"SUHAILA"
1 de febrero de 2011
La casa se revoluciona por momentos. El Bulldog ha intentado que nadie se enterase, pero cuando han llegado el Obispo y el Pirata muchas trabajadoras han visto desde el pasillo lo que estaba sucediendo. Hay chicas por todos los sitios, cotorreando sobre la muerte de su compañera. Algunas parecen afectadas, en cambio otras solo buscan el cotilleo y tener de lo que hablar durante las próximas semanas. Aún no me creo que Lizzeth esté muerta. Con ella se han ido los planes que teníamos de escaparnos juntas de este lugar y la esperanza de recuperar algún día a nuestras hijas. Qué triste es haber acabado así, atada al techo que tanto la ha aplastado durante los últimos años.
Su inesperado suicidio me ha dejado destrozada. Jamás imaginé que sería capaz de hacer algo así, pero después de lo de su niña…, ¿quién querría vivir? Cuando no hay motivos para seguir adelante, lo más fácil es buscar la muerte. No la culpo. Yo también lo haría. La admiro. Ha sido una mujer valiente hasta el final. Me hubiera gustado poder despedirme de ella, decirle lo mucho que la quiero y agradecerle todo lo que ha hecho por mí aquí dentro. Si pudiéramos volver a hablar le diría que me enamoré de ella por ser la persona que más ha cuidado de mí en la vida. Ahora comprendo que los sentimientos hay que expresarlos en su debido momento, no cuando ya es demasiado tarde. Lo que no se dice, nunca llega a existir. Siempre supe que la quería, pero en más de una ocasión dudé de si era lo correcto. Querer a una persona de mi mismo sexo en mi país se castiga con la muerte. Estando aquí me he acostado con muchas mujeres, incluso lo he disfrutado en un par de ocasiones, pero nunca ha habido sentimientos de por medio. Durante toda la vida me han enseñado que debía enamorarme de un hombre y estar a su disposición, pero Lizzeth me ayudó a comprender que eso no es lo que quiero. La miro tendida en el suelo y no puedo evitar recordar todos los buenos momentos que hemos vivido. Nos cuidábamos tanto… «¿Por qué te has marchado tan pronto?», le pregunto allá donde esté. Me da miedo verla así. Tiene la cara amoratada y se va desfigurando por momentos. Los proxenetas están muy nerviosos. Nunca antes los había visto tan alterados. Creo que no saben qué hacer con el cadáver.
—Hay que despejar esto, ¡YA! —exclama el Bulldog bastante enfadado.
—¡Vamos chicas, cada una a su habitación! ¡Que nadie salga hasta que os avisemos! —El Obispo da la orden—. Quedan suspendidas las citas con los clientes durante la tarde.
No quiero irme, pero el Bulldog me saca del baño a empujones, cerrándome la puerta en las narices. Vuelvo a mi habitación resignada y algo llama mi atención al mirar al fondo del pasillo. La puerta del despacho del Bulldog está abierta. ¡No la ha cerrado cuando nos hemos ido! No puede ser. Compruebo que no venga nadie detrás de mí y entro, cerrando muy despacio. Ya Allah. ¡Estoy dentro… del despacho… del Bulldog! ¡Esta sala siempre está vigilada! Me pongo nerviosa. Debo aprovechar este momento. Tengo que intentar salir de aquí. ¡Tengo que hacerlo por mí y por ella, aunque ya no esté! Era el amor de mi vida y acaba de morir por culpa de estos hijos de puta. No voy a permitir que haya más muertes. Cualquiera de nosotras podría ser la siguiente. Sin dudarlo un segundo, empiezo a buscar un teléfono para poder llamar a la policía. Me armo de valor. Indago por las estanterías, la mesa, los cajones…, y encuentro uno en una esquina de la habitación. No sé muy bien cómo funciona esto, pero no puede ser muy complicado. Estoy aterrada. Como pase alguien ahora mismo… Marco el 112. Lizzeth me dijo muchas veces que si pasaba cualquier cosa tenía que marcar este número. El sonido de la llamada me alivia. Suspiro. El corazón me va a mil por hora. Me tiemblan las manos. Mi mirada está anclada a la puerta. Se escuchan ruidos por el pasillo y no sé si viene alguien o son solo las chicas yéndose a sus habitaciones. Han sonado tres pitidos y aún no me lo coge nadie. ¡Por favor, cogédmelo! Por fa…
—Emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —responde una mujer al otro lado de la línea.
No me lo puedo creer. ¡Me lo han cogido!
—¡Hola! ¡HOLA! —Estoy atacada de nervios—. Tenéis que venir…, tenéis que venir a salvarnos. Nos tienen… secuestradas. —Me falta el aire.
—Por favor, señora, tranquilícese. Dígame dónde se encuentra. —La noto preocupada.
—No… no lo sé… Llegamos hace… muchos años aquí… Solo recuerdo que la casa estaba en mitad de un bosque… —le explico—. ¡Me quedo sin tiempo, por favor, vengan a buscarnos!
—Tranquila, vamos ahora mismo para allá. Hemos localizado la llamada y sabemos dónde se encuentra la…
Se me cae el teléfono de las manos. El Bulldog ha entrado a su despacho y aquí estoy yo, muerta de miedo. Viene directo hacia mí y desata toda su ira. Sus planes no están saliendo como él esperaba. Los míos tampoco. Esto se le acaba de ir de las manos. Me empieza a dar puñetazos en la cabeza, en la espalda, en el abdomen… Me enrosco sobre mí misma, pero no es suficiente. Los puñetazos continúan, el dolor se acentúa.
—¡CONMIGO NO SE JUEGA, HIJA DE LA GRAN PUTA! —Me grita. Está increíblemente furioso—. ¡PUTA MORA DE MIERDAAAAA!
Solo lloro. Soy incapaz de hablar. Estoy hiperventilando. Noto el dolor en mis costillas.
—¡TE LO ADVERTÍ CUANDO ENTRASTE AQUÍ! ¡TE LO DEJÉ MUY CLARO, PUTA ASQUEROSA!
Recibo en la cara el mayor puñetazo de mi vida y caigo directa al suelo.
—¿Qué está pasando aquí? —Entra el Obispo en el despacho. El que faltaba…
—¡ESTA FURCIA HA LLAMADO A LA POLICÍA! —le dice el Bulldog y sus golpes me dan un respiro.
Me toco la boca. Está llena de sangre y me chorrea sin cesar. Al palpar mis labios, me doy cuenta de que me ha roto varios dientes de arriba. ¡MALDITO HIJO DE PUTA! Veo borroso, pero me levanto como puedo. Si quiere pelea, vamos a pelear. Los dos juntos.
—¿¡QUE QUÉ!? Diego, escúchame, ¡vámonos cagando leches de aquí, hermano! —El Bulldog no reacciona—. ¡Nos tenemos que pirar ya, hostias!
—¡YA LO SÉ, COJONES! —exclama volviendo en sí—. Ya sabes lo que tienes que hacer. Hemos planeado muchas veces este momento, ¡DATE PRISA! —El Obispo sale corriendo al instante—. ¡Busca a todas las chicas y súbelas a las furgonetas! ¡Nos vamos a Valencia ahora mismo! —le grita desde lejos.
Nos volvemos a quedar a solas. Su mirada penetrante me intimida. Apenas me tengo en pie. Retrocedo como puedo hasta apoyarme en la pared. De repente, se lleva la mano a la espalda y saca una pistola. Me apunta.
—Nos vamos todos, menos tú.
Dispara.
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~ Una Más ~
Ciencia FicciónSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...