Capítulo 22: Amanecer (segunda parte)

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- ¡Lanzas de diamante! - una ráfaga de afilados diamantes se proyectó contra Akaicho antes de que lograra hacer florecer la rosa negra que sujetaba entre las manos, ella se dispersó en forma de mariposas pero el capullo de rosa fue destruido - No tengo idea de que planeas hacer con esa rosa pero no dejaré que lo lleves a cabo - dijo Inuyasha preparando un nuevo ataque, para esta ocasión su espada se tornó negra con pequeños puntos brillantes simulando estrellas - ¡Luna infernal! - varias medias lunas de color negro surgieron de la espada y se dirigieron hacia Akaicho que aún no lograba reintegrar su cuerpo quedando por completo vulnerable al ataque, esas medias lunas podrían con facilidad absorber a las pequeñas mariposas y mandarlas directo al inframundo.

Una barrera de energía oscura cubrió a las mariposas impidiendo que las medias lunas lograran su objetivo, Naraku había protegido a Akaicho compartiendo su barrera con ella, permitiendo que pudiera regenerarse.

- ¡Maldito Naraku volvió a usar su barrera de protección! - exclamó con ira Inuyasha, observando como ambos enemigos se preparaban para contraatacar.

- ¡Oye idiota! ¡¿Podrías liberarme?! - gritó Edward que continuaba prisionero por los tentáculos que lo aferraban a suelo.

- ¡Qué más da! - respondió Inuyasha con desgano, se acercó a Edward y destrozó los tentáculos con sus garras, liberando así al alquimista.

- Gracias fenómeno, te debo una.

- ¡Ke! Concéntrate en luchar, luego me agradeces - contestó el hanyo restándole importancia al asunto - por cierto, devuélveme mi haori.

Edward se quitó el haori y se lo lanzó a Inuyasha, éste lo atrapó y se lo colocó con prontitud sin bajar la guardia.

Akaicho creó un nuevo capullo de rosa negra, esta vez se hallaba bajo la protección de la barrera de Naraku, así que no tenía nada que pudiera impedirle hacerlo florecer y liberar su cautivante aroma. El perfume fue liberado y traspasó la barrera de Naraku para expandirse y llegar hasta el lugar donde se encontraban el hanyo y el alquimista.

«¿Qué es lo que pretende hacer esa mujer con una flor?, no veo que intente atacarnos» Edward permanecía a la expectativa mientras Inuyasha invocaba al colmillo de acero enrojecido para destruir la barrera de Naraku, un ataque que no logró lanzar porque ante su atónita mirada varias serpientes caza almas se enredaron alrededor de su cuerpo y lo arrastraron varios cientos de metros lejos de ese lugar, lo mismo sucedió con Edward. Una vez lejos del alcance del perfume de Akaicho, las serpientes los liberaron y comenzaron a revolotear a su alrededor.

- ¡Kikyo! - exclamó Inuyasha con expresión de incredulidad y sintiendo que las fuerzas de las piernas lo abandonaban para caer de rodillas sobre el suelo mientras las serpientes continuaban volando a su alrededor - ¡No puede ser!... ¡No puede ser!... ¡Ella está muerta!... ¡Naraku la asesinó!... - mencionó con la voz entrecortada sintiendo que la cordura abandonaba su mente y dos lágrimas traicioneras resbalaban por sus mejillas.

- ¡Esas serpientes son de Aome! - dijo Edward para hacer que Inuyasha saliera del shock emocional en el que se encontraba - Ya las invocó antes cuando viajábamos juntos.

Edward no se esperaba una reacción como la que tuvo Inuyasha, de forma violenta el hanyo lo había sujetado con fuerza por el cuello de la camisa - ¡¿Qué es lo que acabas de decir maldito mentiroso?! ¡¿Acaso te estás burlando de mí?! - escupió Inuyasha con una mirada de odio, el ceño fruncido y mostrando sus agudos colmillos.

Edward lo miró a los ojos con una expresión muy similar... oro contra oro... un duelo de miradas que no se dejaban intimidar. El alquimista colocó las manos sobre el pecho de Inuyasha y lo empujó con fuerza provocando que lo soltara y retrocediera un par de pasos.

Alquimistas en el SengokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora