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Angus no se había tomado muy en serio las palabras de Edgard cuando dijo que faltaba poco para llegar. Por eso quedó estupefacto cuando se encontraron frente a una extensa y alta empalizada. No podía verse nada de lo que había al otro lado, aunque se oían leves ruidos de animales de granja y de personas trabajando. El hombre le dirigió a Ágatha una mirada cargada de nerviosismo, pero ella le respondió con una sonrisa tranquilizadora y unas palmaditas en el hombro.

—Cambia esa cara de funeral, no va a pasarnos nada. Deberías tener una alegría inmensa —dijo la mujer como si hablara de ir a la feria.

—Estoy alegre, ¿no lo notas? —aseguró Angus sin cambiar el rostro —. Cada cual lo manifiesta a su manera. Además, tú eras la negativa hace un rato.

Ágatha se encogió de hombros y se fue con Amanda, que parecía bullir de ansiedad. Ésta se comportaba de forma muy opuesta a Angus. Expresaba sus nervios con total libertad: su voz tenía más volumen de lo normal y se estrujaba las manos con tanta fuerza que Ágatha temió que se hiciera daño.

— ¡Es increíble! ¡Ya estamos aquí! —vociferó la pelirroja agitando los brazos.

—Así parece —dijo Ágatha, pero con una sonrisa malvada pensaba: y si alguien no estaba enterado de seguro ya lo sabe por tus gritos.
Al ver que Amanda no podía controlar su emoción, y que a Jeff no parecía importarle, le puso una mano en el hombro y la alejó unos metros del lugar.

—Noto que no estás muy bien —le dijo sin rodeos.

—Estoy perfecta —respondió Amanda con una sonrisa exagerada. Se la notaba feliz, pero a Ágatha no dejaba de preocuparle su comportamiento.

— ¿Estás nerviosa porque estamos a punto de conocer a los nativos?

—No, para nada —dijo atenuando la sonrisa. Empezó a ruborizarse y continuó—: estoy nerviosa por otra cosa.

Ágatha comenzó a hacer conjeturas en su mente, pero Amanda le ahorró el trabajo.

—Jeff me acaba de proponer matrimonio.

— ¿Recién? ¿En este momento y lugar? —inquirió Ágatha asombradísima.

—Así es. Me tomó desprevenida, porque no pensé que fuera a hacerlo tan pronto.

— ¿Y qué le respondiste?

—Le dije que me dejara pensar. Le daré mi respuesta cuando terminemos el viaje.

—Increíble, aunque creo que no lo hizo en el momento más adecuado —opinó Ágatha negando con la cabeza.

—Pienso lo mismo. No fue algo muy romántico decírmelo en el medio del campamento —dijo la zoóloga dirigiendo una mirada al resto del grupo—. Amo a Jeff, pero quisiera estar muy segura antes de dar el sí.

Ágatha la miró y sonrió. Se alegraba que alguien por fin se fijara en Jeff, ya que lo habían rechazado varias mujeres a lo largo de su vida. Y Amanda parecía una buena chica. Le hubiera gustado seguir charlando con ella, pero tuvieron que interrumpir la confidencia porque Edgard anunció que cruzarían la empalizada.

Con cautela, el grupo avanzó hasta cinco metros antes de la empalizada. No había nadie vigilando afuera, o al menos nadie al descubierto. Edgard los hizo detenerse y él mismo se adelantó. Angus vio cómo se pegaba a la puerta y, a través de una pequeña abertura, recitaba unas frases a modo de clave. Inmediatamente le abrieron la puerta y entró, pero nadie pudo ver nada más.

Los expedicionarios se quedaron esperando afuera unos minutos. En el transcurso varios del grupo se acercaron a Angus a preguntarle si sabía qué estaba pasando, ya que lo habían visto hablando con Edgard durante el viaje. Al ver que no sabía qué contestarles, Ágatha se acercó en su ayuda.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora