Capítulo 37: De frente a la Verdad

48 6 7
                                    

- ¡Ahora suéltala! - exigió Edward - Ya tienen lo que querían.

- ¡Jajajaja! - se burló Naraku - Akaicho ¡Mátala! - ordenó y salió de la estancia en busca de Byakuya.

- Como ordenes Naraku - sonrió de forma sádica dispuesta a degollar a la sacerdotisa, sin embargo sus intenciones se vieron frustradas cuando el piso bajo sus pies se sacudió de forma violenta provocando que aflojara el agarre que tenía contra Aome.

Era Edward quien había provocado ese temblor, su mano se encontraba sobre la piedra filosofal que colgaba en su pecho, fue la única manera que encontró en su desesperación por salvar a su amiga, más se limitó sólo a provocar el temblor pues temía que si transmutaba algún tipo de estructura para atacar a Akaicho, por la cercanía Aome terminaría herida también.

Aome aprovechó que Akaicho aflojó el agarre de la daga contra su cuello y aunque ésta continuaba sujetándola todavía con el arma en la mano, se concentró en acumular reiki en las palmas de sus manos y las dirigió a los brazos de Akaicho, sujetándolos con fuerza y comenzando a purificarlos.

- ¡Maldita perra! - gritó Akaicho por el dolor que le causaron las quemaduras de reiki, provocando que tirara la daga a sus pies, situación que la sacerdotisa aprovechó para darse la vuelta y encararla ahora colocando ambas manos con reiki sobre el rostro de la mujer, cuyos alaridos de dolor se escucharon por toda la estancia.

Los Elric corrieron a ayudar a Aome pues se encontraban a varios metros de distancia de ambas mujeres que ahora forcejeaban de pie sin rendirse.

Todo sucedió en un segundo... un maldito segundo en que Aome se descuidó y Akaicho logró sacar de su obi otra daga envenenada y atacó a la sacerdotisa con una puñalada en el centro del pecho.

El grito que Aome profirió fue desgarrador al sentir que el filo de la daga cortaba la piel y la carne de su pecho cual metal ardiendo debido al veneno que la recubría. La daga no logró traspasar el hueso del esternón y llegar a su corazón, pero aún así la herida dolía como el infierno y de inmediato sintió su cuerpo paralizarse debido al efecto del veneno, cayendo de bruces al suelo sin poder evitarlo.

Akaicho tenía el rostro desfigurado debido a las quemaduras del reiki - ¡Muere desgraciada! ¡Arruinaste mi belleza pero tú serás alimento para los gusanos! - al tener a Aome tendida en el suelo se preparó para apuñalarla por la espalda.

- ¡No lo harás! - varios kunais se clavaron en distintas zonas e su cuerpo provocándole más heridas, era Alphonse quien los había lanzado para detenerla.

«De cualquier modo morirá, el veneno de Naraku ya está circulando por su sangre y en pocos minutos llegará a su corazón» Akaicho transformó su cuerpo en incontables mariposas rojas para evitar los nuevos kunais que fueron lanzados en su contra e intentó huir de la estancia de esa manera.

- Heriste a mi amiga - dijo Edward arrastrando las palabras con rencor - Y disfrutas manipulando a los hombres como si fueran títeres... Ahora morirás a manos de uno al que no lograste controlar - una mirada de profundo odio que pocas veces se había visto en él fue lo último que dirigió hacia la bandada de mariposas que volaban hacia la salida antes de ser incineradas por completo por una potente llamarada.

- ¡Aome! - Alphonse se arrodilló ante ella y la colocó boca arriba para revisar su herida.

La sacerdotisa tenía los ojos abiertos, todavía no perdía la consciencia - Al... - pronunció con dificultad.

- Tranquila, vas a estar bien - trató de confortarla - Ahora discúlpame por lo que voy a hacer pero necesito revisar tu herida - el blanco kosode de la chica se hallaba manchado de sangre a la altura del pecho, sujetó ambos lados de la tela y lo abrió. Al hacerlo pudo notar que la herida no era muy grande ni profunda, estaba justo entre el valle de sus pechos y una parte de la misma quedaba oculta bajo la ensangrentada tela de su sostén que sólo alcanzó a ser rasgado por el filo de la daga.

Alquimistas en el SengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora