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Ya en el segundo día en el campamento de Kanai, James comenzó a aburrirse. El corbes había vuelto a salir, esta vez para explorar la zona, y Margaret aún no se había despertado. Buscando en qué entretenerse, el joven había dado varias vueltas alrededor del campamento. Estuvo un rato con el ave gigante, la cual estaba atada a un árbol y muy ocupada en pastar y afilarse las garras contra la corteza. El animal se dejó acariciar sin dar muestras de satisfacción, y siguió en su actividad como si nada le importara más. El joven perdió el entusiasmo por el pajarraco y se fue frente a la tienda de Margaret, para ver si estaba despierta.

—Maggie, ¿estás ahí? —la llamó con voz suave. De pronto, la cabeza de la chica se asomó con expresión divertida, asustando a su amigo.

— ¿Dónde podría estar sino, con la pierna en este estado? —rió al ver la cara de susto del chico—. ¿Me ayudas a salir, por favor?

James actuó enseguida y la llevó hasta el tronco que estaba frente a donde solían prender la fogata.

— ¿Quieres algo para comer? Tenemos, fruta, fruta y fruta —ofreció el chico sosteniendo una bandeja imaginaria e imitando la voz de un mesero. Margaret largó una carcajada.

—Muchas gracias, elegiré fruta. Espero que esté buena o haré una mala crítica a su restaurante —la joven siguió la broma, pero simulando que era una señora de la alta sociedad.

Ambos rieron, y James se apresuró a llevarle la prometida fruta a Margaret. Luego se sentó junto a ella mientras pelaba un plátano.

— ¿Qué opinas de nuestra nueva vestimenta? —soltó la chica luego de terminarse la comida.

—Hmmm, no acabo de acostumbrarme a no llevar camisa, aunque los pantalones son cómodos —respondió acariciando las plumas de su prenda—. Busqué la ropa que tenía antes, pero no la encuentro por ningún lado.

—A mí me agrada. Al menos los corbes no andan desnudos como otros nativos —comentó con tono de picardía.

—Sí, me alegro por eso —afirmó con una sonrisa—. Ey, ¿recuerdas algo de lo que pasó ayer?

Margaret lo miró, pensativa. Luego posó la vista en el suelo, como si este la ayudara a recordar.

—La verdad que muy poco. No distingo entre lo que soñé y lo que pasó. Sé que tú estuviste conmigo y me regañabas para que no me moviera, y luego yo... no, eso creo que fue parte del sueño.

James reprimió una carcajada.

— ¿Qué? ¿Hice algo malo? —preguntó Margaret con suma preocupación. La expresión inquieta de su rostro le causó ternura al muchacho.

—No, solo que estabas bajo el efecto de cierta droga y eso te hacía ver graciosa.

—Ah, bueno, eso le pasa a cualquiera. Espero que no uses eso para burlarte de mí —amenazó Margaret con enojo fingido.

—Ni lo pensaría. Aunque hubiera sido muy cómico si te hubieses visto.

La conversación se vio cortada por la llegada de Kanai. Traía un saco bastante abultado, y una sonrisa radiante en el rostro. Luego de saludar a los chicos, comenzó a sacar el contenido de la bolsa y a depositarlo sobre una roca. Eran unas aves similares a perdices pero con el plumaje menos moteado y con un tono verdoso. Margaret hizo una mueca de lástima al verlas.

—Carne para tú poner fuerte —explicó Kanai preocupado por la expresión de la chica.

—Sí, pero me da pena verlas en ese estado —aclaró. El corbes cubrió a las aves con el saco para atenuar la impresión de Margaret.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora