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La noche ya se había adueñado del cielo cuando la Bella regresó a la costa. Traía a remolque al otro barco, en el cual iban los hombres de Clément como prisioneros. Los vigilaban unos cuantos corbes y marineros de la Bella, al mando de Walter Fry.

El médico había tenido mucho trabajo, y casi había agotado todos los suministros atendiendo a los heridos. Edgard había estado muy grave, pero las costuras y antisépticos que le aplicaron lo salvaron a tiempo. Angus caminaba con un bastón, muy dolorido pero aliviado al tener un vendaje limpio en su pierna. El resto de los lesionados tenían por lo menos una venda o una costura en alguna parte del cuerpo.

Margaret había sido trasladada a su habitación, donde Amanda la cuidaba. James se moría por estar con ella, pero decidió que ya era hora de un merecido descanso. Cuando apoyó la cabeza sobre su almohada, cayó en la cuenta de que había estado casi un día entero sin dormir. Grethel hizo lo mismo, no sin antes llenar el estómago.

Se había decidido que la noche la pasarían en el barco, y que al otro día resolverían qué hacer. Aún tenían que investigar lo que había en la mansión de Clément, y asegurarse de que los kozuga reanudaran relaciones pacíficas con los corbes.

Ikaia, Puali y un corbes que no estaba tan cansado, partieron sin demora hacia la aldea para ponerla al tanto de lo ocurrido. Habían acordado con Wilson que se encontrarían en un par de días, cuando los de la Bella se hubiesen recuperado lo suficiente.

Ágatha estaba sentada en el comedor, esperando que le trajeran algo de comer. Se sentía muy sola, ya que todos estaban descansando o ayudando en algo. Ella se había ofrecido para cuidar a Margaret, pero faltaba una hora para su turno. Aún no había podido encontrarse con Angus, pues el médico lo atendió inmediatamente después que a la joven y lo había mandado a descansar enseguida. Luego Wilson lo había llamado para arreglar unos asuntos, así que había sido imposible estar un rato con él. Por supuesto, estaba más que feliz de que el hombre estuviera vivo y entero.

Minutos después el cocinero en persona le trajo la cena, que consistía en un generoso plato de spaghettis. La mujer agradeció enormemente poder comer algo, porque el hambre comenzaba a hacerle mella.

Luego de terminar el último bocado, comenzó a jugar con unas migajas de pan que quedaron en la mesa, con la mirada clavada en la pared. Cuando estaba pensando en irse de allí para acostarse, escuchó que alguien se acercaba. Una sonrisa se dibujó en su cara al escuchar pasos arrastrados y el golpe de un bastón. La silla junto a ella se corrió, y Angus se sentó cuidando su pierna lesionada.

—Pensé que no te vería hasta mañana —dijo Ágatha, girándose. De no haber estado él herido se hubiera arrojado en sus brazos.

—No quería dejarte sola un minuto más. Sé que lo has pasado terrible. Y no podía irme a dormir sin verte —expresó Angus con una mirada tierna.

—Eres un dulce, aunque no lo parezcas a simple vista —la mujer se ruborizó al admitir tal cosa—. Y no te preocupes que pronto me verás todos los días sin falta. Espero que tu propuesta no haya sido solo fruto de la adrenalina y la emoción del momento —bromeó.

—Claro que no. Confieso que fue una situación inapropiada para una propuesta de ese tipo, pero lo había pensado muy bien. Ahora eres tú la que debe decidir si va a quedarse con este viejo estropeado.

Ágatha meneó la cabeza y se rio.

— Ay Angus, sólo tú dirías semejante cosa. El que estés lesionado solo me da un motivo más para casarme contigo. ¿Quién te cuidará, si no?

Los dos comenzaron a reír, de felicidad, por los nervios, por lo gracioso que les parecía el momento. Las carcajadas cesaron cuando los dos se encontraron en un beso, que acabó por completo con sus dudas y temores.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora