Capítulo 66

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Alysha

Mi mirada se encontró con la del padre de Tyler quien se detenía a centímetros de la puerta de la cocina. Negué con un movimiento de cabeza y puse un dedo sobre mis labios en señal de silencio.

— ¿Dónde están las chicas? no volveré a preguntar.

— Están en los dormitorios, llegaron cansadas así que William las llevó arriba para que descansen un poco, yo iba a subirles chocolate cuando llamaste a mi puerta.

La voz de la madre de Tyler, Madeleine, sonaba temblorosa, pobre mujer... debía estar muerta de miedo.

— Vamos a arriba entonces.

Los pasos de ambos atravesaron lentamente la sala. Contuve mi respiración y sentí mi corazón dejar de latir cuando pasaron por al lado del mueble quedando justo al frente nuestro.

Ian movió su cabeza hacia nosotras y su mirada se detuvo en la mía, echando automáticamente a un lado a Madeleine para así apuntarme.

Mis ojos se ampliaron. William, el padre de Tyler apareció levantando el brazo de Ian mientras lo derribaba al suelo.

Un disparo impactó en la pared y Madeleine dejó escapar un grito. Ashley y yo salimos de detrás del sofá y fuimos hasta ella, miré hacia donde estaban los dos hombres forcejeando. William golpeaba fuerte contra el piso la mano con la que Ian sostenía el arma hasta que éste soltó su agarre.

No me sorprendió ver la fuerza con la que golpeó a Ian en el rostro, dejándolo nockeado. Debía haberse entrenado igual que Tyler, cómo todos los Gutsherr antes que él, era un guardián y me había salvado.

Madeleine no espero más para correr a abrazar a su esposo, sentí un escalofrío bajar hacia mis pies cuando mi pensamiento fue ocupado por John ¿Estaría bien? ¿Ya habrán encontrado a mis padres?

— ¡Will estás sangrando!.

Madeleine sostenía el brazo de William entre sus manos. Ashley llegó primero que yo al lado de los padres de Tyler.

— Es sólo un rozón, no es nada serio —se quejó William mirando la herida.

— Iré a pedir ayuda —mi tono de preocupación era evidente y miré a William un instante antes de salir—. Gracias, esa bala era para mí, nos has salvado —caminé hacia la puerta— los socorristas deben estar por aquí.

— ¡Te acompaño! espera —Escuché a mi hermana hablarme casi en un grito.

Abrí rápidamente y salí a la oscuridad de la noche. Era escasa la iluminación de las calles, patrullas de la policía pasaron por la vía principal. Las puertas y ventanas estaban cerradas y no se escuchaba ruido en las casas.

Cuando pensé que ésta era nuestra única opción, no me detuve a imaginar el impacto que tendría en la gente ver a tantos extraños en nuestras tierras, debían estar aterrados, sobre todo los que nunca habían tenido contacto con nadie del exterior. Aunque seguía creyendo que era la opción más acertada, yo les había traído su peor miedo hasta sus casas, yo había dado a conocer nuestro secreto y ya nada sería como antes.

—Todos están encerrados.

Ashley caminaba junto a mí, al costado izquierdo, sus ojos se paseaban por las casas de lado y lado.

— Están aterrados. Ha sido demasiado en un sólo día —respondí.

— Tienes razón, primero el asalto de los Ór-hunters y ahora todo esto. No deben asimilarlo.

Llegamos a la calle principal abarrotada de la gente de la ciudad. Camarógrafos y reporteros de distintos noticieros transmitían la gran noticia, ahora Frigia estaba en el mapa.

Nos acercamos con el cuidado de no llamar mucho la atención hasta unos hombres con botiquines y uniforme de paramédicos, estaban cerca a una ambulancia y atendían a algunos de los que habían venido con nosotros desde la ciudad, Adam estaba entre ellos.

Después de pedir ayuda para William e indicarles donde se encontraba para que nos acompañaran, llegamos al lado de Adam que tenía unos cuántos moretones.

— Adam ¿Qué te pasó?

— No fuimos bien recibidos en algunas casas, parece que nos confundieron con los asesinos que llegaron primero que nosotros, es comprensible están muy asustados.

— Lo siento, no imaginé que esto pasaría.

— No te preocupes, la policía ubicó a los ladrones y asesinos, podrán estar tranquilos. Creo que nosotros iremos saliendo hacia la ciudad también.

— Dale, gracias por todo.

Comenzamos a caminar tras los paramédicos que asistirían a William.

— Las chicas, ellas son de aquí, ¡¿Hey, podríamos entrevistarles?¡ —
Algunas cámaras apuntaron hacia nosotras y reporteros empezaron a acercarse rápido.

— Será mejor que corran si no quieren que sus rostros estén en la tv, no se preocupen iremos a ayudar a su amigo -— sugirió el paramédico frente a nosotras y echamos a correr de inmediato.

— No, no vayas hacia allá, vamos a mi casa —Ashley me haló hacia la calle continua— está más cerca y podremos escondernos mientras regresan los chicos.

Me dejé guiar por ella hasta una enorme casa con un jardín delantero. Aunque estaba un poco oscura la entrada pude apreciar lo hermosa que era.

Me aclaré la garganta cuando la vi agacharse en una maceta para sacar una llave.

— ¿Tu casa?

— La de Tyler, donde hemos vivido juntos —puso los ojos en blanco— da igual.

— ¿Pasó algo entre ustedes dos que no me hayas contado? —intenté aligerar el ambiente en tono jocoso, aunque mi respiración se hizo un poco pesada, no podía casar la imagen de Ashley cerca a la de Tyler, ni en un millón de años.

Giró la llave al introducirla en la cerradura y abrió la puerta, todo estaba oscuro. Ella entró y yo la seguí cerrando la puerta trás de mi.

— No es ningunas de las cursilerías que te imaginas. Entre nosotros no ha habido nada, ni lo habrá.

Ash encendió la luz y ambas dimos un respingo al ver que no éramos las únicas en la casa.

— Se demoraron en llegar pero valió la pena la espera, era hora de reunir a toda la familia.

Ver a mi padre en ese estado me impactó. Su rostro estaba desfigurado por los golpes, sus labios rotos y la hinchazón en sus ojos casi no le permitía abrirlos, hematomas ennegrecidos en sus pómulos, su mentón... ¡Me era tan difícil contener el llanto! Y eso era precisamente lo que esperaba la bestia que le apuntaba con un arma a la cabeza, era lo que disfrutaría que yo hiciera.

Mi madre sostenía a papá entre sus brazos. Su rostro había palidecido al vernos cruzar el umbral. Su mirada viajaba de mi hermana hacía mí, y viceversa. Sus ojos estaban enrojecidos a causa del llanto, su sencibilidad, su dulzura habían sido mancilladas.

Era mi culpa. Jonatán Jagger había convertido la sala de la casa en un cuarto de torturas. Había comenzado con mis padres y ahora seguiríamos nosotras.


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