1
Sentado frente al escritorio, James tenía la mirada perdida en su cuaderno. Lo único que se escuchaba era el repiquetear de la suave lluvia sobre la ventana. Girando la cabeza, paseó la vista por los diferentes libros de su biblioteca, junto al escritorio. Entre ellos se encontraban numerosas novelas de aventura, cada una leída varias veces. También había una enciclopedia, con el lomo en detalles dorados desgastados por el uso, y algunas figurillas de barcos y animales. Luego de repasar todo de un lado hacia el otro, mojó la pluma en la tinta y comenzó a garabatear dibujos sobre la hoja en blanco.
De repente, alguien abrió la puerta. Se asomó un hombre de mediana edad, mirando a James con una ceja levantada.
— ¿Ya terminaste la redacción?
El chico se sobresaltó, ya que no había escuchado la puerta abrirse.
—Estoy en eso —contestó, manifestando que tenía todo bajo control.
El hombre entró y se ubicó junto al muchacho. Dedicó unos segundos a contemplar lo que este dibujaba: unos horribles monstruos marinos y otros seres mitológicos.
—Lindos dibujos. Pero no veo por ningún lado una sola palabra de la redacción sobre cultura griega que te pidieron en el instituto.
—Todavía no escribí nada, pero lo tengo todo en la mente. Los dibujos son solo para ilustrar el informe.
El padre se pasó una mano por la frente y suspiró.
—Esto es en serio, hijo. No voy a tolerar más tus intentos de evadir responsabilidades.
James revoleó los ojos y lo miró entrecerrando los párpados.
—Estoy cansado de todo esto. Pensé que estarías conforme sabiendo que tengo buenas calificaciones. Este trabajo de historia no tiene importancia. Además nunca dije que no iba a hacerlo.
—Te conozco, Jimmy. No es la primera vez que te relajas y entregas algo a medias y en el último minuto. Ya me ha llamado la atención el director del instituto sobre tu actitud. Debes esforzarte más —dijo de forma terminante. Luego miró su reloj de bolsillo—. Tengo que seguir con mi trabajo. Espero que en menos de dos horas hayas terminado. Sino, tendré que tomar otras medidas.
Sin mirar cuando su padre salió, James dio un resoplido. Volvió la vista a su cuaderno y arrancó la hoja con los dibujos, guardándola entre los libros de su biblioteca. Luego tomó la vieja enciclopedia y se puso a leer con pocas ganas.
Cuando terminó la redacción, fue hacia el comedor. Le tendió el cuaderno a su padre, que estaba muy ocupado detrás de varias pilas de libros y láminas sueltas.
—Ya terminé —anunció mientras el hombre levantaba la vista. Este tomó el cuaderno y se puso a examinarlo con atención.
—Creo que está muy bien. Aunque deberías mejorar tu forma de escribir —dijo al concluir la lectura.
—Lo importante es que se entienda —le restó importancia James, recibiendo el cuaderno—. Tengo hambre, ¿hay algo?
—Ágatha trajo unas galletas hace un rato. Están en la despensa.
—Te está consintiendo con mucha frecuencia, ¿no te parece? —insinuó entornando los ojos.
—Solo se preocupa por nosotros. Además, tú siempre te comes casi todo lo que trae —dijo sin inmutarse, aunque se ruborizó de forma casi imperceptible.
En la cocina, que se encontraba al fondo de un pasillo, James puso a calentar la cafetera en la estufa de hierro. Mientras tanto, buscó las galletas en el pequeño cuarto que usaban de despensa. Las encontró dentro de una canasta, en uno de los estantes. Cuando quitó la florida tela que la cubría, contuvo una carcajada. Las galletas, de glaseado color rosa, tenían la forma de un ave.
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La Isla de los Cristales
AdventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...