El bote demoró apenas veinte minutos en llegar al barco de Clément. Unos metros antes de que llegaran, James, Margaret y Grethel habían decidido que era la hora de que ellos también salieran. Margaret había conseguido una soga resistente en la bodega, y la había atado a una zona de la barandilla de estribor que estaba oculta por unos barriles, y pegada al castillo de popa. Justo debajo de ese lugar estaban amarrados los botes de los kozuga, aunque quizá tendrían que mojarse un poco para alcanzarlos. La primera en bajar fue Margaret, aprovechando un momento en el que nadie los veía. Descendió lentamente por la cuerda, pero como no pudo alcanzar ninguna de las amarras de los botes, se tiró al agua. A James casi se le para el corazón cuando la vio hacer eso, pero se calmó cuando vio que la joven nadaba con agilidad.
Segundos después logró subir a una de las embarcaciones, y enseguida cortó la amarra con su navaja. Tomó los dos remos que había en el piso y remó hasta quedar bajo la soga. Mientras luchaba por mantener allí el bote, le hizo señas a James para que descendiera. Este lo hizo con bastante dificultad, un poco mareado por el vaivén de las olas. Cuando llegó, se situó junto a Margaret y la ayudó con los remos. Por último, Grethel bajó con rapidez, haciendo un ruido sordo al impactar con la embarcación y causando que esta se bamboleara.
— ¡Más cuidado! ¡Nos van a escuchar! —la reprochó James en voz baja.
—Lo siento, pero debemos irnos ya. Acabo de ver con el catalejo que los nuestros ya llegaron al barco y están subiendo —justificó la rubia, quitándole a Margaret el remo que le quedaba.
—Bueno, si insistes en partir tan rápido, entonces rema como si no hubiera un mañana —la alentó Margaret, situándose en la popa del navío.
—No creo que haya uno, así que lo haré —respondió Grethel, sujetando el remo con fuerza y ubicándose al lado de James.
Los dos jóvenes comenzaron a remar con todas sus fuerzas, aunque luchando con la marea que estaba un poco picada. Los tres habían acordado ignorar los posibles llamados que les hicieran los de su barco y no se girarían por nada, sólo seguirían avanzando como si fuera lo más normal. Margaret estaba atenta con el catalejo, observando los movimientos en el barco de Clément.
—Edgard está hablando con un marinero en la cubierta, parece que les dice que esperen —notificó la chica sin despegar el ojo de la lente.
—Oh no, en nuestro barco ya nos han descubierto —se lamentó James, poniendo el cuello rígido para evitar girarlo—. Escucho que nos están gritando. Creo que es Walter Fry. Y ahora Jeff. Y Ágatha.
—No lograrán nada si quieren venir a buscarnos. Ya estamos a mitad de camino, y seguro se dan cuenta de que el otro barco sospechará si se le acercan más botes —indicó Grethel con tranquilidad.
—Los están haciendo entrar a la oficina del capitán, en el castillo de popa —reanudó la observación Margaret—. Remen a todo lo que da.
—Sí mi capitán —dijo la rubia, que parecía no haberse cansado mucho.
Dos minutos más tardaron en estar bajo el barco. Desde arriba ya los habían visto, y varios marineros estaban asomados a la cubierta.
— ¿Quiénes son? ¿Qué hacen aquí? —vociferó uno de ellos, un hombre alto y barbudo.
—Yo soy hijo de Angus, hace un momento abordó con otras personas —exclamó James, poniendo sus manos al costado de su cara para amplificar la voz—. Se olvidó su medicina para los nervios, le pueden dar convulsiones si no la toma. No queremos que se produzca ningún malentendido, por si se pone a dar patadas sin previo aviso.
El marino lo miró fijamente, debatiéndose entre creerle o no, y luego consultó con sus compañeros. Tras unos breves murmullos, el barbudo se dio la vuelta de nuevo hacia el bote con los tres jóvenes.
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La Isla de los Cristales
AdventureA finales del siglo XIX, un grupo de académicos es sorprendido por una misión atípica: tendrán que dejar sus cómodos trabajos en la universidad para explorar una isla lejana y desconocida. Sin embargo, desde el principio tienen sospechas de que no t...