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Los exploradores se habían levantado muy temprano, con el objetivo de reanudar el viaje lo antes posible. Ágatha y Angus se habían ofrecido a preparar el desayuno para sus amigos, así que luego de reavivar un poco la fogata, pusieron a calentar agua. Jeff aún dormía en su tienda, que compartía con Angus, y Amanda había salido a recorrer el claro en busca de animales.

—No sé por qué, pero deseo que esto termine pronto —comentó Ágatha mientras se sentaba en una piedra.

—Quizá estás cansada. Además, el no saber qué es exactamente lo que tenemos que hacer es desconcertante —opinó Angus. Luego de sofocar un bostezo, continuó—: Aunque en unas horas, cuando lleguemos al lugar del que me habló Edgard, probablemente cambies de opinión.

—Eso espero. Aunque, sobre todo, espero no morir atravesada por una flecha o algo así —dijo con tono escéptico.

— ¿A dónde se fue tu optimismo? —Angus sonrió mientras negaba con la cabeza—. Mira, Amanda ya está regresando. Será mejor que preparemos el té. Iré a despertar a Jeff.

Ágatha asintió con pocas ganas, pero se puso de pie y echó el agua en una vieja tetera de metal para preparar la infusión. Amanda llegó enseguida y le ayudó a llenar las tazas.

Desayunaron en silencio, a excepción de Amanda, quien no paraba de hablar de todos los animales que había visto en su breve salida. Jeff y Angus la escuchaban tratando de interesarse, pero Ágatha estaba concentrada en sus propios pensamientos. Momentos después, Edgard los visitó para avisarles que partirían en diez minutos. Sin quejarse, los cuatro desarmaron y guardaron sus respectivas tiendas. Se quedaron esperando de pie mientras los demás terminaban de prepararse, hasta que por fin Edgard dio la orden de marcha.

A media mañana, el guía los hizo detenerse. Había descubierto una pequeña escultura en el camino, y la contemplaba con sumo interés y alegría. Angus se le acercó, con curiosidad por su reacción.

— ¿Puedo saber qué es eso? —preguntó Angus, señalando la roca tallada con forma de cabeza de un ave exótica. Edgard lo miró con una sonrisa y se alejó un paso para permitirle ver mejor.

—Es una marca de ruta. Una señal en el camino que indica a qué distancia estamos —respondió. Se agachó y acarició la rugosa textura de la piedra—. Esta nos indica que falta muy poco para llegar. Estaremos con los nativos antes de lo previsto.

—Qué bien. Mis compañeros ya se están desmoralizando. Esto de no saber qué rayos tenemos que hacer los tiene mal.

—Paciencia, ya llegará el momento de saber. Lo importante es que no pusieron objeciones ni se enfadaron. Las cosas que conocerán pronto los harán olvidarse de su desánimo—. Edgard se puso de pie y estiró la espalda, la cual crujió con un sonido seco.

Angus le dirigió una mirada interrogante, pero Edgard lo ignoró. Se excusó y ordenó seguir la marcha, dejándolo con mucha más curiosidad que antes.


II

El suave trino de un ave despertó a James de su profundo sueño. Su intención había sido mantenerse despierto y alerta hasta que se hiciera de día, pero el ataque del felino había diezmado todas sus energías. Se sentó con mucho esfuerzo y miró hacia su costado izquierdo, donde Margaret aún yacía inconsciente. La observó apenado durante unos segundos, interrumpido por un dolor agudo que le atravesó la cara. En ese momento recordó la cortada que el animal le había hecho con sus filosas garras. Se puso de pie con lentitud y fue a lavarse al rio. Bebió toda el agua que pudo y cargó su cantimplora, regresando luego al lado de su amiga. Con delicadeza le lavó la cara, esperando que eso la ayudara a despertarse. Como nada pasó, decidió comer algo y revisar el estado de las provisiones.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora