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En el puerto, el amanecer hizo su aparición. La luz se reflejaba oscilante en los cascos de los barcos, y surcaba el agua como halos misteriosos. Hacía rato que se escuchaban los sonidos típicos del lugar: el murmullo de los marineros, los graznidos de las gaviotas y los golpes regulares de las olas sobre los barcos. Cuando la claridad aumentó, un carruaje estacionó a orillas del puerto. James y Angus bajaron de él, llevando numerosas maletas y cajas. Para facilitar el traslado, pusieron todas las cosas en una carretilla, la cual fueron llevando de a poco hacia el embarcadero. Desde lejos podía distinguirse el barco que sería su nuevo hogar por los meses siguientes, un velero mediano con el casco pintado de negro y amarillo. A James le agradó apenas lo vio, y deseó subir lo antes posible. Sin embargo, todavía faltaba tiempo para eso, así que, dejando a su padre a cargo del equipaje, se fue a recorrer el lugar.

Mientras caminaba, el olor a pescado hizo que su nariz se arrugara, pero no le disgustó por completo. La brisa del mar le alborotó el pelo, y dejó su cara pegajosa. A lo lejos se escuchaba una risa estridente, que venía de un grupo de hombres en la posada. En el barco, los marineros trabajaban sin descanso subiendo provisiones y revisando los aparejos y el velamen. Desde lejos se podía oír al capitán Arkan dando órdenes desde el casco del velero. James vio que unos pocos pasajeros ya habían llegado, pero como aún no se les permitía entrar al barco, caminaban en los alrededores al igual que él.

Por más viejo y destartalado que fuera el puerto, a él le fascinaba. Cada barco y cada marinero tenían su historia, de seguro cargada de aventuras. Se emocionó al saber que él mismo iba a estar en contacto con esas personas, de las que hacían tanta fama los libros que leía. Buscó con la mirada el nombre del barco en el que iban a viajar. Lo encontró de inmediato: delineado en un color azul oscuro, se leía "La Bella". A James le gustó el nombre, y se preguntó por qué se lo habrían puesto.

Satisfecho con el paseo, regresó con su padre, que estaba conversando con Jeff. Este lo saludó con afecto, revolviéndole el cabello.

— ¿Cómo está el luchador callejero? —preguntó el hombre en tono de broma. James sonrió, sin que la alusión al feo episodio le molestara.

—Bien, lleno de moretones. Parezco uno de los muffins con pasas que hace Ágatha.

Jeff y Angus rieron con la comparación, aunque no mucho porque les daba pena.

— ¿Y te duele? —volvió a preguntar Jeff.

—Un poco cuando me presiono en los lugares golpeados. Nada terrible, aunque sí incómodo. En unos días estaré como nuevo.

De pronto, vieron una silueta que se les acercaba corriendo a toda velocidad. Ágatha frenó de repente estando ya sobre el grupo. Como no lo hizo a tiempo impactó contra Jeff, quien debido a su corpulencia no se movió un centímetro. Los tres la miraron con asombro, mientras esperaban a que se incorporara. Agitada por haber corrido tanto, los miraba con ojos desorbitados, intentando respirar con normalidad.

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué vienes corriendo de esa forma? —preguntó Angus mientras le ofrecía su brazo para que se apoyara. Ella lo aceptó, pero apoyó casi todo su peso, haciéndolo tambalear.

—Pensé que llegaba tarde, lo siento. Debí frenar antes, pero estos anteojos me hacen calcular mal las distancias —se lamentó mientras lograba erguirse otra vez.

—Hubieras venido con nosotros, alquilamos un carruaje y llegamos hace casi una hora —dijo James.

—Iba a proponerlo, pero traje tantas cosas que no iban a caber en un solo carro junto con las de ustedes.

Tras decir esto, señaló un carruaje estacionado cerca del embarcadero. Un par de hombres estaba bajando de él numerosas cajas y maletas y las depositaban cerca del barco.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora