Capítulo #57: Bajo cero

43 3 1
                                    

- No es necesario, esto pasa en ocasiones. Además, tiene la cara dura de por sí - coloco el agua en una bandeja transparente con grandes cubos de hielo - Si tan solo fuera apuntarle - lo miro mal.

- Dame - hundo una de sus manos en el agua porque sus nudillos están muy rojos y me siento con él en una de las sillas de la barra.

- Quema - frunce el ceño. Le ayudo alzando mejor sus mangas, pero su musculatura impide un poco la subida.

- No te quejes y aguanta.

- Claro. Como tú no estás soportándolo - sonrío.

- Yo lo he hecho también antes, pero por mis pies y he aguantado - presumo con un poco de mentira.

- Quiero verlo - alza una ceja.

- Él que está inflamado eres tú, no yo - niego riendo. Mete su otra mano en el agua y pienso que está loco o quiere hacerse el valiente - Eso no hará que...- abro toda mi boca con mis ojos cerrados. Sus manos congeladas tocan mi cara y algunas gotas caen a mi pantalón. Siento un escalofrío.

Rápidamente siento sus labios aplastar los míos como si fuera una reanimación alborotando todos mis sentidos con su roce de lengua. No hay ningún control por parte de los dos, por lo que se mete debajo de mi blusa y mi estómago lucha contra el frío y lo caliente. Sin embargo, mi piel florece y manosea la punta de mis pezones con énfasis. Sujeto su cuello con urgencia, mientras seguimos sincronizados, pero vuelvo a respirar apartada y excitada quiero más.

- Claro que no aguantas - bromea sexy y se escucha el chillido de mi silla cuando la arrastra a él y vuelvo a poner mis manos en su cuello.

- No te detengas - musito incontrolable. Una de sus manos trabaja en el nudo de mi correa de tela.

- ¿Qué hacen? - nuestros cuerpos alocados por las hormonas se sobresaltaron.

Mi sangre bombea fuerte y mis manos que antes estaban juguetonas comienzan a helarse. Gian también actúa bajo cero y toda la pasión se la ha comió entera el miedo. Parecemos estatuas en este momento, solo mirando a papá parado en la entrada de la cocina observándonos fijamente. Gracias a el mesón es que no pudo ver del todo lo que estábamos haciendo.

- ¿Por qué no hablan? - trago saliva cuando camina adentrándose y no sé porque aprieto los dedos de mis pies - Les he preguntado, ¿qué que estaban haciendo? - repite con firmeza. ¿Cómo explicar que hacían mis manos en el cuello de mi guardaespaldas?

- Señor Riera...

- La corbata, papá - intervengo.

- ¿Qué pasa con la corbata? - pregunta sin una pisca de emoción.

- Le estaba haciendo el nudo de la corbata al señor Holmberg - respondo tan seca y casi profesional.

- ¿Y eso no lo podía hacer usted mismo, Gian? ¿Sus años de experiencias no le han servido?

- Papá, hago lo mismo con Ismael y contigo a veces - digo restándole importancia.

- Eh, no - suspira - Las corbatas siempre han sido un lío para mí y le agradezco mucho a su hija que me haya ayudado - asiente tranquilo.

- No se preocupe - respondo.

Mi padre con esa expresión de molestia se ve más envejecido. Definitivamente, esto no pinta nada bueno y siento que nos está juzgando en su mente o intenta crear una posibilidad de creerme. Dudoso contempla nuestra ropa algo húmeda y entierra sus ojos azules en mí ocasionando que me reprima. Nada es peor que tratar de engañar a tu papá con sus años de experiencias y eso lo dicen sus canas.

Solo quiero tu verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora