A la hora convenida, los que habían salido a recorrer las cercanías comenzaron a reunirse de nuevo en la playa. James, Grethel y Margaret habían recolectado algunas caracolas y esperaban a que el resto llegara. No habían podido hacer mucho en las cuatro horas que estuvieron ahí, pero no fue por falta de tiempo sino porque la playa no ofrecía muchas cosas para explorar. La recorrieron en su extensión total unas cuatro veces, pero solo vieron algunos insectos curiosos y un par de plantas coloridas. Sabían que lo más interesante estaba adentro de la jungla, así que el imaginarse todo lo que se iban a perder los hacía indignarse aún más.
—No nos amarguemos tanto, quizá nos dejen dar un vistazo aunque sea unos minutos —dijo Margaret esperanzada
—No lo creo, Maggie. Mañana se van todos y el barco se irá también —respondió el joven mientras surcaba el suelo con una rama. La arena saltaba con furia hacia todos lados.
— ¿Podrías dejar de quejarte al menos un rato? —espetó Grethel. Arrancó la rama de la mano del chico y la arrojó hacia atrás—. Si tanto quieres entrar a la selva, ¿por qué no lo haces y ya?
James levantó la vista del suelo y miró a Grethel con el ceño fruncido.
—No me gusta desobedecer, menos a mi padre. Sería una locura hacer algo que perjudique su trabajo.
La rubia se agarró la cara con las manos y soltó un bufido que terminó en suspiro.
—Ya tienes edad suficiente para que hagas tu vida. Mi madre se casó a tu edad.
Margaret tragó saliva con fuerza, recordando que eso le esperaba a ella al regresar a casa. Sacudió la cabeza, alejando ese pensamiento, y decidió intervenir.
—Deja que haga lo que quiera. Está bien si no quiere desobedecer —. Hizo una pausa y miró hacia atrás—. Pero no estaría mal echarle un vistazo a la jungla antes de que el barco zarpe de nuevo.
— ¿Tú dices? —preguntó James, comenzando a considerar la idea.
—Podríamos hacerlo. Mañana insistimos en bajar a la playa para despedir a los que se van, y de paso conocemos los alrededores —contestó la chica.
—Mmm, no es mala idea. El problema es que nos den el permiso para bajar —dijo James, tocándose el mentón con el dedo índice—. No pensarás en escaparnos ¿no?
Margaret asintió suavemente con la cabeza, esbozando una sonrisa pícara. James le devolvió la sonrisa y Grethel gruñó por lo bajo.
—No entiendo por qué cuando yo lo propongo te enojas, pero cuando ella dice lo mismo lo aceptas como la mejor idea del mundo —. La chica se cruzó de brazos y fusiló a ambos con la mirada. James alzó las cejas y se quedó con la boca a medio abrir, sin que se le ocurriera algo para rebatirla. Margaret no se dejó intimidar.
—Grethel, es por la forma en que lo dices. Si fueras más cordial, las cosas serían distintas.
—Como sea. Ya es hora de irnos —dijo ya sin interés en la discusión. Se giró y empezó a caminar hacia la playa.
— ¿Nos vas a acompañar mañana? —le preguntó James. Grethel se detuvo y lo miró de soslayo.
—No. Me quedaré.
El regreso al barco fue rápido y silencioso. Al llegar, todos se cambiaron la ropa y fueron a almorzar. Luego de comer y con las energías renovadas, comenzaron a hablar de lo que habían visto. Las conversaciones se superponían unas a otras, formando un coro bullicioso. James no sabía a quién prestarle atención, hasta que se volcó por la narración de Angus y Ágatha. Con detalles aún frescos, les contaron a los tres jóvenes el panorama de lo que habían visto.
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La Isla de los Cristales
AdventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...