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— ¿James? —susurró Angus, como si viera un espejismo en el desierto—. ¡James, eres tú! —exclamó al comprobar que era su hijo. Soltó todo lo que tenía en la mano y salió corriendo hacia él.

El joven no reaccionó con sorpresa porque ya sabía que en cualquier momento se encontraría con su padre, pero en lo más hondo de sus entrañas surgió un miedo helado. Se puso de pie y retrocedió un paso, como si Angus fuera un oso hambriento.

—Hola papá —lo saludó con timidez cuando el hombre llegó frente a él. Angus no se veía enojado, solo muy sorprendido.

— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo... cómo llegaste? ¿Pasó algo en el barco? —dijo sosteniéndolo de los hombros y con la mirada descolocada.

—Es una historia muy larga, pero nada pasó en el barco. Fuimos un rato a recorrer la selva con Maggie y nos perdimos. Luego te contaré todo completo —respondió James, más tranquilo al ver que Angus no echaba humos.

—No te preocupes, Angus, estamos bien. Nos equivocamos, pero ya aprendimos la lección —intervino Margaret.

—No puedo creerlo todavía ¡Es es imposible, imposible! ¿Cómo pudieron sobrevivir solos en la selva? ¿O alguien los acompañó? ¡Los peligros que has tenido que pasar, James!

—Sabía que no ibas a poder creerlo. Ni siquiera yo creo aún que estemos vivos.

— ¿Por qué lo dices? ¿Pasó algo grave? —inquirió Angus, frunciendo el ceño.

—Nada, mejor ve a hacer tus cosas y luego hablamos cuando estemos relajados —propuso James, arrepentido de haber dicho lo anterior.

Su padre le dirigió una mirada desconfiada, pero le sonrió.

—Está bien. En un rato nos vemos.

Luego de darle a James un apretón de hombros, Angus se fue a su choza a guardar el equipo. Ágatha, Amanda y Jeff, que estaban más atrás, llegaron con los jóvenes y actuaron igual de extrañados que Angus. Luego de decirles y preguntarles casi lo mismo, se fueron a dejar sus cosas. Cuando se hubieron alejado, Grethel soltó una risita.

—Te dije que no sería para tanto. Estás temblando como un perrito mojado.

—No te burles —se defendió el chico.

—Bien, ¿y ahora qué hacemos? Gracias a Kanai volvimos a tener una vestimenta normal, así que podríamos echarle un vistazo a la aldea con más comodidad —propuso Margaret, que ahora llevaba un raído vestido verde.

—Buena idea. Pero sólo si comenzamos por el corral de las aves gigantes —dijo James, guiñando un ojo.


II

Kanai y Puali se apresuraron a reunirse con Ikaia. Tenían noticias muy importantes para él. Se acercaron al jefe y comenzaron a hablar en su propio idioma.

—Jefe Ikaia, debemos hablar con urgencia —dijo Puali, trotando al lado del aludido, que caminaba a paso veloz.

— ¿Podría detenerse un momento? —solicitó Kanai, que estaba del otro lado. Ikaia se detuvo en seco, y los otros dos nativos pasaron de largo. Apenas se dieron cuenta, frenaron y regresaron con el jefe.

— ¿Qué es lo que sucede? ¿Han averiguado algo? —preguntó el Kawana, alternando la mirada entre los dos nativos.

—Sí, y es muy grave —dijo Puali, estrujándose las manos—. En mi incursión a la aldea Kozuga pude averiguar mucho. Gracias a que me atraparon pude conocer las cosas de cerca.

— ¿Te atraparon? —preguntó el jefe, abriendo grandes los ojos — ¿Cómo pudiste escapar?

—Esa chica del pelo amarillo me ayudó —respondió señalando a Grethel, a la distancia—. Pude escuchar varias conversaciones de los guardias. Ellos hablaban libremente delante de mí porque estaban seguros de que me iban a encerrar.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora