La densa jungla parecía no tener fin. A cada kilómetro que cubrían, la vegetación se volvía cada vez más difícil de atravesar. Las rígidas raíces se levantaban sobre el suelo, convirtiéndose en una trampa para los pies distraídos. Los mosquitos y otras alimañas empeoraban la situación, y las ocupadas manos de los viajeros no daban abasto para espantarlos. Amanda tuvo la mala suerte de ser picada por una avispa, aunque según Edgard no era nada grave.
— ¡Ay, cómo duele! —se quejó la chica sobándose el antebrazo. La zona de la picadura estaba hinchada y rosada como un jamón.
—No te lo toques, vas a empeorarlo —aconsejó Ágatha—. Deberías ponerte algún ungüento que te calme el ardor.
— ¿Quién está a cargo del botiquín? —preguntó Jeff casi gritando. Se notaba que odiaba tener que ver sufrir a Amanda.
—Ni idea, para colmo el médico se quedó a bordo —respondió Angus.
—Debería haber venido con nosotros —gruñó Jeff—. Es más necesario aquí, donde hay más probabilidades de que ocurra un accidente, que allí en el barco donde están todos fuera de peligro.
Amanda iba a decirle que no se preocupara tanto, pero justo alguien le entregó el botiquín. Ágatha se encargó de buscar lo necesario para auxiliar a la zoóloga. Primero le aplicó un poco de alcohol en la zona, lo que le hizo reprimir un grito. Luego desenroscó un frasco y le untó una pasta blanquecina que tenía un fuerte olor a mentol. Amanda estornudó tres veces al percibir el aroma, y se enjugó unas lágrimas que le brotaron por el ardor que le hizo sentir el ungüento.
— ¿Estás segura de que esto me hará bien? —cuestionó la pelirroja con inseguridad—. Ya he tenido picaduras en otras expediciones, y creo que me curaron de otra forma.
—Sí, eso debería hacer que te refresque —respondió la mujer como si fuera experta en el tema.
—Pues me está haciendo todo lo contrario... ¡me quema!
Ágatha no supo explicar por qué su método no funcionaba, pero Ethan, quien estaba prestando atención desde lejos, acudió para ayudarla.
—Disculpen que me entrometa pero... ¿han quitado el aguijón?
Ágatha lo miró desconcertada, pero luego soltó una risita.
—Por lo que sé, las avispas no desprenden el aguijón —contestó Ágatha.
—Entonces, ¿qué es eso? —inquirió el periodista, señalando una pequeña púa que sobresalía del brazo de Amanda.
— ¡Vaya! Esto sí que es asombroso —comentó Ágatha acercando la cara al aguijón, que ya había dejado de bombear el veneno. Se puso en cuclillas y buscó en la zona del suelo cercana a Amanda. Momentos después, emergió con algo entre los dedos—. Aquí está. No hay dudas de que es una avispa, pero me sorprende que se le desprenda el aguijón.
—Quizá es una abeja con forma de avispa —bromeó Ethan.
—O puede que sea una especie nueva, una mezcla de ambas —opinó Amanda, ya que, como zoóloga, algo sabía sobre insectos—. La guardaré para que la vea un entomólogo y la examine mejor.
Luego de que Ágatha la ayudara a guardar el insecto en un frasquito, Ethan reapareció con una pequeña pinza.
—Por favor, extiende el brazo así te quito el aguijón.
Asintiendo el silencio, la mujer le hizo caso, aunque sin mucha confianza. Bajo la mirada controladora de Jeff, Ethan extrajo el aguijón en una milésima de segundo.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Amanda al no notar gran mejoría.
—Debes sacarte esa crema apestosa que te pusieron. No ayuda para nada. Y luego de eso hay que ponerte una compresa con barro para que absorba la inflamación.
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La Isla de los Cristales
MaceraA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...