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Antes de que fueran hacia la plaza, Ariadna propuso al grupo hacer una parada en una choza abandonada. Mientras el resto se quedaba descansando un poco, ella y Marcos salieron a buscar algo. Minutos después volvieron, trayendo con ellos varias prendas de vestimenta kozuga, unos objetos extraños y dos cuencos con pasta de colores. Mientras convencía a todos de que era prudente un poco de camuflaje extra, comenzó a repartir la ropa y a pintarles la cara con diversos motivos tribales. Marcos tomó uno de los cuencos y la ayudó.

—Olvídate de que me ponga esa ropa horrible —advirtió Grethel, poniendo cara de asco.

—Tendrás que hacerlo si no quieres que te reconozcan —apremió Ariadna entregando la última vestimenta—. Y yo diría que también te enrolles esto en la cabeza. Tu color de pelo resalta mucho.

Grethel recibió con desconfianza lo que la chica le dio. Era una larga tela gastada que parecía un trapo sucio. Iba a protestar de nuevo, pero sabía que la otra tenía razón.

Cuando todos estuvieron vestidos, se miraron entre sí. Con el toque final de la pintura, casi no se notaba el disfraz. La vestimenta era fea e incómoda, y muchos tuvieron que aguantarse la risa al ver el aspecto de los demás. Por último, Marcos les repartió a algunos los raros objetos que habían traído.

— ¿Y esto qué es? —preguntó James, sosteniendo en sus manos una rama ahuecada con algunos agujeros.

—Son instrumentos musicales kozuga. Suenan tan bien como su apariencia, pero servirán. Si puedes sacarle algún sonido, mejor —respondió el hombre.

James intentó soplar por la abertura que supuso una boquilla, pero sólo salió un ruido áspero y disonante.

—Creo que no puedo, es muy difícil —se dio por vencido.

—No lo creas, ese es el sonido que debe salir. Te dije que no sería muy agradable —dijo Marcos soltando una risa.

A Grethel le había tocado algo similar a un tambor hecho con una calavera de cerdo. Lo aceptó porque pensó que al menos sería útil para arrojárselo a alguien por la cabeza.

Una vez que terminaron de organizarse, Ariadna tomó el mando del grupo. James no puso objeción, ya que ella conocía mucho mejor el lugar y parecía más decidida. Además, le salía de forma natural.

—Bien, lo que debemos hacer ahora es ir a la plaza central. Queda a pocos metros de aquí —dictaminó la chica.

— ¿Oyen eso? —preguntó Grethel, luego de que comenzara a sonar una larga y potente nota, proveniente de algún instrumento de viento.

—Es el toque del haona —señaló Marcos—. Siempre suena antes de una ceremonia.

—Eso quiere decir que está a punto de empezar. Será mejor que nos vayamos de inmediato —dijo Wilson.

Haciéndole caso, todos siguieron a Ariadna corriendo con todas las fuerzas. Se cruzaron a varios kozuga en el camino, quienes les dieron una breve mirada y los ignoraron. El disfraz estaba siendo efectivo.

Apenas un minuto tardaron en llegar a la plaza. Se oían voces en lengua kozuga, expresándose de forma exagerada. En torno a una especie de escenario rudimentario, había unas cuatrocientas personas amontonadas. Casi no había lugar para caminar entre ellas, y el desagradable olor que emanaban tampoco alentaba a hacerlo.

—No veo nada desde aquí —se lamentó James, entrecerrando la vista para tratar de enfocar mejor a las personas que estaban en el escenario.

—Debes estar miope, porque yo veo bastante claro. Allí está Margaret, al lado de un guardia —señaló Grethel.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora