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Con recelo, todo el grupo ingresó al perímetro de la aldea. Un hombre de mediana edad, ataviado con un hermoso manto lleno de coloridas plumas, se les acercó con paso tranquilo. Angus supuso que era el jefe de los Corbes, lo cual este no tardó en confirmar.

—Buen día. Sean bienvenidos —dijo el hombre, levantando un cetro de madera tallada que sostenía en la mano. Sin saber cómo corresponderle, Ágatha se arrodilló y le hizo una reverencia, lo que le causó una carcajada a Edgard.

—Antes que nada, quiero mostrarles cómo se hace el saludo aquí —dijo el guía tendiéndole una mano a Ágatha, quien la rechazó.

Edgard se paró frente al grupo y pronunció las palabras ra pai. Aunque muchos lo miraron extrañados, intentaron hacer el saludo al jefe de la aldea. Este les sonrió e inclinó la cabeza en gesto de aprobación.

—Pronto conocerán mejor nuestras costumbres, no se preocupen —afirmó con una sonrisa.

—Su nombre es Ikaia, y es quien dirige la aldea. Aquí lo llaman kawana, que significa gobernador —aclaró Edgard.

—Síganme hacia el comedor así descansan y comen algo —propuso Ikaia, a lo que nadie se negó.

Siguieron a Ikaia a través de la aldea y entraron en una gran choza. Allí había una mesa alargada y una hilera de bancos a cada lado. Arriba de la mesa había una fuente de madera llena de frutas, que llenaban la atmósfera de un olor dulzón.

—Tomen asiento. Enseguida les traerán algo para comer —dijo Ikaia, saliendo de la choza.

— ¿Notaste eso? —le dijo Ágatha a Angus al oído.

— ¿Qué cosa? —repuso él sin enterarse.

—No me digas que no lo notaste. Ikaia habla bien, como nosotros.

—Ah, sí —dijo Angus con la mirada perdida en la frutera.

—Supuse que a los nativos les costaría pronunciar las palabras en nuestro idioma. Pero parece que Ikaia aprendió a hablar a la perfección —observó la mujer—. Si no fuera por su apariencia, pasaría desapercibido en nuestro país.

Angus, muy agotado por tantas cosas, apoyó los codos en la mesa y dejó descansar la cabeza entre las manos. Momentos después de cerrar los ojos, apareció Jeff y le dio una ruidosa palmada en los hombros.

—Hola amigos, ¿Cómo la están pasando? —exclamó el grandulón con energía.

Angus se tragó el susto y la frustración de no poder descansar, y se giró hacia Jeff con una sonrisa fingida.

—Bastante bien. Justo me preguntaba qué nos traerían para comer.

—Espero que no sean gusanos. Muchas tribus nativas suelen comerlos —dijo Ágatha con una mueca de repulsión.

—Yo tengo tanta hambre que comería lo que sea —comentó Jeff, masajeándose la barriga—. Miren, ahí llegan con la comida —añadió señalando hacia la puerta con emoción.

Unos corbes entraron en silencio y depositaron en la mesa varios cuencos y bandejas de madera. Luego de hacerles una reverencia, salieron del edificio. Ágatha se asomó sobre una de las bandejas y tomó entre sus dedos un trozo de fruta. En las otras bandejas había algo parecido a patas de pollo asadas, verduras crudas y cocidas y una mezcla de legumbres. Al ver que no se trataba de nada fuera de lo común, todos comenzaron a comer con buen apetito.

Luego de la comida, los sirvientes retiraron las sobras. Aprovechando el momento, Edgard se puso de pie y pidió que lo escucharan.

—Ha llegado la hora de que les explique todo lo que está sucediendo. Espero que se sientan cómodos en este lugar, porque aquí nos quedaremos por varios días. Luego vamos a hablar de la verdadera misión que tenemos, la cual es mucho más importante de lo que ustedes pensaban.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora