cuando sonó la puerta tras su partida me desplome en el suelo. Zakya corrió a mí lado alarmado por mí caída.

—Su Alteza.

No sabía lo que pasaba. Era solo un pobre hombre amándome sin restricciones sin saber que mí sola presencia era su final.

—Zakya… por favor, huye como lo ha dicho, déjame aquí y no vuelvas más…

Quiero que viva felizmente como cualquier otro, sin siquiera saber si algo malo me sucede. Apreté mí rostro contra su pecho evitando llorar. Los temblores que me sacudían me hacían sentir que podría desplomarse en cualquier instante.

—Por favor, te lo ruego, vete…

Mis manos se aferraron a sus hombros. Quiero que se vaya junto a mí familia, a un sitio en el que nadie pueda llegar.

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Ella pensaba en la bondad.

Creía que la bendición de ser una santa y una princesa era la forma en que Dios le entregó el poder de proteger a su pueblo, tanto niños como adultos, incluso si eso implicaba dejar de lado su humanidad. No importa si llora, tiene hambre o sufre, ella tenía que ser perfecta, era su deber por haber nacido en la cuna de oro santa.

—Quiero ayudar al mundo con mí don.

Confesó hacía Asteritas. Él por el contrario era un hombre frío sin mayor esperanza que el poder. No creía en la bondad humana pero sí había experimentado la maldad asquerosa de ellos.

—Uno solo puede ayudar siendo más grande. ¿Qué clase de imagen daría una princesa arrodillándose ante una mujer para curar sus pies? Ante todo eres autoridad.

Depredador. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora