"SUHAILA"
11 de abril de 1998
Hace casi once meses que enterramos a mamá. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Aún no me acostumbro a no verla cada día. Ella era el pilar que sostenía los cimientos de esta casa y el día que se fue, quedó derrumbada por completo, conmigo dentro cubierta de escombros. A nadie más de la familia parece importarle que mamá ya no esté a nuestro lado. El pobre Hassan no es consciente de nada de lo que pasa y mis otros hermanos, Abdel y Jaul, aún son demasiado pequeños para entenderlo. Preguntan por ella alguna vez, sobre todo por las noches, y saben que esa mujer que antes estaba en casa ya no está, pero nada más. Ha habido días, incluso, que han creído que yo era su madre y me da una pena tremenda tener que mentirles en algo así. Y bueno, mi padre… qué voy a contar de él. Cuando la enterramos lo pasé muy mal. Creo que ese día siempre me perseguirá y se convertirá en una pesadilla que jamás podré olvidar. Farid cree que no me duelen las cosas porque dice que soy una niña, pero, aunque apenas tenga seis años he vivido tanto en tan poco tiempo que parece que tenga más.
Desde el día en el que mamá se marchó no he vuelto a ir al colegio. Recuerdo los días posteriores a su muerte. Mientras la velábamos vino muchísima gente a casa a despedirse de ella, algunos conocidos y otros que nunca antes había visto. Estaban atónitos con la noticia: Samira había muerto. Su gran Samira. Mi gran Samira. Si soy sincera, nunca creí las palabras de mi padre. Pensaba que estaría dormida y despertaría en cualquier momento. Por eso pasé todo el tiempo a su lado, acariciándole su fría mano y esperando a que abriese los ojos de nuevo. Pero ese momento nunca llegó y fui consciente de que todo era real cuando mi padre me prohibió ir a enterrar el cuerpo de mamá, otra vez con la excusa de que era muy pequeña. Estaba harta de escucharle decir lo pequeña que era, en cambio, parecía suficientemente mayor cuando debía cuidar a mis hermanos y hacer las tareas de la casa. Al volver del entierro, mi padre habló conmigo.—¡Suhaila! Ya estoy en casa. Ven, tengo que contarte varias cosas —me dijo con una voz muy dulce, algo impropio en él.
Salí de mi habitación, la cual se había convertido en mi mayor refugio desde que mamá no estaba, y me dirigí hacia el salón, donde me esperaba sonriente.
—Dime, padre.
—Como ya sabes, Samira ya no está para limpiar y cuidar de los niños. Ahora tendrás que encargarte tú porque eres la única mujer que tenemos en la casa —me explicó.
—Pero… ¿cómo voy a hacer todo eso mientras voy al colegio? ¡No me va a dar tiempo! —le pregunté confusa.
—No te preocupes, Suhaila. Es muy sencillo: dejarás de ir al colegio y así podrás cuidar todo el día a tus hermanos, hacer la compra y, por supuesto, la comida. Cuando yo venga tiene que estar todo preparado —expuso.
¿Cómo? ¿Dejar de ir al colegio? Me negué.
—Pero, padre, solo he ido unos meses y mamá me dijo que…
—¡ME DA IGUAL LO QUE TE DIJERA ESA DESGRACIADA! ¿Está ella ahora aquí? ¡NO! Así que harás lo que yo diga y ¡SE ACABÓ! No quiero más quejas de niña pequeña. Tu madre te tenía demasiado consentida, pero conmigo no vas a tener tanto libertinaje. El que manda en esta casa soy yo y ¡me obedecerás si no quieres que las cosas vayan a peor! —me dijo gritando—. Ahora vete a la cocina y prepárame algo de cenar, tengo el estómago vacío y necesito reponer fuerzas.
Asentí. No podía responderle o me pegaría, como hacía con mi madre. Alguna vez los había escuchado mientras creían que estaba dormida y al día siguiente veía a mamá intentando ocultar las heridas que le había hecho. Empecé a sentir los ojos mojados. No quería llorar, pero pensar en el colegio me ponía muy triste. Mi propio padre me estaba quitando la oportunidad de estudiar y de volver a ver a mis amigas y profesoras. Recordé todas las veces que había hablado con mamá de ir a la escuela. Ella me contaba que allí aprendería muchísimas cosas, que sería una niña muy lista y me darían una beca para estudiar en el extranjero, como a Jamil. Sería maestra, médico, bailarina, cantante… lo que yo quisiera ser. Añoro la energía con la que me lo decía. Se le iluminaban los ojos cuando hablábamos del futuro. Aquel día, esos sueños fueron solo un cristal golpeado que acababa de romperse en mil pedazos, imposible de reconstruir. Pensé que ojalá, mamá, siguiera viva, así podría seguir yendo al colegio. Solo espero algún día ser la mitad de buena de lo que era ella. Con eso me conformo.
—¡Suhaila! ¿Cuánto te falta? ¡Tengo hambre! —me reclamaba desde el salón.
A la cena le quedaba poco. Había cocido arroz que era bastante sencillo de hacer y estaba friendo pollo. Creía que sería una buena cena. Seguro que a padre le encantaba y dejaba de estar enfadado conmigo. Lo único que quería era que nos apoyáramos los unos a los otros, como una familia normal. Yo sabía que mi padre me quería, aunque a veces se pusiera tan agresivo conmigo. Era su hija, ¿cómo no me iba a querer? Lo que pasaba es que era una persona rara y diferente a mamá, pero ahora era el momento de estar todos juntos. Mamá querría vernos felices y unidos. Serví el arroz en un plato, el pollo en otro y lo llevé al salón. Puse un pequeño mantel, una bandeja de pan en el centro y me senté en la alfombra. Mi padre cogió un puñado de arroz con una mano y un trozo de pollo con la otra. Miré su cara sonriendo, esperando que le gustase lo que había cocinado.
—Puaj, ¡qué asco, joder! El arroz está durísimo. ¿ESTO ES LO QUE TE HA ENSEÑADO TU MADRE? ¡Vaya mierda de cena! ¡No sabes hacer nada, maldita Suhaila! —voceó enfurecido—. Haz arroz de nuevo y esta vez lo pruebas para comprobar que no está duro. Me avergüenza que seas mi hija… ojalá nunca hubieras nacido.
Meses después recuerdo esas palabras otra vez y duelen como si me clavasen agujas en la piel. Ese día hice arroz de nuevo, tal y cómo me ordenó, y desde entonces nunca más me ha vuelto a quedar duro. Lo cierto es que han cambiado muchas cosas desde aquel momento. Tantas que, a veces, cuesta adaptarse a esta nueva etapa. La vida de un ama de casa no es nada fácil, sobre todo cuando no tienes mucha experiencia y además eres la responsable de tres críos. Abdel y Jaul crecen por momentos y a mí se me escapan de las manos. Aunque son muy buenos y se entretienen jugando entre ellos, hay que prestarles mucha atención. Son muy pequeños, necesitan cuidados y todo se hace cuesta arriba cuando empiezan a llorar, pero tengo que ser fuerte. Voy a poder con todo, estoy convencida. Lo que más me preocupa ahora mismo es Hassan. Con dos años aún no puede andar y casi ni hablar, solo pronuncia algunas palabras, pero no del todo correctamente. Según nos ha explicado Jamil, tiene un problema en la boca que hace que la lengua le impida vocalizar bien y tragar los alimentos. Por eso siempre tengo que aplastarlos con la mano para que pueda comer más fácilmente. Hace unos meses abrieron un centro de rehabilitación a las afueras de la ciudad y Jamil me dijo que sería conveniente llevar a Hassan allí. Él todos los días le hace ejercicios para que pueda ganar más movilidad, pero en el nuevo centro tienen máquinas especializadas para niños con parálisis.
—Se traslada gente de todo el país con enfermedades similares a las de tu hermano y, por lo que me han contado, hay muy buenos médicos. Estoy seguro de que podrán ayudarle a mejorar mucho más rápido que yo. Al fin y al cabo, ellos son expertos en este tipo de cosas, yo no —me explicó.
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~ Una Más ~
Fiksi IlmiahSamira, es la madre de tres hijos, embarazada de un cuarto y casada con un hombre egoísta y ruin, que solo la ve como objeto de placer y servidumbre. Pese a su juventud y las ganas de ver crecer a sus hijos, una enfermedad arrolladora atacará repent...