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Los días siguientes fueron muy tranquilos. Mientras los heridos se recuperaban y todos en general aprovechaban para descansar, Kanai y otros corbes se encargaron de restablecer las relaciones con los kozuga. Estos siguieron mostrándose hoscos y antipáticos, pero al menos acordaron que de ahora en adelante reinaría la paz entre ambas aldeas. El líder kozuga admitió que se habían dejado engañar por el "hombre rojo", es decir Clément, y prometió abandonar toda actividad relacionada él y los cristales.

Margaret mejoraba día a día, y ya al tercero de su convalecencia intentó caminar un poco. Sus fuerzas volvían gradualmente, y no había señales de algún daño interno ocasionado por los cristales.

Cuando pudieron organizarse bien en ambos barcos, se dirigieron hacia la parte oeste de la isla, desde donde la aldea corbes les quedaría más cerca. Como Edgard y Angus no podían moverse mucho por sus heridas, le comisionaron a Jeff y otros más la tarea de reencontrarse con Ikaia para reponer los víveres del barco. Una vez que todos los del DDI se hubiesen mejorado, irían hacia la aldea para, ahora sí, explorar los alrededores y hacer un buen informe. Aunque al fin y al cabo eso ya no era necesario por no ser parte de la misión principal, todos se habían quedado con las ganas de aprender más sobre lugar. Y nadie sabía si les iba a ser posible regresar a la isla alguna vez.

En tan solo tres días el barco estuvo aprovisionado por completo. Una veintena de corbes, más varios de La Bella, ayudaron a trasladar la gran cantidad de alimentos y otros suministros que hacían falta. Theodore prestó su carro automático para la ocasión, el cual agilizó muchísimo la tarea.

Mientras esperaban a que los lesionados se sanaran, los que estaban bien salieron varias veces a explorar en la selva. Amanda era quien tenía más deseos de hacerlo, y terminó llenando varios cuadernos con anotaciones y dibujos. Partía temprano por la mañana junto a Jeff, quien le hacía de asistente, y regresaba cuando el sol ya estaba por esconderse. Ágatha los acompañaba cada tanto, pero prefería sacrificar el amor por su profesión para estar con Angus, quien le insistía que saliera. James, por otro lado, parecía haber perdido su entusiasmo por la selva. Aunque ahora le permitían acompañar al grupo de exploración, decidió que por el momento ya tenía suficiente. Entonces dedicó sus momentos libres a llenar su diario con las aventuras de los días anteriores, y a pasar el rato con Grethel y Margaret.

Sin embargo, al joven seguía dándole vuelta en la cabeza las palabras que Wilson le había dicho el día anterior. Todo el misterio que rodeaba a la isla, y la revelación de que él sería uno de sus guardianes, no paraban de inquietarle. ¿Qué cosas más ocultaba ese lugar? ¿Serían los cristales tan solo la punta del iceberg? Quizá algún día, cuando tuviera los conocimientos necesarios, podría descubrirlo. Sólo deseaba que sus amigos estuvieran a su lado en ese momento para ayudarlo.

Pasaron los días, y finalmente estuvieron listos para regresar a la aldea corbes. Ikaia había mandado algunos kakapos para facilitarle el viaje a quienes todavía no estaban recuperados, no obstante Angus insistió en que él podría caminar sin ayuda. Y, de hecho, lo hizo... la primera media hora. Luego no le quedó otra que subir al lomo de una de las aves, porque la herida no paraba de dolerle. Margaret fue más modesta, de modo que montó en su kakapo desde el comienzo.

Llegaron al cabo de dos horas. Ikaia los recibió con todas las atenciones y les asignó un lugar para que se hospedaran. Se quedarían allí dos semanas, suficientes para terminar de recuperarse y conocer más sobre la isla y los corbes. En todo ese tiempo hicieron muchas cosas, tales como aprender más sobre la cultura de los nativos, conocer el volcán, el nacimiento del río y algunas de las grutas pequeñas. Estas últimas contenían pocos cristales, pero sí tenían bastantes minerales y piedras preciosas. El kawana, para recompensar al grupo de viajeros, les regaló una generosa cantidad de ellas. Uno de los nativos, un viejo muy sabio, los guio a través de la jungla y les enseñó muchos animales y plantas. La mayoría les resultó desconocida, sobre todo la inmensa variedad de aves coloridas y flores. Todos volvían cada día llenos de asombro y entusiasmo por lo que habían visto, lo cual disminuía las ganas que tenían de regresar a casa.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora