39
Al día siguiente, Ágatha se despertó con mucha energía, y fue la primera en vestirse y salir. Esa mañana irían a visitar las grutas, donde estaban los misteriosos cristales con increíble poder. Sin embargo, lo que más ansiaba la mujer era aumentar su conocimiento de botánica al examinar más de cerca la flora del lugar. Durante la travesía por la jungla no había podido conocer mucho, pero ahora, con los corbes a su lado, podría hacerles cuantas preguntas quisiera.
Dio unas cuantas vueltas por la aldea hasta que vio que Angus salía de su choza. Corrió hacia él de inmediato, contenta de tener alguien que la acompañara. Era muy temprano aún, y en la aldea apenas estaban empezando los trabajos matutinos.
—Buen día, Angus —saludó Ágatha con una gran sonrisa.
—Buen día —correspondió él. Se refregó los ojos y se masajeó intensamente la cara, como si así pudiera sacarse los vestigios de sueño que tenía.
— ¿Has dormido bien?
—Mmm, no. Esos pájaros hicieron ruido toda la noche. Pensé que eran aves diurnas —respondió intentando ocultar su mal humor.
—Oh, qué mal. Yo no he sentido nada; es más, dormí mejor que en el barco. Quizá luego puedas dormir una buena siesta y problema solucionado —dijo con optimismo. Angus curvó levemente su boca en una sonrisa perezosa.
—Espero tener tiempo para eso. Vayamos al comedor para ver si ya sirven el desayuno.
Así lo hicieron, pero tuvieron que esperar media hora más hasta poder comer algo. Durante la hora siguiente todos se despertaron y se alistaron para la caminata hacia las grutas. Edgard no los acompañaría porque había otros asuntos que debía atender. Ikaia le proporcionó a cada uno un saco con comida, y les obligó a untarse la piel con un ungüento blanquecino.
—La comida es para el almuerzo, aunque tienen un par de frutas para comer cuando quieran. Esta pasta es para protección contra el sol y los mosquitos —explicó el Kawana.
Diez minutos después partieron hacia las cavernas. El viaje fue tranquilo al comienzo, ya que tuvieron que atravesar un hermoso prado verde, donde había pocos árboles. A las afueras de la aldea, los corbes empleaban algunas hectáreas de la llanura para sembrar cereales y verduras. Los alegres campesinos saludaban con la mano a los viajeros mientras se alejaban. Casi una hora después, la marcha se puso más difícil, porque entraron en la zona montañosa. Al principio eran cuestas suaves, pero luego comenzaron a aparecer rocas y montes empinados. También se multiplicaron los árboles y malezas, pero como estaban a un costado del sendero no eran un gran estorbo.
Jeff se rasguñó la cara con una rama baja, y Amanda no tardó en socorrerlo. Sus muestras mutuas de afecto eran ya muy obvias, pero jamás hablaban una palabra de su relación. Ágatha los había observado numerosas veces caminando juntos del brazo, e incluso la noche anterior vio discretamente cómo se despedían con un beso. Al pensar en esas cosas, se preguntó si eso le pasaría a ella alguna vez. Días antes pensaba que estaba a gusto siendo soltera e independiente, pero ahora no estaba tan segura. Le dio una larga y pensativa mirada a Angus, quien estaba distraído mirando otra cosa, y se preguntó si él se sentiría igual que ella. Aunque tenía a James, se lo veía muy solitario y melancólico. De pronto, al observar a su amigo y compañero, algo se destapó en su interior. Se dio cuenta de lo mucho que lo quería, pero era algo más profundo que la amistad. Comenzó a pensar en la posibilidad de estar enamorándose de él.
— ¿Qué pasa, tengo un insecto en la espalda? —inquirió Angus al ver que Ágatha lo estaba mirando fijamente. Ella se ruborizó y apartó la vista.
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La Isla de los Cristales
AdventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...