El viaje de regreso fue muy tranquilo, sin apenas contratiempos. James lo calificaría como "aburrido y poco emocionante" en su diario. Se habían acostumbrado tanto al peligro y los desafíos que ahora les costaba volver a retomar el ritmo pacífico que solían llevar.
Con el permiso de Wilson y Edgard, los marineros le enseñaron a James y Grethel cómo se hacían algunas de las tareas básicas del barco. Margaret se limitó a ser observadora porque el médico aún no le permitía hacer mucha fuerza. Además de pasar el tiempo colaborando con las tareas, los jóvenes se dedicaban a seguir escribiendo sobre sus aventuras, a leer y releer las novelas que tenía James, a pescar e incluso algunas veces a cocinar. Ninguno tenía mucha experiencia en esto último, pero un día el cocinero los vio tan aburridos que les propuso que lo ayudaran. Aunque al principio hicieron algo de desastre, sobre todo Grethel, lograron aprender a hacer pan y galletas.
Tocaron puerto en los mismos lugares que antes, pero igual se bajaron para estirar las piernas y recorrer la zona. Amanda había llevado algo de dinero para comprar recuerdos, y estaba desesperada por gastarlo. Se llevó al menos una cosa de cada lugar al que iban, llenando su cuarto de alfombras, tapices, vasijas, ropa artesanal, adornos y bisutería típica. Ágatha fue más recatada y solo compró algunas cosas que le parecieron interesantes, la mitad de ellas para regalar. A James le dio un instrumento de viento parecido a una flauta, que a diferencia de la flauta de los kozuga esta sí tenía un sonido agradable. Grethel recibió un collar con una piedra anaranjada, y a Margaret uno con una piedra verde. Con Angus fue más allá y le compró un bastón tallado en madera oscura, con forma de pájaro en el mango.
Pasaron las semanas, y se cumplieron los tres meses de viaje. Llegaron al puerto de Cleverville el 5 de mayo por la mañana.
Nadie se inmutó cuando dieron el anuncio de que habían llegado. No podían creer que ya estaban en casa. Los casi siete meses que habían pasado afuera les habían parecido una eternidad, e incluso algunos se habían mentalizado de que no iban a regresar.
Todos pusieron en orden sus pertenencias y las iban sacando fuera de los camarotes, sobre la cubierta. Una vez que el barco estuvo junto al muelle, los marineros tiraron el ancla y situaron unos largos tablones como puente para poder descender.
—No puede ser que ya hayamos llegado —soltó James, junto a la barandilla. A su lado en el suelo estaba su equipaje, esperando a que el joven se decidiera a bajar.
—Todo llega a su tiempo. La vida sigue —dijo Grethel, que sí estaba ansiosa por salir del barco de una vez por todas.
—Tienes razón. Solo me pregunto cómo continuará a partir de ahora —expresó Margaret, sujetando su pequeño bolso con firmeza. Aunque cuando la rescataron no tenía absolutamente nada, entre Ágatha y Amanda le habían regalado algunas cosas.
—No puedo responderte eso con certeza, pero solo espero que estemos los tres juntos para averiguarlo —dijo James, mirando a sus amigas con una sonrisa.
—Tenlo por seguro —aseguró Grethel guiñándole el ojo y dándole unas palmaditas.
Margaret no dijo nada, solo le dedicó al chico una intensa mirada y una sonrisa que valían más que una promesa.
Luego de quedarse un buen rato observando a la Bella, que había sido su hogar durante la mitad de un año, decidieron bajar. Los demás ya lo habían hecho y los esperaban junto a unos carruajes, salvo Edgard, Wilson y Arkan, que estaban terminando de ordenar las cosas a bordo.
— ¿Y tú qué harás, Maggie? —preguntó Grethel de repente, mientras se dirigían con el resto del grupo.
—Ágatha me invitó a quedarme con ella hasta que le avisen a mis padres de mi regreso. Decidimos que es mejor así, antes que caerles de sorpresa.
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La Isla de los Cristales
AdventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...