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Como Grethel se había puesto a dormir la siesta sin deseos de ser interrumpida, James no la esperó y fue a visitar a Margaret. Golpeó la puerta y aguardó hasta que Amanda le abrió. Lo hizo pasar y, al ver que nadie estaba con él, cerró la puerta.

—Llegas justo para ayudarme —comentó con una sonrisa—. El médico me mandó que llevemos a Margaret arriba para que tome aire.

—Hola de nuevo —dijo Margaret, que estaba sentada a un costado de la cama. Estaba vestida con un sencillo traje verde esmeralda, que contrastaba de forma magnífica con los tonos cobrizos de su cabello.

— ¿Pudiste descansar? —se interesó el chico, que aún no se animaba a mirarla mucho a los ojos.

—Sí, me hizo muy bien. Todavía me siento débil, pero al menos ya no me duele la cabeza —respondió con optimismo. Luego le tendió un brazo—. ¿Me ayudas?

James se apresuró a ubicarse a su lado. Margaret se aferró a él con firmeza y empezó a ponerse de pie. El chico se enderezaba con lentitud, a medida que ella lo hacía. De a poco empezaron a caminar hacia la puerta. Al salir de la habitación, Margaret parecía mejorar sus pasos. Pudo aumentar su velocidad de forma gradual, así que en poco tiempo estuvieron sobre la cubierta. Allí la joven se animó a caminar sola. Se soltó de su acompañante y descubrió que le era posible andar sin problemas, aunque aún sentía entumecidos los músculos y articulaciones. Fueron cerca de la proa, a un lugar donde no circulaban tanto los marineros. James fue a buscar algo en lo que pudieran sentarse, mientras Margaret se apoyaba en la barandilla, mirando hacia el mar.

El chico llegó momentos después, acarreando un banco de madera. Lo ubicó frente a la barandilla y se quedó de pie al lado, sin decidirse a sentarse. Al final pensó que parecía un tonto allí parado, ya que Margaret se había sentado y supuso que esperaba que él hiciera lo mismo. Así que se dejó caer sobre el asiento, causando que la joven diera un leve respingo cuando crujió la madera. Ese sonido rompió el silencio, dándole pie a ella para hablar.

—Así que están viajando hacia una isla desconocida. Bueno, estamos viajando, ya que supongo que por ahora los acompañaré.

James se alegró de que Margaret empezara la conversación. Él no habría sabido qué decir.

—Sería buena idea —dijo con tono amistoso—. Pero ¿no quieres volver a tu hogar? Podrías bajarte en Sudamérica si quieres.

—No me entusiasma demasiado la idea de volver a casa todavía —hizo una pausa para pensar, y luego posó sus ojos en James—. Me estoy sintiendo bien entre ustedes. Nunca nadie había estado tan pendiente de mí.

—Me encantaría... nos encantaría que te quedaras —se corrigió James, ruborizándose. Disimuló su vergüenza girándose para fingir que se quitaba algún insecto del brazo. Luego tomó aire y se relajó—. Quiero decir, es interesante tener a alguien rescatado de un naufragio. No lo tomes a mal, solo es una forma de decir. Bueno, supongo que no es algo que pase todos los días. Perdón, es mi primer viaje largo y no sé cómo actuar en estas situaciones.

Margaret se rio por el embrollo que hacía James para explicarse.

—Está bien, entiendo lo que querías decir. También es la primera vez que me salvan de un naufragio —lo consoló, con tono pícaro.

El joven se rió, pero ahí murió la conversación. Margaret estaba como hipnotizada mirando el vaivén de la marea, y James era tan tímido que le costaba mucho empezar otra conversación. Al final hizo un esfuerzo y comenzó a hacerle algunas preguntas.

—No quiero incomodarte, pero me estoy muriendo de curiosidad —dijo con tacto, a lo que Margaret asintió para que continuara—. ¿A dónde ibas en ese barco?

La Isla de los CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora