Capítulo 2: Un encuentro inesperado

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Era alrededor del medio día, Aome acababa de salir del pozo y caminaba con su pesada mochila rumbo a la cabaña de la anciana Kaede. En estos dos años el aspecto de la joven sacerdotisa había cambiado, su cabello era más largo, ahora le llegaba hasta la cadera, también su figura cambió, continuaba siendo delgada pero sus curvas se habían hecho más notorias y sin duda era unos centímetros más alta. El uniforme de colegiala que solía usar quedó atrás, ahora usaba un traje de sacerdotisa igual al de Kikyo, con la diferencia de que su kosode era sin mangas, ya que éstas al ser tan amplias le parecían estorbosas e innecesarias, en cambio, al no usar mangas tenía mayor libertad para mover sus brazos rápidamente al momento de usar el arco.

En un principio se encontraba renuente a vestir el traje de sacerdotisa, argumentando que no quería parecerse completamente a Kikyo, pues era molesto que por las aldeas que pasaba, muchas personas que conocieron a la sacerdotisa de barro, terminaran confundiéndola con ella, e incluso el propio Inuyasha por momentos le dedicaba miradas cargadas de nostalgia. Sin embargo la anciana Kaede logró convencerla diciéndole que ahora que ya era una verdadera sacerdotisa, y además muy poderosa, lo mejor era que vistiera como tal para ganarse un respeto y credibilidad por parte de la gente, efecto que no lograría si seguía usando esa diminuta y extraña ropa que traía de su época.

Faltaba poca distancia para llegar a la cabaña, durante el recorrido se preguntaba si ya habrían regresado Sango y Miroku de su visita al templo del monje Mushin, ya que habían partido a visitarlo el mismo día que ella regresó a su época. Shippo por su parte continuaba en su entrenamiento de zorro mágico, pero posiblemente tendría vacaciones muy pronto y vendría a visitarlos. Esperaba que Inuyasha no estuviera de tan mal humor, la verdad no quería lidiar con él desde ese momento o tendría una gran jaqueca el resto del día. Abrió las cortinas de bambú y entró tranquilamente a la cabaña, la anciana sacerdotisa se encontraba moliendo hierbas medicinales en un mortero.

— ¡Buenos días anciana Kaede! —saludó con su usual alegría.

— ¡Hola Aome!, no te escuché llegar — contestó la anciana mientras volteaba a verla — ¿Cómo te fue con tus exámenes?

— Mm... creo que bien, los resultados me los enviarán en una semana, pero no tuve dificultad en responderlos... y... ¿Sango y Miroku ya regresaron? — se acercó a la repisa donde se encontraban sus libros, colocó su laptop debajo de ésta y luego se dirigió hacia la mesa.

— No, quizá lleguen un poco más tarde.

— Ya veo, ¿E Inuyasha donde está? — preguntó mientras colocaba su mochila sobre la mesa y comenzaba a sacar los ingredientes para la comida que prepararía.

Kaede tardó un momento en contestar, pero finalmente lo hizo —fue a visitar la tumba de mi... hermana — respondió con pesar al saber el dolor que eso significaba para Aome, porque a pesar del tiempo transcurrido, Inuyasha se negaba a olvidar a Kikyo.

— Comprendo — contestó sin emoción alguna — Creo que mejor me apuraré a preparar la comida, seguramente regresará hambriento —mencionó tratando de cambiar el tema — Espero que Sango y Miroku también lleguen a tiempo para comer con nosotros — continuó con su labor tarareando una canción.
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Se había vuelto una costumbre para él ir a visitar su tumba cada vez que regresaba a la aldea, siempre le llevaba un ramo de flores blancas y se sentaba a un lado a platicarle todo lo que acontecía en sus viajes. Era una tumba simbólica, pues su cuerpo de barro se había convertido en polvo y lo que yacía bajo esa lápida eran su arco y carcaj, la única prueba que quedaba de su existencia en este mundo, Inuyasha se negaba a dejarla ir completamente, por lo que le había hecho esa tumba al pie de un árbol de cerezo a la orilla de la aldea, ese era su santuario, el lugar donde también se encontraba enterrada una parte de su corazón.
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Alquimistas en el SengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora