Pasó una semana, y todo parecía marchar bien, salvo una cosa: el movimiento del velero, siempre inestable con el oleaje, hizo que algunos se quedaran postrados en cama por las náuseas y el malestar. Uno de ellos fue Jeff, quien por más que se quedaba inmóvil en su cama no lograba detener el mareo. Estaba pálido y ojeroso, ya que se le hacía muy difícil conciliar el sueño. Angus había experimentado algunas náuseas, pero las logró resistir y el apetito le regresó a las pocas horas. Jeff, en cambio, no había probado bocado desde el almuerzo del día anterior y ya había vomitado varias veces. Su amigo se ofreció a hacerle compañía, aprovechando que había pocas cosas para hacer en el barco.
— ¿No quieres un poco de agua, al menos? Te vas a deshidratar.
—Voy a devolverla en cuanto toque mi estómago. Oh, ya no sé qué hacer —se lamentó Jeff con voz débil. Intentó sentarse en la cama, pero se tumbó de nuevo.
—Traeré al médico entonces. No puedes estar así durante todas las semanas que durará el viaje —dijo Angus, serio. Jeff se había negado repetidas veces a que el médico lo revisara, pero esta vez no se resistió.
Angus salió del camarote con paso firme y rápido. Jeff se quedó postrado e inmóvil. Estaba empapado en sudor, pero pese a esto tenía las frazadas hasta el cuello. Daba mucha lástima ver a un gigantón como él privado de su común energía y humor.
Minutos después, el médico entró al cuarto para ver al enfermo. Angus había decidido ir al comedor a tomar algo. El doctor tomó asiento al lado de Jeff y sacó un anotador. Era un hombre bajito, rechoncho y con finos bigotes, y lo coronaba una prominente calva que sólo le había dejado pelo a los costados.
—Hola, yo soy el Dr. Phillips. Le voy a hacer algunas preguntas para ver cómo se siente, y luego lo revisaré.
Jeff asintió con pesar, y respondió a todas las preguntas que le hizo.
—Usted tiene los síntomas comunes del mareo, agravados por sus nervios. Le recomiendo que salga a tomar aire en la cubierta y que se relaje. Ubíquese en la proa y respire hondo. No baje a su camarote hasta que no se sienta mejor, ¿entendido?
Jeff asintió y logró sentarse. El médico se fue, así que aprovechó para cambiarse las ropas transpiradas y asearse. Con mucho esfuerzo se volvió a vestir y se quedó sentado en la cama, cabizbajo. Angus regresó al cuarto, trayéndole unas manzanas y una botella con agua.
—Me crucé con el doctor. Me dijo que te diera algo liviano de comer y que te acompañe a cubierta.
Jeff recibió lo que su amigo le daba y se puso de pie lentamente. Angus lo ayudó a avanzar hasta la puerta, pero de ahí en adelante logró caminar solo.
—Parece que no estabas tan mal como te veías —comentó Angus con una sonrisa.
—Sí, ni yo lo creo. Recién sentía como que me iba a morir.
— ¿Y qué te dijo el médico?
Jeff se detuvo a intentar recordarlo.
—Dijo que eran síntomas de mareo. Y que lo empeoraban mis nervios.
Angus asintió entornando los ojos, como diciendo "ya me parecía".
—Sí, tendrías que tomarte las cosas con más tranquilidad.
Jeff no respondió nada, aunque por dentro estaba de acuerdo con Angus. Desde pequeño sus nervios lo habían traicionado muchas veces, y le era muy difícil manejarlos. Lo peor era alterarse por cosas insignificantes. Por eso rogó que el viaje lo ayudara a mejorar en ese aspecto.
II
James tenía ganas de salir un poco, luego de pasar tanto tiempo encerrado en su camarote soportando a Grethel. Aunque la chica aún lo exasperaba, ahora al menos podían conversar hasta donde aguantara la paciencia del muchacho. Sin embargo, necesitaba conversar con otro tipo de personas. Por eso, a la tarde salió al aire libre para ver si encontraba alguien con quien hablar o algo que hacer. Primero se quedó un rato mirando hacia el océano, apoyado en la barandilla de estribor. Eso le dio mucha calma, pero llegó un punto en que el vaivén de las olas comenzó a marearlo. Así que por eso se puso a recorrer toda la cubierta, fijándose en los detalles y diferentes partes del velero, sobre las cuales les preguntaba a los marineros que pasaban por allí. Arriba del palo mayor había un pequeño entablado, el cual James supuso que era el puesto de vigilancia. Le hubiera gustado ser capaz de subir allí, pero su miedo a las alturas le hizo descartar la idea enseguida.
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La Isla de los Cristales
AventuraA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...