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Angus estaba un poco ansioso por saber qué sucedía en su lugar de trabajo, la Universidad de Cleverville. Sin embargo, su compañera, Ágatha, se veía tranquila. Ambos trabajaban dando clases en el Departamento de Ciencias Naturales, ella en el área de botánica y él en la de geología. Además de eso, los dos pertenecían al Departamento de Desarrollo e Investigación, donde colaboraban con exploradores y viajeros en recopilar y catalogar la gran cantidad de información y muestras que traían de sus viajes. Todo eso servía de material de estudio para las distintas áreas del Departamento de Ciencias Naturales, así como para otros profesionales que lo requirieran.

Caminaron un par de calles, hasta que ella se detuvo sin aviso frente a una panadería. Se quedó un rato buscando en su bolso, mientras Angus la miraba con impaciencia.

— ¿Qué necesitas?

—Mi monedero —contestó Ágatha con tono despreocupado.

— ¿Para qué quieres dinero?

Ágatha lo miró entrecerrando los ojos y sin dejar de buscar en su bolso.

—Quiero comprar algo para comer en el camino.

Angus se pasó la mano por la cabeza, deseando retomar la marcha lo antes posible.

—Hiciste galletas hoy, ¿no merendaste en tu casa?

—Eran para ustedes. Aunque olvidé apartarme algunas.

—Fíjate en los bolsillos de tu traje —intentó ayudar el hombre, dándose por vencido.

Ágatha siguió la sugerencia, e hizo una sonrisa de satisfacción al encontrar lo que buscaba. Sin decir nada se aventuró en la tienda.

Angus contempló los coches de caballo que atravesaban la calle, salpicando cuando pisaban charcos. Se quedó pensando en la curiosa personalidad de Ágatha, y preguntándose si algún día terminaría de descifrarla. Aún no podía entender cómo ella, con su forma de ser tan amigable y alegre, quería pasar tiempo con él, que era todo lo contrario. Pero lo agradecía.

Mientras tanto, no notó que ella ya había regresado, sosteniendo un gran y almibarado croissant con ambas manos. Se puso a su lado sin hacer ruido y, luego de haber dado un gran bocado, le habló con la boca llena.

— ¿Quieres un poco?

El hombre se estremeció y giró hacia ella.

—No, gracias.

Siguieron caminando un trecho más, casi sin hablar porque Ágatha seguía comiendo. Él propuso que tomaran un coche, pero ella se negó.

Pocos minutos después, llegaron al inmenso campus de la universidad. La entrada tenía un jardín, cercado por un alto enrejado. Había dos fuentes de mármol, las cuales tenían diversas esculturas. El sendero principal estaba acompañado de varios setos podados con diferentes formas, y en todo el predio había salpicados numerosos árboles frutales y canteros con flores.

Angus y Ágatha caminaron directo hacia el edificio del Departamento de Ciencias Naturales. Subieron por la escalinata, teniendo cuidado porque el piso seguía mojado por la lluvia. Sin embargo, la naturaleza distraída de Ágatha la hizo resbalarse. Su compañero la agarró a tiempo del brazo y la ayudó a incorporarse. A partir del momento la mujer no despegó la vista de sus pies.

Llegaron al pórtico de entrada, el cual estaba sostenido por gruesas columnas. Angus empujó la puerta, una enorme placa de madera con detalles grabados.

—A James y a mí nos gustaron mucho tus galletas —comentó Angus de forma espontánea mientras entraban—. Te agradezco por siempre estar pendiente de nosotros.

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora