Ya en las vísperas de la llegada, Margaret y James se habían reunido en el camarote de este último para pasar el rato. Grethel estaba durmiendo una larga siesta, y no podían subir a cubierta porque había mucho movimiento. La chica se había sentado en una silla, y comenzaba a aburrirse porque no había mucho por hablar; además se sentía un poco incómoda debido a que hacía mucho que no estaba a solas con James. Cruzó los brazos sobre la mesa y se quedó en silencio, esperando que su amigo dijera algo. Sin embargo a él tampoco le salían las palabras, por las mismas razones que a Margaret, así que se tumbó sobre su cama y se quedó mirando el techo. Al cabo de unos minutos la joven se sintió como una tonta al no estar haciendo nada productivo, por lo que le preguntó a James si podía ver las cosas que había traído.
—Por supuesto, mira todo lo que quieras —respondió él, sentándose.
Margaret se dirigió al armario y empezó a husmear, aunque siempre con cuidado. Hojeó algunos libros y luego se puso a ver la carpeta donde James guardaba sus dibujos.
— ¿Los hiciste tú? —preguntó la chica, extendiéndole la carpeta a James. Este se sentó y se la recibió.
—Sí, me gusta dibujar, pero apenas soy un principiante.
—Tonterías, estos dibujos están muy buenos —dijo Margaret, sentándose en la cama junto a él.
—Bueno, gracias. Debería dibujar más a menudo. No estoy muy inspirado últimamente.
James estuvo un buen rato mostrándole los dibujos, y contándole la historia de cada uno. Se rieron al ver las caricaturas que el chico había hecho de sus compañeros de clase y de otras personas que no le agradaban.
—Creo que odias a esta gente —comentó Margaret entre risas.
—Así es. Dibujarlas de esa forma me ayuda a desquitarme.
— ¿Y qué han hecho para no caerte bien?
James lo pensó un momento. Hacía tanto tiempo que no veía a esas personas que se había olvidado.
—Mis compañeros de clase no me toman muy en serio, sobre todo este de aquí —señaló un dibujo de Boyd—. Es muy alto y corpulento, y se burla de mí porque vivo leyendo y no soy tan sociable. Unos días antes de empezar el viaje, me dio una golpiza terrible.
Margaret lo miró levantando las cejas, sorprendida de que alguien pudiera hacerle eso a una persona tranquila como James.
—Qué injusto. Me imagino que les habrás hecho pagar.
James se rio, pero negó con la cabeza.
—No, a mí no me gusta pelear. No pude defenderme a los golpes, pero sí pedí ayuda. De alguna forma le hice pagar, porque la policía fue a entrevistarlo después del incidente. Me pregunto qué castigo le habrán dado...
Margaret dejó escapar un silbido de asombro. La mayoría de los chicos que había conocido no hubieran actuado como James.
—Mis padres me obligaban a asistir a reuniones con otros jóvenes de la clase alta. Los odiaba con todo mi ser, porque no eran más que un puñado de hipócritas. Los chicos eran todos unos fanfarrones, compitiendo para ver quién tenía más riquezas, y las chicas vivían chismoseando y criticándote. Como te dije tiempo atrás, nunca tuve amigos reales.
—En eso no somos tan diferentes, después de todo. Yo tampoco tenía amigos, aunque al principio sí los tuve. Lo que pasó fue que, desde que empecé a ser el blanco de los matones de la escuela, los pocos chicos que se juntaban conmigo me dejaron por miedo a que a ellos les pasara lo mismo.
—Qué cobardes —dijo Margaret, moviendo la cabeza disgustada.
—Sí, pero eso ya es cosa de otro mundo. No los volveré a ver en un largo tiempo.
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La Isla de los Cristales
PertualanganA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...