Bajo el sol de media tarde, Margaret estaba situada bajo el palo mayor, mirando hacia arriba y con una mano haciéndole sombra en la cara. El objeto de su atención era James, quien, tembloroso, intentaba escalar la red de sogas que conectaba el mástil con la barandilla del barco.
—Vamos James, ¡tú puedes! —alentó la chica.
Su amigo había logrado subir ya metro y medio, pero le costaba seguir por su miedo a las alturas. Grethel se había unido al desafío, pero ya había pasado los tres metros de altura, y seguía subiendo con entusiasmo.
—Espera, iré en tu ayuda —comunicó Margaret, viendo que James se había estancado.
Buscó el tramo de soga más cercano y comenzó a trepar.
—No tengas miedo, no va a pasarte nada. Debes confiar en tus manos —le intentó infundir confianza una vez que llegó a su lado.
James la miró con los ojos muy abiertos por el susto, pero sonrió para disimular. Estiró una mano hacia arriba y se sujetó con fuerza. Luego subió un pie, enganchándolo en la red, y así sucesivamente hasta pasar otro metro más.
—Muy bien, sigue así —lo animó la chica, siguiéndolo desde abajo.
A paso lento, James logró llegar hasta el puesto de vigilancia, que consistía en unas tablas horizontales aferradas fuertemente al mástil, a modo de base. Trepó sobre ellas y se quedó en cuatro patas, agarrado de la madera como un gato. Grethel ya estaba allí, contemplando a su alrededor, maravillada. Margaret subió después, y se puso de pie con agilidad. Le tendió una mano a James, ayudándolo a pararse. El chico miró hacia abajo, pero eso le dio un poco de vértigo.
—Oh, lo siento —dijo James, porque sin darse cuenta le había apretado la mano con mucha fuerza—. Como notarás, las alturas me marean un poco.
—No hay problema. Pero mira, ¡has logrado subir hasta aquí! —le señaló con entusiasmo.
El chico estaba por darle las gracias, cuando Grethel se le acercó y le dio una palmada en la espalda. Este retrocedió un paso y miró a la chica con furia.
—Jamás vuelvas a hacer eso —exclamó con susto. Grethel se encogió de hombros.
—Lo siento. Quería felicitarte también.
—Está bien, creo que todavía me falta mucho para vencer mi temor a las alturas.
—Hasta ahora lo has hecho muy bien. No creo que te falte tanto —lo elogió Margaret con una gran sonrisa.
Los tres se quedaron en silencio por un momento. Se sentaron sobre las tablas y se quedaron mirando hacia el mar. Fue James quien rompió el silencio.
— ¿Y qué piensas hacer, Maggie, cuando regreses?
La chica se sorprendió porque hasta ahora nunca la habían llamado con ese apodo, pero se quedó pensando un buen rato.
—Falta mucho para eso. La verdad, no lo sé.
—Pensé que estarías preocupada por tus padres. Si es tu deseo, podrías enviarles una carta para explicarles tu situación, quizá si tocamos puerto en Brasil —propuso el chico.
—No creo que ellos estén preocupados por mí en este momento, así que no me parece algo tan importante. De todos modos, mi viaje iba a ser por varios meses, así que mis padres no se extrañarán de que dure mucho —. Su mirada, hasta el momento con un dejo de tristeza, se endureció—. En algún momento se enterarán del naufragio, pero creo que está bien que sufran un poco por mí.
—Por lo que dices, es lo que merecen. Yo haría lo mismo —la apañó Grethel.
James se inquietó con el resentimiento de Margaret hacia sus padres. De Grethel lo hubiera esperado, pero no de ella. A él jamás se le habría ocurrido rebelarse contra su padre, y eso que no era una persona muy cariñosa con él.
—A todo esto, ¿Cómo es que una chica de la alta sociedad sabe escalar por cuerdas? —le preguntó el joven a Margaret, cambiando el tema.
—Uno de los jardineros que trabaja en casa es un marino retirado. Yo ya me había aburrido de pasarme las horas leyendo y tocando el violín. Así que un día decidí hacerme su amiga, y le pedí que me enseñara algunas de sus habilidades de marino. Aprovechando los momentos en que mis padres no estaban en casa, me enseñó a trepar árboles y sogas, a hacer nudos e incluso a pelear con espada.
James y Grethel la escucharon muy atentos. El chico en particular estaba maravillado, ya que Margaret nunca dio a entender que supiera tantas cosas. Para ella no eran nada importante, solo una diversión. Eso la hizo apreciarla aún más.
—Me dejas de una pieza —se expresó el chico, sin saber qué más decir.
—Yo no sé hacer nada de eso —admitió Grethel, sin que le importara—. A no ser que limpiar, cuidar niños y ser fugitiva sirva de algo —añadió entre risas.
—Seguro te servirá cuando te cases y tengas hijos, si es lo que quieres —comentó Margaret con malicia, balanceando los pies en el vacío. Grethel puso cara de asco.
—En ese caso, lo de ser fugitiva me vendrá de maravilla —bromeó con una carcajada—. En realidad, no tengo intenciones de casarme. Me parece una ridiculez.
— ¿No hay ningún chico por ahí que te siga de cerca?
Grethel entornó los ojos y pensó un rato.
—No lo creo, suelo espantar a todos. Pero no es a propósito, ¿sabes? Creo que se alejan por mi carácter bravucón. Por mí, mejor. Prefiero que me acepten así como soy.
—Claro, comprendo. Son puntos de vista. ¿Y tú, James? ¿Qué opinas?
El joven la miró y se encogió de hombros.
—Creo que no es tiempo de que piense en eso todavía. Aún tengo muchas cosas por hacer.
Margaret asintió, de acuerdo con sus palabras. Reflexionando en eso, miró hacia el mar.
—Pienso lo mismo. Aunque a veces la vida no te da elección.
James se preguntó qué había querido decir su amiga. Pero ya no se atrevía a hacerle más indagaciones, porque era un plano muy personal. Además, como ella dejó de hablar del tema, pensó que era algo que la afectaba mucho. Quizá habría otra ocasión para preguntarle.
Los tres se quedaron un rato más allí arriba, charlando de otras cosas. Cuando vieron que el sol ya se estaba ocultando decidieron bajar, porque en cualquier momento los llamarían para la cena.
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La Isla de los Cristales
AventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...