Capítulo # 95: Olas

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Recomendación: Leer el capítulo anterior, ya que me demore en subir.

Rubí

Soy testigo que por el mal tiempo que pasé, mi apariencia se vio afectada, y por lo visto, el hombre que me crio, también vivió mi perdida hasta los huesos. Todo esto que ha sucedido nos ha robado la comodidad de lo que una vez fuimos: una familia unida. No me imagino el dolor oculto de mi padre viéndose sin un respaldo, nos hemos llevado su vida entera, por lo que se ha convertido en un solitario sin colores en sus prendas.

Persigo con la mirada sus movimientos meticulosamente desde que entró y me pesca cuando gira dejando de lado el paisaje de la ventana. Fijamos nuestros ojos y nuestros sentimientos y aunque yo no pueda ver, ni sentir o saber qué diablos piensa, lo único que puedo interpretar de su esencia, es lo gris que desborda su exterior. Han aumentado sus canas y ha ganado más años en sus líneas y a su vez ha adelgazado, es como que si ya no se quisiera. En seco trago mi dolor y quizás una culpa mínima que siento, realmente imaginé una escena que hubiese querido que sucediera ahora, pero veo que no se ha preparado para dar algo bueno de sí mismo.

- Jamás me hubiese imaginado que tenerte de nuevo sería desde esta distancia y prohibiciones a mi entrada - dice desilusionado, pero con severo carácter.

Se aviva un silencio infernal y que no lucho por hacerlo desaparecer. Rodea mi cama para sentarse por mis pies despacio analizando mi comportamiento. Aun cuando he oído claramente sus palabras manipuladoras, me encierro en mis pensamientos como protección y me encuentro acorralada en un estado de presión. Por un lado, no quiero ser dura con él, pero, por otro lado, sé que debo de poner un límite.

- Quisiera abrazarte, hija - toca uno de mis tobillos entre la sábana blanca y frunzo el ceño desconcentrada.

¿Aún me quiere? ¿Aún sigue viéndome como su hija?

Pierdo las esperanzas por el detonante gris que se mantiene en su mirada. Y es que, no se puede ser tan descarado en esta vida. Percibo una inmensa barrera entre nosotros, que, aunque él intente hacer ver otra cosa, este cristal está demasiado presente.

- Yo no quiero un abrazo tuyo. Tú sabes muy bien qué es lo que quiero - alejo mis pies y se muestra algo dolido.

Tal vez me vea por fuera retadora, pero por dentro estoy asustada con un miedo casi igual al que le tenía a Sonrat. Y, a decir verdad, sí anhelaba en el fondo de mi corazón un abrazo suyo también.

- Soy consciente que te debo muchas explicaciones - empieza pausadamente - Pero quiero que sepas que todo lo que he hecho por ti ha sido por tu bienestar.

- ¿Acaso nunca se te cruzó por la cabeza hablarme con la verdad?

- Sí.

- ¿Por qué me sigues mintiendo? - susurro en un son de compasión con una bola pegada en mi garganta.

- ¿Ese guardaespaldas te dijo algo? - sigue empecinado con él y niego defraudada.

- Tú no me quieres perder, más bien, TÚ NUNCA me has querido perder. ¡Esa es la verdad!

- Un padre nunca quiere perder a sus hijos. A ninguno - responde con sus cejas entristecidas, pero sin perder su firmeza y es tan irónico porque no tiene a ningún hijo a su lado ahora.

- Un verdadero papá también debe de decir la verdad. ¡Debe ser valiente para afrontar los problemas y dejar que sus hijos tomen sus decisiones por sí solos! - lo último lo digo tratando de no perder el control aferrándome a la sábana. Estoy segurísima de que, si él me lo hubiera dicho en un momento sin sentir apuro, nunca lo hubiese dejado y sería un total agradecimiento lo que abordaría toda mi alma - Me siento con temor de decirte una simple palabra: papá - reconozco.

Solo quiero tu verdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora