Omake 1: El reloj de plata

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- Aome deberías quitarte ese abrigo - le dijo Inuyasha cuando tuvo la oportunidad de quedarse a solas con ella, pues el resto de sus compañeros se habían alejado a realizar diferentes actividades.

- ¡Eres un pervertido Inuyasha! ¡Sólo traigo el sostén bajo el abrigo! ¡¿Acaso pretendes que me ande exhibiendo en ropa interior?! - replicó molesta contra el hanyo.

- ¡No me malentiendas! ¡Ese abrigo apesta, por eso debes quitártelo! - jamás admitiría abiertamente que la verdadera razón por la que no deseaba que Aome continuara usando el abrigo de Edward, era porque no soportaba percibir el aroma de otro hombre sobre el cuerpo de la sacerdotisa.

- ¿Apesta?... no lo creo - Aome jaló la solapa del abrigo y la olió, era mentira que apestaba, de hecho olía a la colonia de sándalo que solía usar Edward. Ahora que lo pensaba, el alquimista era muy cuidadoso con su higiene personal y cuando no tenía a su alcance agua y jabón para lavar su ropa, usaba alquimia para mantenerla limpia - No apesta, lo que sucede es que ya se te pegaron las mañanas del monje Miroku y sólo estás buscando un pretexto para mirarme los pechos - lo acusó la sacerdotisa mirándolo con desaprobación.

- ¡Ke! ¡Ni quién quiera ver tus miserias niña tonta! - exclamó con desenfado cruzando los brazos - Además si quisiera verle los pechos a alguien espiaría a Winry que los tiene más grandes que tú - se quitó el haori y se lo extendió a Aome - ¡Quítate ese apestoso abrigo y ponte esto!

- ¡¡¿Mis miserias dijiste?!! - mala idea por parte del hanyo el meterse con la autoestima de una mujer criticando su cuerpo y peor aún compararlo con el de otra chica, Aome estaba que echaba chispas.

«¡Oh no!... creo que acabo de meter la pata hasta el fondo» Inuyasha sólo atinó a tragar grueso cuando vio la expresión psicópata de Aome y cerró los ojos sabiendo lo que le esperaba.

- ¡Abajo! ¡Abajo! ¡Abajo! ¡Abajo!...

Una vez que descargó su furia recogió el haori, lo hizo bolita y se lo arrojó a la cabeza al hanyo que aún permanecía hundido en un cráter - ¡Me voy a quedar con el abrigo de Ed porque me gusta más que tu haori pasado de moda! - le gritó a todo pulmón antes de retirarse murmurando mil maldiciones contra él.

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Edward se encontraba sumergido hasta el cuello dentro del río, ese día era especialmente caluroso y sentía que los puertos de los automail le quemaban la carne a la que estaban unidos, la única manera de refrescarse era permanecer dentro del agua.

Momentos después llegó Inuyasha con el rostro y la ropa cubiertos de tierra, se quitó la ropa del torso y la sacudió para quitarle la tierra mientras refunfuñaba y maldecía a Aome por haberle hecho eso. Quedó sólo con el hakama puesto, se acercó a la orilla del río donde estaba Edward y se agachó para lavarse la tierra de la cara.

Edward no le preguntó nada, sólo lo miró de soslayo, sabía que esa tierra había sido obra de Aome, era algo común que el hanyo la hiciera enojar y ella lo mandara al suelo.

Al terminar de lavarse la cara, Inuyasha se secó con su propio kosode, en ese momento un brillo a la orilla del río captó su atención y se acercó a ver de donde provenía. Edward había dejado su ropa doblada sobre una roca y encima de ésta se encontraba aquel reloj de plata que lo identificaba como alquimista estatal.

Y como la curiosidad mató al gato (Ok, en este caso al perro), Inuyasha tomó el reloj y comenzó a examinarlo, intentó abrirlo pero estaba sellado con alquimia, así que introdujo una de sus garras en la ranura del reloj e intentó abrirlo a la fuerza.

- ¡Eso es mío! ¡Suéltalo de inmediato! - le ordenó molesto Edward.

- ¿Y qué me vas a hacer si no te hago caso? - fanfarroneó y continuó tratando de abrirlo.

Alquimistas en el SengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora