Capítulo largo y fuerte, primera advertencia.
___
Santidad.
Lo recuerdo muy claramente.
El olor a sangre impregnando la oscura y húmeda habitación, el sucio suelo que estaba contaminado con sustancias humanas. El semen, los vidrios, los palos llenos de sangre, sus gritos, sus fluidos, las lágrimas y ese molesto rojo en sus ojos que la miraban como la cosa más deplorable del lugar. El desprecio era algo mucho más vivo de lo que expresaban esas pupilas.
Aquélla mujer… Giselle Roseidal, su bello y exuberante cuerpo estaba pintado de un morado profundo, varias heridas abiertas surcaban su extenso que desbordaba rojo manchando todo el sucio suelo. El olor a metal era asfixiante. De su sexo la sangre salía impregnando sus piernas y podía ver el brillo de piezas de vidrio que habían intentado meter por su vagina desgarrando su carne. Corrí hacia ella pálida del miedo mientras sus sollozos se grababan en mí cabeza.
—¡Sueltala! ¡O juro que me mato! ¡Sueltala!
Grité hacía el hombre frente a mí. En mis manos tomé uno de esos trozos de vidrio y me lo dirigí a mí yugular. No podía ayudarla a huir si aquellas cadenas con picos se clavaban en sus tobillos atandola como un ave sin alas.
—¿Por qué dejaría a la perra que intentó soltarte? Hubieras terminado justo como ella en los barrios bajos.
El vidrio cortó la piel de mis manos pero no cedí. Giselle agonizaba en el suelo. Sus bellos ojos esmeraldas estaban apagados y llenos de lágrimas. Me arrodillé a su lado sosteniendo su fría mano. El sonido que emitía no era ni un grito o sollozo, era un lamento que ni siquiera tenía forma.
—Perdóneme, duquesa.
Mis lágrimas impactaron con su piel llenándola de mí poder sagrado. No importa el exterior si habían destrozado su psiquis, en el fondo seguiría siendo la misma mujer que estaba ante mis ojos destrozada. Sus gritos agónicos no cesaron y se aferró en el suelo a mí cuerpo.
—¡Da un paso más y te juro que lo haré!
Le grité al Emperador empujando la punta de ese trozo de vidrio a mi garganta provocando la sangre. Giselle sollozó aferrada a mí. Su cabello rojo se volvió bordo por la sangre y se mimetizaba con el charco del suelo.
—¡¿Cómo te atreves a darle tal castigo denigrante a una mujer?! ¡Juro que algún día pagarás así tenga que morir en el intento!
Nunca en mi vida había sentido tanto odio en mí cuerpo como cuando toque los huesos de sus dedos torcidos aferrandose a los míos. Aquélla mujer no me quería en el Palacio y decidió mandar a sus hombres encubiertos para echarme apenas Nikolai lo dejara. Pero aunque estuviera en los barrios bajos, eso era mucho mejor que ser torturada por él.
Incluso arder en fuego sería el paraíso comparado a un segundo a su lado.
—Sigue jugando al suicida y te propinare un castigo más fuerte que al de esta perra, cortaré tus tobillos y jamás podrás correr lejos de mí.
Sabía que todas sus palabras eran en serio pero no estaba escuchándolo cuando lo miré con amenaza.
—¡Te odio! ¡Jamás seré tu mujer!
Tenía pocas fuerzas para seguir aunque sea erguida. Hace días no ingería ni alimento ni agua, hace meses que mí sexo estaba irritado, hace meses que mis piernas sangraban, que mis pezones tenían heridas, que mí cuello tenia mordidas y que mi espalda tenía latigazos. Mis labios llenos de sangre se comprimieron al sentir su risa profunda y retorcida.
—Eres mía, de pies a cabeza, solo mía, si quiero matarte aquí mismo lo haré sin más.
Tenía miedo. Estaba sumamente aterrada por este hombre, por este monstruo que destrozó a Giselle y poco a poco lo hacía conmigo. Quería morir, si tuviera la oportunidad cortaría mi cuello pero era una santa prodigiosa, apenas intentase hacerlo mí poder no permitiría mí muerte. Pero eso no sería algo que Nikolai supiera aún, de ser así, las torturas sexuales hubieran llegado a un nivel más mortal y atroz que me quitaría la cordura.
ESTÁS LEYENDO
Depredador. [+18]
RomansaNikolai Dail Xiarax era un Emperador sádico egoista y contundente con cada mujer que hubiera estado en su cama. Lo sabia porque lo cree con mis propias manos. Ariadne Itzbella Shalie era una princesa santa que fue amada por ser la mujer más hermosa...