La Isla de los Cristales

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La aldea Kozuga se encontraba al noreste de la isla, a un día de camino. Para llegar allí, el grupo liderado por Ikaia y Edgard debería atravesar una zona montañosa y pasar cerca de la Gruta Principal, que estaría sin duda vigilada por el enemigo. Jeff caminaba junto a Thomas y Jules, pero ninguno tenía ánimos de hablar. Aún no podían caer en la cuenta de que estaban poniendo en peligro sus vidas, por una causa a la cual habían sido ajenos hasta la semana anterior. Jeff sabía que Thomas y Jules no tenían mucho que perder, ya que el primero era soltero y el segundo viudo. Pero él ahora estaba prácticamente comprometido, y había dejado atrás a una pobre chica que, si él no sobrevivía, sufriría toda la vida. Había sido un tonto en haberle propuesto matrimonio antes de que terminara el viaje. Ya era muy tarde cuando se dio cuenta, pero no podía dar marcha atrás. Por eso, con el recuerdo aún vívido de Amanda llorando a más no poder, se prometió hacer lo que sea por volver a su lado.

Algo que Edgard no había tenido en cuenta era que ninguno del grupo del DDI tenía experiencia en el manejo de armas y en la lucha. La mayoría habían sido solo trabajadores de escritorio o investigadores durante toda su vida. Por eso Jeff le propuso que les diera una breve lección de cómo pelear.

—Bueno, lo haré. Espero que peleen tan bien como estudian —respondió Edgard con una mueca.

Así que, cuando pararon a descansar, el guía les demostró cómo se usaban las armas y otras técnicas de lucha. Luego fue uno por uno para ver si les salía, y corrigió los pasos que hacían mal.

—Muy bien, Jeff —dijo al ver que el hombre había logrado clavar su cuchillo en un árbol—, veo que tienes mucha fuerza y puntería.

—Espero no tener que llevarlo a la práctica con alguien real —replicó con un dejo de angustia.

—Nunca está de más saberlo. Además, tiene otras aplicaciones prácticas fuera del ataque —lo tranquilizó Edgard.

Jeff estaba muy lejos de sentirse tranquilo. Luego de practicar un poco más con los cuchillos, disparó un par de veces con su pistola para probar su memoria. Eso lo sabía hacer bastante bien, ya que su padre le había enseñado a tirar y apuntar con una viejo revólver en el campo. Pero en ese entonces, las víctimas eran tan solo unos frascos vacíos de conservas. Ahora cada vez veía más probable el que tuviera que dispararle a alguien. Al terminar, guardó sus armas y se puso a descansar un momento echado en el suelo, junto con otros que también habían finalizado sus prácticas.

Media hora después reanudaron el viaje, sintiéndose un poco más seguros. Pasaron cerca de la gruta donde habían estado el día anterior, y luego se internaron en los senderos que atravesaban los montes. Durante un buen rato estuvieron totalmente dentro de la selva, sin saber por dónde iban, pero luego algunos costados se despejaron de vegetación y les revelaron una vista impactante. Ya se notaba con claridad que habían ascendido un centenar de metros, pudiendo ver la extensión de la isla frente a ellos. A lo lejos el azul océano se contrastaba con el verde de la jungla, y un poco más allá el cielo surgía desde el horizonte. Jeff aprovechó la hermosa visión para detenerse un rato a contemplarla y así hallar los ánimos necesarios para seguir. Edgard notó que no les seguía el paso, así que fue con él para apurarlo.

—Sé que es una vista muy linda, pero debemos continuar —dijo con sequedad. Jeff se volteó hacia él, cabizbajo.

—Lo siento. Necesitaba distraerme por un instante —explicó levantando la mirada hacia Edgard. Este se giró para regresar al frente de la caravana, pero se detuvo y volvió a voltearse hacia Jeff.

—Mira, sé que te ha sido muy difícil venir aquí. Y lamento mucho haber tenido que ocultarles cosas al principio. Pero, si sirve para animarte, debes saber que no estás aquí por casualidad, ni porque tú lo hayas elegido. Estás aquí porque Wilson y la Universidad te eligieron por tu inteligencia y tus cualidades, porque serías fundamental para llevar a cabo esta misión. Lo mismo pasa con el resto del grupo: todos son indispensables. Así que cambia esa cara y sigue caminando, demuestra que fueron sabios al elegirte.