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Por fin había llegado el día tan esperado y planeado por Angus. Había reunido a varios de sus colegas en la cubierta, para intentar interrogar a Edgard. No todos habían accedido a ir, porque les incomodaba la situación o porque no les importaba. Así que, además de los tres de siempre, se encontraban Amanda, Thomas y Ethan. Una vez organizados, Angus los dirigió al camarote de Edgard, donde este se encontraba en aquel momento. Jeff abrió la puerta sin tocar, y entró primero. Uno a uno todos fueron pasando, hasta que Angus entró y cerró la puerta tras de sí.

Edgard había levantado la vista de su mapa, y los miraba anonadado. Nunca se hubiera esperado que un grupo de pasajeros se atreviera a entrar a su camarote sin siquiera llamar. Sin embargo, su carácter era demasiado bueno como para enojarse y echarlos sin tregua. Ese papel solo le pertenecía a Arkan.

—Buenas tardes —saludó a los recién llegados, cruzando las manos sobre la mesa—. Qué curiosa visita.

—Hola, Edgard —dijo Angus, avanzando un paso.

Edgard le sostuvo la mirada, presintiendo que algo no andaba bien.

— ¿Qué es lo que los trae por aquí? ¿Quieren noticias de la llegada?

—No exactamente —respondió Angus, poniéndose en frente del escritorio—. Es sobre otro asunto.

—Bueno, dilo. Responderé todas tus dudas.

Angus aflojó su expresión severa, y Ágatha y Jeff acudieron para ayudarlo.

— ¿Es cierto que vamos a rescatar a Wilson Tretford? —preguntó con voz firme.

Edgard hizo una expresión de desconcierto, a la que le siguió una breve risa.

—No entiendo lo que me dices, ¿qué clase de pregunta es esa?

—Una que necesitamos que respondas —rebatió Angus—. Sabemos que Wilson no está enfermo, sino que jamás logró volver de un viaje. ¿Quedó atrapado en la isla, verdad?

— ¿Quién te dijo eso? —preguntó Edgard, poniéndose muy serio.

—Lo averiguamos, y está comprobado —intervino Ágatha.

—Yo no sé nada. Hace varios meses que no veo a Wilson, así que no sabría confirmarlo. Sólo sigo las órdenes del rector de la UC. Si tienen alguna duda, hubiesen hablado con él antes de irnos.

—No mientas. Hay muchas cosas que nos están ocultando —increpó Angus, inclinándose sobre el escritorio y señalándolo con un dedo.

—Por favor, retírense de mi camarote. No quiero discutir por algo que no tiene sentido —ordenó poniéndose de pie. Se cruzó de brazos y los miró amenazadoramente—. Y cuando quieran hablar conmigo, no vengan en multitud como si fueran a lincharme. Les faltan los garrotes y los pinchos para parecerse a los cazadores de brujas.

Jeff se rio con el último comentario, pero le hizo un gesto a Angus para que se fueran. No había sido buena idea presentarse de a muchos. Si Edgard se sentía intimidado, más iba a esconderse en su caparazón.

Frustrado, Angus salió del lugar y se dirigió al comedor. Jeff y Ágatha lo siguieron, pero el resto del grupo se fue cada cual a su sitio. Estaban ilusionados con obtener una respuesta, pero la realidad les había reventado la expectativa como si fuera una burbuja de jabón.

Ya en el comedor, los tres se sentaron con desgana, y dedicaron algunos minutos a pensar en silencio.

—No te des por vencido, Angus. Quizá se nos presente otra ocasión oportuna —dijo Ágatha tratando de levantarle la moral a su decaído amigo.

Angus la miró y sonrió a medias, sin ganas.

—Ojalá pensara como tú. Pero el hecho es que falta una semana para llegar, y no logramos nada. Nos quedamos de brazos cruzados los tres meses de viaje, pudiendo aprovechar el tiempo para investigar. En realidad es culpa mía, no de ustedes, porque yo debí planear mejor las cosas.

—No te preocupes amigo, el que sepamos o no la verdad no va a afectarnos —razonó Jeff—. A bordo del barco no hay nada que pueda hacerse, más que especular. Cuando estemos en tierra, sobre la marcha, será la hora de pensar. Ahora mejor no te gastes.

Por lo visto Angus estaba de acuerdo con las palabras de Jeff, aunque solo lo demostró asintiendo suavemente. Luego de eso, se fue a la cocina y pidió café para todos. Al rato, un ayudante trajo el pedido más algunos croissants. Cuando el hombre se fue, Angus se sintió más animado para hablar.

—Bien, si vamos a relajarnos esta última semana, lo mejor es que empecemos dándonos un gusto.

Ágatha sonrió, deslumbrada ante los apetitosos croissants.

—Si hablas de empezar, hace desde el principio del viaje que vengo comiendo como cerda. Y lo seguiré haciendo hasta bajar de este barco —dijo sin vergüenza alguna.

—Ya me parecía Aggy que te habías puesto un poco rellenita —rio Jeff, tomando un croissant. Ágatha le dio un golpe en la espalda, pero también soltó una carcajada.

—Es muy inteligente lo que hago. Nadie sabe lo que pasará allí afuera, así que procuro cargar todo el combustible que pueda. Como hacen las plantas, fabricar almidón de reserva para el invierno.

—Sí, muy inteligente. Así quizá vayas más rápido, porque irías rodando —volvió a bromear Jeff, invocando al puño de Ágatha, que esta vez le pegó en el brazo. 

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora