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Luego de descansar unas horas, Angus, Ágatha y Amanda se levantaron y acudieron a la cabaña del Inventor para ver si había resuelto la fórmula. Lo encontraron muy concentrado resolviendo ecuaciones en su cuaderno, con varias tazas vacías alrededor de la mesa. Levantó la vista y les dirigió una mirada vaga, tras lo cual volvió a sumergirse en sus números. Angus se fue a su lado y se inclinó para ver qué escribía. El Inventor se giró hacia él, un poco molesto.

— ¿Qué quieres?

— ¿Ya resolviste la fórmula?

Theodore se quedó pensativo, mirando hacia la lejanía, hasta que volvió a la realidad.

—Ah, por supuesto —dijo en un tono alegre—. Lo siento, ya lo había olvidado.

Se puso de pie y guio a los demás hacia la gran mesa con el laboratorio. Tomando sus apuntes, les explicó todo lo relativo a la fórmula.

— ¿Cloro y sal? —dijo Angus, sorprendido. Theodore esbozó una sonrisa y afirmó con la cabeza.

— ¡Exacto! Tu hijo reaccionó igual cuando se los dije.

— ¿James? ¿Le enseñaste la fórmula? —preguntó Ágatha, con un mal augurio. Angus comenzó a mudar su expresión de asombro en una de disgusto.

—Sí, a él y a las jovencitas. Vinieron y me insistieron tanto que tuve que hacerlo.

— ¿Por qué no nos avisaste a nosotros apenas lo descubriste? —cuestionó Angus, ya enojado.

—Porque pensé que estarían muy cansados. No quería molestarlos —expresó Theodore con sinceridad.

—Estuvimos trabajando todo el día en eso, claro que estábamos cansados ¡Era de vital importancia que lo supiésemos cuanto antes! —exclamó el hombre, acercándose al Inventor con paso firme.

—Ya sé que es importante, pero igual pensé que los jóvenes iban a contarles. Por eso se fueron tan rápido, ¿o no?

—Nunca vinieron a contarnos nada. Hace desde anoche que no los vemos —dijo Amanda comenzando a preocuparse.

—Entonces no sé dónde habrán ido —repuso Theodore, restándole importancia.

Enojado, Angus se arrojó contra él y empezó a sacudirlo de los hombros.

— ¡¿Cómo que no sabes dónde se fueron?! —estalló con la mirada encolerizada.

— ¡Cálmate, que no llegarás a nada con eso! —suplicó el hombrecito, sin dejarse amilanar por la actitud de Angus. Este inspiró gran cantidad de aire y lo exhaló con un largo suspiro. Luego soltó a su víctima, quien hizo un paso atrás y se acomodó la ropa.

—Explícame lo que sucedió —exigió Angus, más calmado pero con porte amenazador.

—Ya te dije: los niños vinieron a preguntarme si ya había resuelto la fórmula. Entonces les mostré lo que significaba e hicimos un experimento para comprobarlo. Luego ellos salieron de la cabaña y no los volví a ver.

— ¿No dijeron a dónde iban? —preguntó Ágatha, intercediendo para que Angus no perdiera los estribos.

—Hum... no escuché mucho. Recuerdo la palabra "kakapo" y que llamarían a Puali —respondió Theodore, mesándose el bigote.

—De seguro se fueron a buscar a Edgard para contarle lo de la fórmula. ¿Qué otro motivo tendrían para irse, si no? —opinó Amanda. Se volteó hacia la puerta abierta de la cabaña, desde donde comenzaba a asomarse la claridad del amanecer—. ¿Hace cuánto que se fueron?

—Hace cuatro horas, creo. Si se mueven en kakapo, deberían llegar a destino en tres horas, si es que no paran a descansar.

Angus meneaba la cabeza con los brazos cruzados. Parecía estar conteniéndose de no estallar otra vez.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora