[D] Capítulo 60: Cortes.

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Cortes.

Si he de pecar, prefiero hacerlo amando.

Ese era mi único pensamiento cuando me entregué a Asteritas. Lo hice a ojos abiertos, siendo consciente del peso pero también buscando abandonar esta soledad que poco a poco me comía la cabeza. Él era mi único apoyo, mi sostén, mi mundo. Aquel que eclipsaba todo dolor con su mano y aunque fuese el villano del pueblo siempre sería mi fortuna.

—Ariadne.

Que cortante era su voz al llamar mi nombre como las hojas de un cuchillo, pero sin embargo me contentaba con tan solo eso. Me levanté de la cama. Me dolía.

—Será molesto porque fue tu primera vez.

Me dijo aquello mientras se levantaba de la cama y se dirigía hacia mí alzando mi cuerpo.

—¿Qué sientes por mi, Asteritas?

Yo quien fui amada entre flores y bombones no puedo evitar querer un amor verdadero del hombre al que me entregue. En mi pecho nacía la ilusión de ser tratada como oro justo como me habían criado, y aquellos gélidos ojos no parecían lo suficientemente delicados para saber tratar a mi fragilidad sin arañarme.

—No soy bueno expresándome.

—Hemos pecado.

—Supongo.

Como santa me sentía más sucia que nadie pero a él no le importaba eso, me sentía relajada de no ser percibida ante su vista como algo impuro.

—Ya no podré casarme.

En cuanto dije eso su cuerpo se tenso.

—Ni siquiera hay un prospecto de prometido correcto a la vista para que pienses en casarte.

Me dejo en el agua. Deje que me bañara por la vergüenza de decir algo. Cuando calla me da miedo.

—Debo dar un heredero.

Murmuré viendo el agua caer por mi piel. Sus manos que siempre eran tan duras al castigar se deslizaban suavemente sobre mi piel tallándome con profunda delicadeza. Era lo suficientemente mezquina para sentirme complacida de este trato especial. Cerré mis ojos.

—¿Y qué significa esto para ti?

Me volteé tomando su mano y mirándolo a los ojos.

—No lo sé.

Tan claro pero confuso. Me sentía herida pero a la vez temerosa de decir algo porque no quería ser abandonada bajo ningún aspecto.

—Tal vez debamos olvidarlo…

Su mano se dirigió a mi nuca.

—¿Soy alguien fácil de olvidar, Ariadne?

Me sentía como arcilla bajo sus manos, manejable a su voluntad. Cerré mis ojos.

—No…

Y sus labios se plantaron sobre los míos opacando cualquier duda. Fui tan tonta, quemándome hasta los huesos por este hombre que callaba mi llanto con besos, que diluía decisiones con una caricia en la cabeza…

Aquel me tenía completa y llanamente en sus manos atrapada.

—Te amo, Asteritas.

~¤~¤~¤~

Abrí mis ojos en medio de la noche. Descansabamos en campamentos pequeños de noche. El abuelo y yo compartimos campaña sin ningún problema por la falta de recursos y espacio para transportar más. Había soñado de nuevo con eso. Salí a tomar el aire avisando ya que mi leve movimiento logró hacerlo despertar.

Depredador. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora