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El día anterior el barco había pasado por Cabo Verde y las islas vecinas. Todo un día lo dedicaron a restablecer víveres y hacer algunas tareas de mantenimiento a bordo, así que los pasajeros aprovecharon la ocasión para bajar a tierra y conocer el lugar. Grethel se sentía muy aliviada de no tener que esconderse más, así que recorrió los alrededores con toda libertad. De cerca la seguía James, para evitar que se metiera en problemas. Pero nada malo pasó, por lo que todos disfrutaron al máximo el poco rato que estuvieron allí, muy contentos de haber variado el paisaje. Cuando regresaron a bordo, ya al atardecer, estaban tan cansados de caminar que muy pocos se presentaron a cenar. El barco salió del puerto un par de horas después, aprovechando la benéfica brisa que comenzaba a correr.

La tarde del día siguiente, James y Grethel subieron a cubierta para estirar las piernas. Habían dormido hasta casi el mediodía por la fatiga del día anterior, la cual era comprensible ya que hacía casi un mes que no hacían mucho ejercicio. Aunque conversaron un buen rato de cosas triviales, acabaron por aburrirse y se quedaron en silencio, observando el mar. Edgard pasó junto a ellos y los saludó con amabilidad.

— ¿Cómo están mis jóvenes tripulantes?

—Muy bien, gracias —respondió James.

—Yo estoy aburrida. No hay mucho que hacer en este barco —soltó Grethel con sinceridad. James la miró con desagrado por atreverse a responderle así a un superior, pero Edgard no pareció inmutarse.

— ¡Pues están de suerte! ¿Les gusta pescar? —preguntó el hombre, con su habitual simpatía.

James y Grethel se dirigieron una mirada confundida.

—Claro —respondió el chico espontáneamente—. Aunque hace años que no lo hago.

—Yo jamás he pescado. Mi padre nunca me enseñó —comentó Grethel con un dejo de resentimiento.

—Entonces síganme. Les prometo que se van a divertir.

Edgard los condujo hacia la bodega. Allí les entregó una caña de pescar a cada uno, y tomó una caja con aparejos. De nuevo en cubierta, les explicó cómo armar la caña y cómo se usaba. Antes de irse les entregó un tarro con carnada, la cual no olía muy bien, y les deseó suerte.

Pasó una hora, y los jóvenes no lograban pescar nada. El hilo se les había enredado varias veces con las partes del barco, y algunas ocasiones precisaron de que un marinero los ayudara. Grethel se había clavado el anzuelo en un dedo, y gritó como loca hasta que James se lo quitó. Ya se habían cansado de tantos accidentes y de no pescar nada, hasta que el muchacho consiguió sacar un pez. Era bastante pequeño para su gusto, pero dio un grito de triunfo al tenerlo en sus manos. Lo malo es que, aún vivo, el animal se zafó de sus manos y fue a parar al vestido de Grethel. Espantada, la chica se echó hacia atrás y cayó al suelo, pataleando para alejar al pobre pez. El animalito no tardó en apartarse a los coletazos, mientras James decidía entre capturarlo de nuevo, reírse o ayudar a Grethel. Al final hizo lo último mientras aguantaba las risas, y luego corrió varios metros intentando atrapar al pez. Un fornido tripulante logró hacerse con el animal, y se lo entregó a James, luego de arrancarle la cabeza con la mano. El joven miró su presa con desagrado, pero la recibió y le dio gracias al marinero. Al regresar junto a Grethel, el pez aún se movía con pequeños espasmos, y la mano del chico estaba manchada con sangre, escamas y algo viscoso.

—Aleja eso de mí o te tiro por la borda —sentenció Grethel, señalando el pescado con el dedo.

—Pobrecito, yo iba a devolverlo al mar —se lamentó James, poniendo el pez en una cesta—. Era muy pequeño y no creo que logremos pescar otro más.

—Hay que seguir intentando, no te rindas tan fácil —lo apremió la chica, ablandando el rostro, aunque no mucho el tono.

Haciéndole caso, James volvió a lanzar la caña. Pasado un rato, y viendo que ningún pez tiraba del anzuelo, comenzó a enrollar la tanza. Se asombró al notar que estaba más pesada de lo normal.

—Creo que he atrapado algo —anunció ante la mirada curiosa de Grethel.

Cuando recuperó toda la tanza, quedó extrañado por encontrar enganchado en el anzuelo un interesante trozo de tela. Era bastante gruesa y tenía algunos bordes quemados. Luego de desengancharla, fue a mostrársela a Edgard.

—Esto es sin duda un fragmento de vela —dijo el hombre mientras la palpaba.

— ¿Qué hacía flotando en el mar? —quiso saber James.

—Posiblemente ha habido un naufragio cerca, quizá causado por una tormenta.

—Pero no nos hemos encontrado con ningún naufragio, ¿será que las olas la arrastraron lejos?

Edgard pensó un momento y meneó la cabeza.

—No, es algo reciente. Si no fuera así, ya se hubiese hundido en el mar.

Con la duda aun dándole vueltas por la mente, James regresó a donde estaba antes. Se le habían ido del todo las ganas de pescar, así que bajó a la bodega junto a Grethel a guardar las cañas. Durante el transcurso le contó a la muchacha sobre la tela, y siguieron hablando de eso al regresar a cubierta.

—Es extraño, si no han encontrado restos de ningún barco, no me explico de dónde ha salido ese fragmento —comentó Grethel. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, sin ninguna respuesta o acotación por parte de James.

Ya habían decidido regresar a sus camarotes para buscar otra cosa que hacer, cuando algo los hizo frenar. Un marinero que estaba sobre el puesto de vigilancia dio un anuncio en respuesta a todas sus inquietudes.

Con fuerte voz, exclamó:

— ¡Atención! ¡Naufragio a la vista!

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora