Colapso.
Era incontrolable el deseo de poseerla en cuanto la vio. Hermosa y joven como una rosa, una santa que parecia la fantasía lasciva del pecador mas lujurioso.
—La princesa…
Incluso su título era exquisito de pronunciar. Era evidente no importa que tanto intentó ignorar sus deseos bajos, estaba destinado a caer continuamente ante la belleza de sus ojos, la fiereza de su carácter. Pero aquel sentimiento eufórico se vio opacado por un sentido agrio como el limón en cuanto vio su desesperación por correr hacia Kassiel Verdem.
Nikolai era el hombre por quien ella llamaba, aquel que acudió rápidamente a su carta sin mayor prisa, pero no era el hombre al que ella quería. Mordió sus labios evitando la agresividad que lo corroía. Ariadne no necesitaba ser resguardada por otros brazos.
—¡Ariadne!
Ver al gran duque de hierro perder la cordura frente a su nieta hubiera sido algo para retratar en los libros de historia pero ella no pareció importarle aquel poderoso hombre. Miró como se desenvolvia una pelea peculiar en la que la princesa mostraba una faceta casi desconocida para cualquiera que vea su imagen impoluta. Estuvo por intervenir en cuanto vio que perdería su temperamento frío pero en un segundo recuperó su temple perfecto disculpándose por la actitud mostrada.
Ella odiaba a quien la detenía, no importa que hombre fuese y era evidente al ver su reacción frente a su abuelo, el hombre que la ama tanto como su propia vida. Nikolai la observó con quietud hasta que sus ojos por fin fueron monopolizado por su rubí. Era un sentimiento indescriptible el verla a los ojos después de años.
Sentía que quería robarla.
—Nikolai Xiarax.
No espero que llamará su nombre. Por alguna razón estremeció sus sentidos al escuchar su melodiosa voz.
—Ariadne.
Ese nombre para él era tan familiar como la espada entre sus manos, se repetía día y noche en su cabeza como una obsesión incontrolable que debía liquidar pero seguía abasteciendose de él dejándolo exhausto y exprimiendo su cabeza.
—Lamento mucho todo lo que ha sucedido, príncipe…
Se veía genuinamente arrepentida y avergonzada pero era muy difícil creer en ella.
La princesa santa era una trampa hecha mujer.
—Tu imperio me debe muchas explicaciones.
Miró por encima del desastre con suma frialdad. Su mejor arma era acorralarla en un problema para así tener una deuda de la cual aprovecharse.
—Lo entiendo a la perfección, Su Alteza.
Apreció lo correcta y a la vez lejana que se puso en unos segundos como si hubiera detectado ese movimiento. Miró al Duque. Lo había notado antes, pero ese hombre era un problema en todo sentido, sus ojos violetas querían despedazarlo como carne y lo supo desde el segundo uno.
—Su Alteza, como lo he prometido lo escoltare junto a la princesa.
El Marqués era más fácil de eliminar y tuvo la ligera esperanza de deshcerse de él en medio de la batalla pero Ariadne habia llegado en el momento justo para salvarlo, lo que era mil veces más molesto. Incluso se encontraba pálido y débil pero no cedió ante eso, pegándose como una lacra a la princesa.
—No me interesan tus promesas.
Fue descarado al verlo por debajo de sí mismo y observó a la princesa esperando su reacción ante todo ello. Después de todo, seguía siendo la persona requerida, el hombre que necesitaba.
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Depredador. [+18]
Roman d'amourNikolai Dail Xiarax era un Emperador sádico egoista y contundente con cada mujer que hubiera estado en su cama. Lo sabia porque lo cree con mis propias manos. Ariadne Itzbella Shalie era una princesa santa que fue amada por ser la mujer más hermosa...