59

3 1 1
                                    

— ¡Hombre al agua! —gritó Jeff al ver cómo Marcos saltaba hacia el mar.

Arkan, que estaba a su lado, sacó el catalejo y contempló al sujeto que nadaba.

— ¿Estará buscando a alguien? —preguntó Jeff, mientras seguía la trayectoria de Marcos.

—Es buen nadador. Parece que se dirige hacia aquí —fue la respuesta de Arkan.

En efecto, a los pocos minutos el hombre llegó cerca de la Bella. Walter Fry debió haberlo visto también, porque ordenó a unos marineros que le arrojaran una soga para subirlo. Marcos estaba muy cansado para trepar, así que se ató la soga en el cuerpo y lo elevaron.

Una vez arriba, el hombre se dejó caer al suelo, mientras respiraba con dificultad. Muchos lo rodearon, ansiosos de saber qué había ocurrido y cómo estaban las cosas en el otro barco.

—Theodore, necesito a Theodore —fue lo único que dijo apenas se recuperó.

El hombrecillo dio un paso adelante entre el grupo de personas. Se agachó frente a Marcos para poder escucharlo.

—Tu arma... la pistola con el rayo. Para aniquilar a Clément. Tráela.

Convencido por la urgencia de la petición, Theodore salió corriendo. Volvió diez minutos después, trayendo su Energizador ya cargado. Para entonces, Marcos estaba de pie y escurriéndose la ropa.

—Perfecto —aprobó. Se le notaba mucho mejor.

— ¿Quieres que le disparemos a Clément con eso? —objetó Walter.

— ¿Con qué, si no? ¡El sujeto es indestructible! No podríamos atarlo ni encerrarlo en ningún lugar —respondió Marcos, haciendo ademanes nerviosos.

—El antídoto que les di —señaló Arkan—, ¿no pudieron usarlo?

—Angus quiso inyectárselo a Clément, pero este se dio cuenta y lo arrojó al suelo. No pude ver si se rompió o no.

Hubo un momento de silencio, en el cual todos intercambiaron miradas como si fuera una conversación muda. Walter Fry se situó frente a Marcos y cruzó los brazos.

—Está bien. Dada la gravedad de la situación, es lo mejor que podemos hacer. Theodore, prepara esa arma y ubícate en la barandilla de estribor. Espero que el disparo funcione bien a larga distancia. 


El hombre emergió del agua como una orca despiadada que anhela devorar a su presa. Lo que se sumaba a esto era que además estaba furioso. Sus ojos se habían tornado rojos por la sal del mar, pero eso no parecía afectarle.

Tenía la mira puesta en James, quien estaba sumergido en el agua y aferrado al bote.

— ¡Me las pagarás, niño inútil! ¡Te destriparé como a un pescado! —gritó Clément mientras nadaba hacia el muchacho.

Este se quedó inmóvil, sin saber cómo proceder, hasta que el hombre estuvo a poco más de un metro. En ese momento el chico empezó a nadar en dirección a la Bella, aunque sabía que iba a ser imposible llegar.

El agua le escocía los ojos y le entraba en la garganta, pero aun así luchó con todas sus fuerzas para alejarse de Clément.

Su adversario se acercaba a cada segundo, con brazadas que superaban en cinco a las que daba el joven. De pronto lo tuvo encima, así que comenzó a darle patadas para defenderse.

Eso no funcionó. Clément lo tomó de una pierna y lo atrajo a sí, inmune a los golpes que el chico le propinaba con la otra.

— ¡Déjame! —gritó James, lo único que le salió decir mientras chapoteaba para mantener la cabeza fuera del agua.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora