—Sabes bien dónde queda, ¿no? —preguntó Ágatha con ánimos de empezar una conversación.
Era ya el jueves por la tarde, momento en que habían acordado dirigirse a la casa de Wilson Tretford a investigar. Angus no estaba con muchas energías, así que demoró en contestar.
—Sí, por supuesto, pero ¿No preferirías que tomásemos un coche? —sugirió. Estaba cansado, se le notaba en sus párpados, que estaban semi cerrados. Pero parece que su amiga no se daba cuenta de este detalle.
—Hoy está lindo para caminar. Quizá de regreso podríamos —propuso.
—Como desees. Te lo ofrecí por si no querías cansarte mucho. Es un largo trecho —dijo Angus, en un último intento por convencerla.
—Gracias por tenerme en cuenta, pero caminar me hace bien.
Tragándose sus ganas de descansar, Angus decidió sacar fuerzas de donde no tenía. No quería darle la impresión a Ágatha de ser un viejo, ya que apenas tenían cuatro años de diferencia y a ella se la notaba mucho más enérgica.
Cruzaron uno de los tantos puentes que atravesaban el río principal, y varias calles después empezaron a entrar en un barrio periférico. La mayoría de las casas estaban hechas de madera raída, y sus techos eran una aglomeración de distintos materiales: tablas, láminas de metal corroído, incluso lonas. Había algunas personas afuera, en su mayoría grupitos de hombres sentados en la vereda o en el porche. Unos cuantos sostenían botellas de ron y otras bebidas alcohólicas, mientras que las ya vacías descansaban desordenadas a lo largo de los patios. Los niños, sucios y harapientos, corrían por la calle, arrastrando varias botellas atadas con sogas. Angus cayó en la cuenta de que el barrio era uno de los menos amistosos de la ciudad, y se maldijo por no haberlo notado antes. Había sido una imprudencia llevar a Ágatha por allí. Antes de que pasara algo malo, tomó a su compañera del brazo y le susurró algunas palabras al oído.
—Ágatha, olvidé que esta zona no es muy segura para que pasemos caminando.
El temblor en la voz del hombre evidenció lo preocupado que estaba.
—Por eso insistías tanto en lo del carruaje. Tendría que haberte escuchado —cayó en la cuenta de golpe, aunque esa no era en sí la razón.
—Sí, bueno... han asaltado a mucha gente por aquí. Está lleno de malvivientes.
—De todos modos, no creo que nos pase nada malo. No deben ser tan despiadados como para atacar a una mujer. Así que estás protegido con mi presencia —le susurró Ágatha al oído, haciendo al final una floritura con las manos.
Angus sintió cosquillas en el estómago al sentir en su oído la voz susurrante de la mujer. Supuso que solo eran nervios, pero no tuvo tiempo de pensar en eso porque notó que alguien los estaba siguiendo.
—No te voltees, pero acabo de ver que nos siguen. Son dos hombres.
Ágatha le desobedeció y dio un breve vistazo hacia atrás.
—Ups, creo que tienes razón. Olvida lo que dije sobre mi presencia protectora.
—Más adelante vi que hay un descampado. Si doblamos a la izquierda y lo atravesamos, podremos cruzar por las vías del tren hacia el barrio que estamos buscando. Una vez que doblemos la esquina deberíamos empezar a correr.
Ágatha hizo un gesto afirmativo, y siguieron caminando como si nada. Ya estaban muy cerca de doblar la esquina, cuando los perseguidores apuraron el paso. Angus tomó la mano de Ágatha y la apretó con fuerza.
—Comienza a correr, ¡ya! —exclamó, tironeándola para que aumentara la velocidad.
Los dos corrieron a la par hasta que llegaron a la esquina. Los acosadores también habían empezado a correr hacia ellos, acercándose peligrosamente a cada paso. Angus y Ágatha doblaron la esquina con el corazón en la boca. En el terreno baldío no había nadie, sólo basura y perros sarnosos.
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La Isla de los Cristales
PertualanganA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...