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—No puedo creerlo —agregó Theodore, contemplando el cuaderno con los ojos brillosos de la emoción—. Poco antes de ser apresado por los kozuga, Wilson me contó que había podido sintetizar el neutralizador durante su "descanso" en Cleverville. Aunque no hizo tiempo de detallarme el proceso, al parecer dejó una copia escondida en este diario, con instrucciones de que tú lo tuvieras, James.

— ¿Pero por qué yo? —Se preguntó el joven, maravillado pero a la vez confundido—. ¿Qué tengo de especial para eso?

—No lo sé, lo sabrá tu tío. Quizá lo dejó como una copia de seguridad por si las cosas fallaban aquí. Seguro confiaba en que harías lo correcto y que sabrías descubrir el mensaje.

— ¿Qué clase de fórmula es esta?— inquirió Ágatha al contemplar las letras y símbolos sueltos del diario—. No seré experta en química pero algo sé, y de aquí no hay nada que reconozca.

—Aún tengo que pasar en limpio la escritura para que la contemplemos en su totalidad, pero estoy casi seguro de que contiene símbolos que usaban los alquimistas en la edad media, combinados con términos y abreviaturas actuales —respondió el Inventor.

— ¿Hay alguna forma de traducirlo todo?— preguntó Angus.

—Seguro. Tengo un libro que me refrescará la memoria —afirmó y se fue al rincón donde estaba su polvorienta biblioteca. Luego de tomar un espeso volumen bastante antiguo, regresó con los demás.

—Eso debe tener como cien años —dijo James, maravillado con el viejo libro.

—Así es, ciento treinta —aclaró Theodore—. Es una enciclopedia que reúne los conocimientos científicos de la antigüedad, alquimistas incluidos. Vamos a ver si encontramos el significado de esos símbolos.

Luego de poner el libro sobre la mesa, lo abrió y comenzó a pasar las páginas con rapidez. Varios comenzaron a estornudar, pero la curiosidad los hizo quedarse. Luego de revisar el tomo de principio a fin un par de veces, Theodore encontró lo que buscaba.

— ¡Aquí está! Esta es una de las primeras tablas de elementos químicos que se crearon. Lo que queda ahora es traducir la fórmula del diario. Pero déjenme la tarea a mí y vayan a descansar, se lo merecen.

La mayoría estuvo de acuerdo y se fue a dormir un poco. En cambio, James, Margaret y Grethel estaban ansiosos por conocer el significado de la escritura, aunque no entendieran nada de química. Theodore por poco no los echa de su cabaña, ya que parecían tener la intención de quedarse. Los tres salieron despacio y volvieron a la aldea. Al llegar se dieron cuenta de que no habían cenado, porque sus estómagos tronaban. Buscaron a Puali para que les diera algo de comer, pero no lo encontraron. Así que decidieron ir por sí mismos a la Choza Principal para ver si alguien los podía ayudar.

— ¿Hola? ¿Alguien por aquí? —llamó James, asomándose dentro del edificio.

—Parece que no hay nadie —dijo Grethel, y lo confirmó adentrándose en la choza—. Ni siquiera hay luz.

—Deben estar todos durmiendo —opinó Margaret—. Tampoco nos encontramos con ningún nativo cuando veníamos, salvo los guardias.

—Entonces tendremos que buscar algo. Iré por una antorcha —dijo el chico, alejándose de la entrada. Buscó una de las antorchas que alumbraban la aldea y se metió en la choza.

Entre los tres rebuscaron en todo el lugar. Estaba todo limpio y ordenado, así que no tenían muchas esperanzas de encontrar comida. Pero Margaret hizo el gran hallazgo en un rincón, donde había una cesta con pan. Estaba un poco seco, pero igual se lo llevaron. James propuso ir a ver si la fogata seguía ardiendo, así que allí fueron. Aún quedaban algunas lenguas de fuego que luchaban por sobrevivir, así que los tres aprovecharon y le echaron un poco más de leña. Cuando la llama creció un poco más, James ensartó algunos panes en tres ramas y se las pasó a sus amigas. Los tres se sentaron junto al fuego y acercaron los panes para que se tostaran.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora