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—Cuéntame el plan—dictaminó Ikaia.

—La idea es que yo vaya al barco en un bote, simulando que llevo a un par de rehenes. Una vez arriba, le inyecto el antídoto a Clément y me hago con el control del barco —explicó Arkan, haciéndolo parecer simple.

—No le veo muy buen resultado —comentó Angus—. Aquí en la playa estamos expuestos, así que pueden ver todos nuestros movimientos. Sin dudas Clément ya notó que desertaste su bando.

Arkan se palmeó la frente al darse cuenta de su descuido.

—Oh, me había olvidado de eso. Cuando lo pensé hace un rato parecía un buen plan.

—Podemos atacar el barco de Clément con el nuestro —dijo James.

Varios asintieron, dándole la razón al joven.

—No sabía que contábamos con eso a nuestro favor. Me parece una buena idea —dijo Arkan, conforme.

—Espero que no esté muy lejos, porque corremos el riesgo de que Clément zarpe de un momento a otro —planteó Angus.

—Se les puede dar caza en el océano si es necesario —opinó Wilson.

—Es cierto. La Bella es un barco muy veloz. Les alcanzaremos en seguida —concordó Arkan.

Como todos estuvieron de acuerdo, comenzaron a hacer los preparativos para llevar a cabo el plan. Partirían lo antes posible hacia donde Edgard dijo que estaba el barco. Algunos irían en el carro automático, otros en los botes y el resto a pie, bordeando la costa. Confiaban en poder estar a bordo antes de las dos horas.

Theodore y seis más se fueron a pie a buscar el carro automático, y de paso intentarían conseguir más armas en la fortaleza de Clément. Mientras ellos hacían eso, otros ocho subieron a los botes y comenzaron a remar cerca de la orilla, así cuando avistaran el barco, podrían ir hacia él más rápido. El resto se fue caminando por la playa, para bordearla y así acortar distancias hasta que encontraran el barco.

Entre estos últimos se encontraban James, Margaret, Grethel y Ariadna. Como no debían hacer más que caminar, se pusieron a conversar para matar el tiempo.

—Me pregunto cómo haremos para atacar el barco. El nuestro tiene cañones, pero no sé si será suficiente —comentó James, mientras se limpiaba los restos de pintura que le quedaban en la cara.

—Las balas de cañón harán combustión con el líquido de los cristales, haciendo estallar todo —razonó Ariadna, masajeándose el mentón.

—Entonces sólo hay una forma para que no sea destruido. Debemos asaltarlo —declaró Margaret—. Yo misma subiré y le daré una lección a ese Clément.

Los tres la miraron, extrañados. No podían creer que la pacífica Margaret estuviera diciendo eso.

— ¡Así se habla, Maggie! —la alentó Grethel.

—Supongo que las lecciones de esgrima que tomaste al final serán de utilidad —comentó James con optimismo.

—Eso espero. Quizá estoy algo oxidada porque hace meses que no practico. Pero, sin intención de alardear, creo que tengo un buen nivel.

—Entonces sabes pelear. Eso es bueno —opinó Ariadna con positivismo—. Pero ¿Cómo se si eso es cierto?

Margaret sonrió con picardía, adivinando sus intenciones. Le pidió a Grethel el sable que llevaba, y se lo entregó a la mujer. Luego adoptó una posición de ataque, tomando la espada con ambas manos e inclinándose ligeramente. Ariadna soltó una carcajada, pero aceptó el desafío.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora