Clément avanzó con porte dominante hacia el borde de las escaleras. Con un gesto de la mano le señaló a sus acompañantes, una media docena de marinos fornidos, que no hicieran nada. Miró todo el panorama desde ahí arriba, como si realmente fuera un ser superior. Cuando empezó a descender hacia la plaza, nadie se atrevió a acercarse ni a mover un músculo. Ikaia supo que él debía hacerse cargo de la situación, así que comenzó a caminar hacia Clément. Durante esos segundos todos pensaban que la situación iba a explotar apenas se encontraran ambos hombres. Ágatha buscó la mano de Angus, pero él notó el miedo en su mirada y la rodeó con sus brazos de forma protectora. Marcos y Ariadna, así como los guerreros corbes, estaban en posición defensiva, listos para actuar a la menor señal. Theodore aferraba su arma con fuerza, deseando dispararla cuanto antes aunque estaba vacía, y Wilson, de brazos cruzados, meneaba la cabeza con desaliento.
Pero al estar los dos hombres frente a frente, no pasó nada, al menos no de inmediato. Se observaron mutuamente, Ikaia con reprobación y Clément con burla. Los acólitos de este último se habían acercado, pero se mantenían a unos metros.
—Qué sorpresa verte por aquí, Ikaia. Pensé que nunca más iba a tener el privilegio de observar tu rostro —dijo mesándose la barba.
—A mí me sorprende verte tan diferente. ¿Qué pasó, te comiste un rinoceronte o qué? —retrucó el Kawana con desprecio.
—Un poco de experimentación por aquí y por allá. Claro, primero probé con mis queridos kozuga antes de encontrar la fórmula perfecta. Ellos sí estuvieron dispuestos a colaborar, al contrario que tus débiles hombrecitos.
—Mis débiles hombrecitos por lo menos tienen principios. Pero claro, tú ni siquiera sabes qué es eso —espetó Ikaia, manteniendo su posición—. ¿Y para qué piensas usar la fórmula?
—Todavía no me decido. Quizá venda una parte para desarrollo militar y me quede con la otra. Siempre soñé con tener mi propio imperio. Y ahora tú responde, ¿qué estás haciendo aquí? —de repente el tono de Clément se puso serio y amenazador.
—Solo pasábamos por aquí a buscar a unos amigos —dijo el kawana de forma circunstancial.
—Veo que han liberado a los prisioneros y a ese tonto de Wilson. Eso no me importa, porque en realidad nunca me sirvieron. Pero sepan que habrá serias consecuencias porque hayan venido sin invitación, ¿has oído?
Mientras Ikaia asentía de forma vaga, Clément alcanzó a ver algo que mudó su rostro en una mueca de rabia pura. En el medio de la plaza, tumbado en el suelo y sin vida, se hallaba su guardia personal.
— ¿Qué le han hecho a Maaku? —exclamó con los ojos exaltados de la furia.
— ¿Quién es Maaku? —inquirió Ikaia, pronunciando el nombre con cuidado.
Clément sujetó al líder corbes del cuello, y lo arrojó al suelo con violencia. Tras eso, salió corriendo hacia donde estaba el kozuga muerto. Al correr, se movía como un rinoceronte en plena carrera. Todos los que estaban cerca se alejaron varios metros, incluso los más valientes.
Al llegar junto al cadáver, se arrodilló junto a él y observó el enorme agujero del pecho y la expresión de su rostro, aún contraída en un gesto burlón. Dando un grito desgarrador, se puso de pie y miró alrededor con la cara enloquecida.
— ¡Malditos entrometidos! ¡Morirán todos, todos! ¿Saben todo el trabajo que me tomó crearlo? ¡Él fue mi experimento más exitoso! —exclamó con los brazos abiertos. Luego, se dirigió a sus hombres— ¡Destrúyanlos, y no tengan piedad!
El grupo de seis hombres, al que se le habían sumado tres más, salió corriendo y blandiendo unos garrotes, que parecían más letales que un rifle o una espada.
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La Isla de los Cristales
AdventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...