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Temprano en la mañana, los tres jóvenes y los dos nativos emprendieron el regreso. James y Grethel ayudaron a desarmar las tiendas, y Margaret colaboró en doblarlas. La carga la llevarían entre todos, ya que decidieron cederle el kakapo a Margaret así viajaba en él y no se cansaba mucho. La marcha fue lenta y tranquila, lo que les permitió disfrutar de la naturaleza circundante. Los tres jóvenes bombardeaban a los corbes con preguntas, y estos les respondían contentos por su interés.

Llegaron a la aldea al mediodía, con el sol azotándole las cabezas, e ingresaron en la empalizada. Al rato tenían sobre ellos a cientos de ojos mirándolos con curiosidad, debido a que Margaret, James y Grethel eran caras nuevas. Kanai condujo a su exhausto kakapo al corral, donde los demás de su especie lo saludaron con chillidos. Margaret se quedó aferrada al brazo de Grethel, mientras James y Puali acarreaban las cosas hacia una choza cercana.

—Sin dudas ustedes hacen muy linda pareja —comentó Grethel momentos después.

— ¿Qué? ¿De qué hablas? —preguntó la chica, que había estado concentrada recorriendo la aldea con la vista.

—De él y tú, obvio —respondió señalando a James—. ¿No te das cuenta de todo lo que ha hecho por ti? Y la forma en que te mira...

Margaret se largó a reír. Le causaba risa tanto lo que había dicho Grethel como lo espontáneo del comentario.

— ¿Estás insinuando que James y yo...? —dijo sin poder controlar sus carcajadas.

Grethel la miraba incrédula. La vez que le hacía un comentario sincero y amable, Margaret se le reía en la cara.

—Es mi amigo, Grethel. Además, aquí en la isla estamos en una situación complicada. No es momento de pensar en esas cosas.

—Bueno, pero quizá más adelante.

—Se acabó el tema —dijo Margaret cortante. La risa se la había ido como en un suspiro. Grethel la miró sorprendida por la respuesta, pero se limitó a encogerse de hombros.

A los pocos minutos llegó James, agotado por el trabajo. Mientras se secaba con la manga el sudor de la frente, preguntó:

— ¿De qué se estaban riendo tanto?

—Ella fue la que se reía —acusó Grethel.

—Ya ni me acuerdo de qué era —respondió Margaret lanzándole a la otra joven una discreta mirada asesina.

—Bueno, no importa. Kanai me dijo que las lleve hasta esa choza —señaló—. Nos va a dar algo para almorzar.

Fueron hacia la choza, la misma donde el día anterior habían almorzado Angus y los demás. Luego de comer, Kanai llevó a las chicas a otra choza para que descansaran, y trajo a James a la suya propia.

— ¿Vives solo? —preguntó el chico.

—Sí. Yo pronto casarme —dijo con un resto de rubor en sus mejillas.

— ¡Felicitaciones! ¿Quién será tu esposa?

—Alani. Hija de Kawana. Él no querer, pero Alani insistir —respondió con algo de tristeza en la voz.

—Qué bueno que accedió. Pero ¿por qué la preocupación?

—Ikaia permitir casarme, pero primero derrotar kozuga.

—Lo siento mucho —dijo James sin saber qué debía decirle. Al parecer a Kanai no le importaba demasiado el problema, porque se quedó callado. Acordándose de otra cosa, James cambió de tema—. Oye, ¿no sabes si aquí tendrán ropa como la que yo traía antes? No puedo acostumbrarme a esto...

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora