Capítulo 25: En la aldea de Enju

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- Esta es la aldea - mencionó Inuyasha tras descender Kirara a la orilla de una pequeña aldea. Inició el recorrido a pie guiándose por su olfato para encontrar a la joven.

Edward le seguía unos pasos más atrás acompañado de Kirara que había adoptado su forma de gatita. A pesar de trabajar bien en equipo cuando se trataba de combatir, aún no resolvían sus diferencias, por lo que una convivencia armónica entre ellos quedaba descartada por el momento.

La cabaña donde vivía Enju era sencilla pero del tamaño suficiente para contener en su interior todos los instrumentos necesarios de un taller de alfarería, junto con varias repisas llenas de vasijas, vasos, cuencos y otros utensilios de barro finamente labrados. Al exterior se hallaba un enorme horno de piedra el cual usaba para hornear las figuras de barro.

- ¡Enju! - la llamó Inuyasha desde afuera.

La pelirroja no tardó en salir y al ver al hanyo corrió a saludarlo - ¡Inuyasha que gusto verte! ¿Qué te trae por aquí?

- Vine a pedirte un favor muy importante.

- Claro, te ayudaré en lo que pueda - Enju miró a Edward que estaba un poco más atrás - ¿Él es tu amigo? - preguntó.

- Ese enano sólo vino a acompañarme, no le des mucha importancia.

- ¡Te escuché fenómeno! - respondió Edward acercándose, e ignorando a Inuyasha se presentó con Enju - Mucho gusto, soy Edward Elric, el alquimista de acero.

- El gusto es mío, me llamo Enju - contestó estrechándole la mano - Adelante, pasen a mi cabaña, deben estar cansados de su viaje.

Ya estando dentro de la cabaña Inuyasha y Edward procedieron a contarle lo sucedido con Miroku y Kouga, ella los escuchó con atención y luego se dirigió a una esquina de la choza donde tenía un gran cofre, lo abrió y sacó varios pergaminos que cargó y llevó frente a sus invitados.

- En estos pergaminos están los hechizos de mi madre, necesitamos leerlos para encontrar alguno que sea de utilidad - Inuyasha y Edward le ayudaron a leerlos hasta que dieron con dos que podrían servirles: uno era para neutralizar hechizos de manipulación y el segundo para crear un amuleto de protección que proveía de inmunidad contra otros hechizos.

- ¡Esto es perfecto! - comentó Edward - ¿Podrías crearnos esos amuletos y la poción?

- Sí, ambos hechizos son sencillos, sólo necesito conseguir los ingredientes y los tendré hechos en unas horas.

- ¡Genial! - hizo una pausa para detenerse a pensar - ¿Y cuánto nos costará?, en este momento no traemos dinero, pero puedo reparar y crear lo que quieras en cuestión de segundos.

- ¿En serio, también eres un brujo?

- No, soy un alquimista... un científico - aclaró al ver la cara de desconcierto de la pelirroja. Caminó por el taller de alfarería y tomó del suelo los pedazos de una vasija rota que por accidente se le había caído a Enju momentos atrás, colocó los pedazos sobre la mesa y con un aplauso la energía alquímica los volvió a unir dejando la vasija como nueva - esto es lo que puede hacer la alquimia y mucho más - alardeó de su habilidad.

- ¡Eso es increíble! - dijo sorprendida - Ya sé lo que pueden hacer para pagarme. Hace unos días hubo una fuerte tormenta que ocasionó que el río se desbordara y arrasó con el puente que cruzaba por encima de éste y con las cabañas más cercanas a la orilla, por suerte no hubo víctimas, pero esas familias se quedaron sin hogar, en este momento están viviendo en las casas de sus vecinos, así que me gustaría que reconstruyan sus cabañas y el puente.

- Eso será fácil, sólo dime donde es y lo haremos - respondió Edward.

Enju hizo una señal con las manos, momentos después dos serpientes caza almas entraron por la ventana y comenzaron a revolotear a su alrededor. Edward las miró asombrado, mientras Inuyasha las veía con cierta nostalgia.

Alquimistas en el SengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora