"SAMIRA"
3 de marzo de 1996
Jamil coloca a Hassan en posición horizontal con la cabeza hacia arriba y, tras unos segundos de reanimación cardiopulmonar, voltea su cuerpo y mete por su minúscula nariz una especie de pipeta que le permite limpiar las fosas nasales. Es la primera vez que veo algo así. Seguidamente hace lo mismo con la boca. Observo como salen a la luz sustancias blanquecinas y pegajosas de su interior. No tienen muy buena pinta. Su pequeño cuerpo está completamente cubierto por un manto gelatinoso de color amarillo. Jamil no deja de intentar salvarle la vida, mientras que las maniobras aún continúan. Sus manos se mueven de arriba hacia abajo encima de su pecho. Comienzo a sentir mareos y el invierno se cuela en mi piel, provocándome desagradables escalofríos. El salón se queda en silencio y, cuando ya casi habíamos perdido la esperanza, se escucha el llanto de Hassan. Tengo el corazón desbocado.
—¡SAMIRA! —Inclino el cuerpo todo lo que puedo—. ¡Respira, respira, respira! ¡Hassan respira! Oh, querido Allah. Gracias por este milagro. —Le da palmaditas en la espalda.
Jamil se emociona y yo no puedo contener las lágrimas. Los mareos desaparecen y las ganas de abrazar a mi pequeño se multiplican. ¡Lo ha conseguido! Jamil siempre consigue todo lo que se propone. No sé de qué me sorprendo. Estaba tan asustada que no sabía si iba a salir bien. Las dudas en estos momentos son inevitables. Hassan está llorando desconsoladamente y la felicidad no me cabe en el pecho. Esto es una buena señal.
—Hay que tener mucho cuidado con él durante los próximos meses —me advierte Jamil—. Que sea prematuro aumenta las posibilidades de cualquier infección. Tenemos que estar atentos a todos sus movimientos. Aquí no disponemos de incubadoras para cuidados especiales como en otras partes del mundo, de modo que lo tendremos que hacer en casa lo mejor que podamos —me explica resignado—. Creo que la opción más óptima es aplicar la técnica de la madre canguro, que consiste en sostener a Hassan completamente desnudo en la parte central del pecho para que entre en contacto con tu piel. Por supuesto, esto lo tienes que combinar con la lactancia materna. La alimentación también es un cuidado básico para el crecimiento de este pequeñín. —Le toca su pie derecho.
Ambos sonreímos bajo una mirada de tranquilidad.
—Por supuesto, Jamil. Haré todo lo que me digas para que Hassan crezca sano y fuerte —le aseguro—. No importa el esfuerzo que tenga que dedicarle. Por mis hijos lo que haga falta…
—Creo que debes disfrutarlo tú. —Se acerca y pone a Hassan sobre mí.
Cojo en brazos por primera vez a mi cuarto hijo. Es una sensación indescriptible. Como si tuviera entre las manos un diamante muy frágil y mi deber fuera protegerlo siempre. Le miro y no puedo dejar de llorar de alegría, emoción y orgullo. Has demostrado ser un niño muy fuerte y valiente logrando respirar. «Mi pequeño Hassan», le susurro cerca de la cara. Acaricio la punta de su nariz con las manos y sigo mirando sus ojos, esta vez más de cerca. ¿Cómo se puede querer tanto a una cosa tan pequeña y vulnerable en cuestión de minutos? Me has devuelto la felicidad que tanto añoraba.
—Me voy a quedar unas horas más por aquí, por si hay algún problema que no haya que esperar hasta que venga de nuevo, y a partir de mañana también vendré frecuentemente para revisar cómo va todo. Me tenéis siempre que me necesitéis, ya lo sabes —me ofrece una vez más su ayuda.—No sé cómo voy a poder agradecerte todo lo que acabas de hacer por nuestra familia. —Tiemblo mientras termina de darme puntos para cerrar la herida que ha provocado el parto.
Mi hijo está vivo. Esto es un auténtico milagro. Cuando me he levantado amanecía siendo un día normal para mí y unas horas después me he puesto de parto. Un imprevisto que ha cambiado mi vida por completo. Hace tan solo unos minutos creíamos que el niño había nacido muerto y ahora está acurrucado en mi regazo. La vida no ha podido hacerme mejor regalo que este. Suspiro y sonrío por dentro. Observo con delicadeza cada zona del rostro de Hassan. Sus prominentes ojos me miran como si estuvieran descubriendo algo nuevo. Aunque él no lo sepa, debajo de esta tela negra que me tapa la cara, se esconde la sonrisa más sincera del mundo. La de una madre enamorada de su hijo. En cuestión de segundos, se queda dormido. Coloco bien su irregular cabeza entre mis brazos, creando con ellos una especie de cuenco para poder encajarlo y que así se sienta más cómodo. La toco suavemente y puedo notar lo blanda que es. ¡Tengo tanto miedo de hacerle daño! Su cuerpo es realmente pequeño y ahora mismo está muy débil. Un pequeño golpe podría ser letal. No debe pesar más de un kilo y medio, estoy segura. Jamil termina de darme los puntos y me pide de nuevo permiso para poder quitarme completamente el burka y enrollar al bebé junto a mis pechos. Acepto. Me quito el burka sin pensar en las posibles consecuencias y dejo mi cuerpo al descubierto. Una larga sábana blanca nos mantiene más unidos que nunca. Mi hijo y yo. Sin importar nada más. No podría explicar lo que siento en este preciso instante. Contactar directamente con su piel es una de las mejores sensaciones del mundo. Siento el latido de su corazón muy cerca del mío, más acelerado de lo normal. Un sonido extraño busca salir de su pecho. Miro a Jamil preocupada. «Solo está respirando», me dice para restarle importancia. La puerta principal de la casa se abre. Es Farid. ¡Qué alegría! Por fin ha llegado. Va a conocer a su nuevo hijo.
—¿QUÉ COJONES ESTÁ PASANDO AQUÍ? —pregunta Farid cargado de odio. No esperaba esta reacción—. ¡Estás casi desnuda! ¿Te parece esto normal?
Me asusta. El corazón se me encoje cada vez que se acerca a mí.
—He tenido que hacerlo para el part… —No me deja terminar la frase. Recibo una bofetada antes de poder explicárselo todo.
—¿Y mi comida? ¿DÓNDE ESTÁ MI COMIDA? —Está a punto de pegarme de nuevo, pero se contiene.
—Hola, Farid. ¿Cómo estás? —le pregunta Jamil, tendiéndole la mano para iniciar conversación—. He sido yo el que le he pedido que lo hiciera. El niño necesita cuidados especiales para poder sobrevivir los siguientes meses, como si siguiera en la barriga de su madre. Ha nacido muy temprano y si no seguimos ciertas indicaciones las cosas pueden complicarse —le explica Jamil.
—No te culpes. ¡Todos sabemos que mi mujer es una furcia! ¿Verdad, Samira? ¡Mírala! No vale para nada más que tener hijos —me dice mientras me escupe en la cara. Jamil se queda boquiabierto—. Si no te hubiera dejado salir de casa, ¡no te habrías puesto de parto! Soy demasiado bueno contigo y mira cómo me lo agradeces. ¡Dándome problemas!
Limpio su saliva con mi mano, dejo a Hassan en la alfombra y me tapo de nuevo con mi burka.
—Menos mal que has tenido un niño. Si vuelves a tener una niña más te juro que la mato. Y a ti después. Con vosotras dos en casa ya tengo más que suficiente. ¡No te imaginas la deshonra que me causa Suhaila! ¡AL MUNDO LE HACEN FALTA MÁS HOMBRES Y MENOS MUJERES! —grita enfurecido.
El salón se queda en completo silencio. Me siento avergonzada de la actitud que ha tenido mi marido. Jamil comienza a recoger todas las cosas que ha utilizado para el parto y cuando le intento ayudar, Farid detiene mi mano.
—Me tengo que marchar, ya es tarde. Mañana volveré de nuevo. —Se despide de ambos mientras coge sus cosas.
Lo veo salir por la puerta y un ataque de pánico se apodera de mí. No quiero quedarme a solas con él. Pronto va a anochecer y todas las mujeres yemeníes sabemos lo que significa la oscuridad. Me siento desprotegida sin mis hijos. Suhaila, Jaul y Abdel están con Delila. Me ha prometido cuidar de ellos hasta que todo se estabilice, pero les echo de menos. Necesito verles correteando de un lado para otro, poniendo la casa patas arriba y dándole vida a este triste hogar. La electricidad aún no ha llegado a nuestro barrio, por lo que tenemos que seguir acostándonos al atardecer y levantándonos con las gallinas. Quiero que este día se termine cuanto antes. Necesito descansar. Me dirijo a la habitación sin hablar con Farid. Cualquier palabra mal pronunciada puede hacer saltar la chispa. «Callada estoy mejor», repito en mi cabeza la frase que siempre me recuerda. La tenue luz del sol desdibuja el pasillo y veo como Farid viene directo hacia mí. Actúo como si nada estuviera pasando, pero procuro dejar apoyado a Hassan cuanto antes en la alfombra. Conozco esta situación. De repente, siento sus húmedas manos sobre mi cuello. Un día más me aprietan. Un día más intento quitármelas de encima, pero se resisten. Una patada en las nalgas me hace caer al suelo. Coge mi cabeza con una mano y con la otra me da un puñetazo en el ojo izquierdo. Pierdo directamente la visión. Su mano se desliza muy deprisa por mi cuerpo. Otro puñetazo estalla en mi barriga. Mi respiración me está ahogando. El último puñetazo lo siento muy cerca de los puntos. Me destroza, pero el grito de dolor se queda en mi garganta sin poder salir al exterior. Farid se levanta y abandona la habitación. Me quedo tirada en el suelo. Hago el amago de recuperar mi postura, pero es imposible. Arrastro mi cuerpo débilmente por la alfombra para conseguir agarrarme a la ventana y poder levantarme. Tras unos minutos desesperanzadores consigo llegar a la meta. Miro hacia atrás, con la vista medio nublada, y lo que veo me deja en estado de shock. En la alfombra hay un río de sangre que he formado con mi propio cuerpo. Los puntos han saltado. La herida se ha vuelto a abrir.
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~ Una Más ~
Science FictionSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...